Cuando Horacio González Rodríguez llegó al kilómetro 55 de la carretera Mascota-Las Palmas-Puerto Vallarta, no esperaba encontrarse con una masacre. Médico pasante y también escritor, hace un año ganó un concurso de literatura para jóvenes de la Secretaría de Cultura Jalisco con una novela de temática fantástica sobre personas que desaparecen misteriosamente; el pasado lunes 7 de abril, sin embargo, se dio cuenta de que, como suele suceder, la realidad supera la ficción.

Hacia las tres de la tarde recibió un reporte de una volcadura. Salieron con la ambulancia a las 3:12 del Centro de Salud de San Sebastián del Oeste, pero ya desde el puente del Progreso, en el crucero de La Estancia —fracción ubicada a 7 kilómetros de la cabecera municipal—, vieron que en la barranca, allá abajo, se levantaba una columna de humo negro. Llegaron a las 3:38, casi volando, a la fatídica curva, donde una especie de gula excavada en la montaña encierra la carretera cual trampa mortal, obstruida todavía por dos coches incendiados. Allí, se enteraría poco después, había sido emboscado un convoy de la Fuerza Única por sujetos armados apostados en las alturas adyacentes. Frente al surreal e inesperado espectáculo, él y el chofer quedaron como paralizados. A fuerza de gritos, de “qué están esperando para ayudar”, unos policías los bajaron de la ambulancia.

Cuando sorteó la cortina de humo, lo primero que vio fueron cuatro patrullas —recargadas del lado opuesto de marcha, como si hubieran intentado encontrar una desesperada vía de fuga— y en su interior cuerpos calcinados. Otros estaban tirados en el piso, con tamaño de niño, en posición fetal. Dos yacían boca abajo, con sus uniformes en girones, destazados. Caminando en busca de heridos entre las dos paredes de roca cubiertas de hierbajos e impactos de bala, con las camionetas que aún despedían llamas y el miedo a que desde los terraplenes contiguos alguien fuera a disparar de nuevo, no se percató de inmediato de que aquí y allá, en esos cien metros de pista e infierno, estaban diseminados artefactos explosivos sin detonar.

“Eso fue lo que más me impactó, porque no sabía si iban a explotar, y nadie me estaba resguardando. A la sangre y a la materia orgánica —que había por doquier—, uno como médico está acostumbrado”, dijo el joven egresado del CUCS.

El aire olía a pólvora y carne chamuscada. Quizás Horacio pensara que así huele el Averno. Sin embargo siguió descendiendo en ese girón lleno de brazas y muerte,  y empezó a atender los cuatro heridos que quedaban, tapándole como pudo los orificios: “No alcancé ni a ponerme guantes, estaba todo lleno de sangre”, dice.

“Mejor deme un balazo”, le suplicaba uno de ellos, con un impacto en el pulmón, sin salida, que no podía mover brazos y piernas. También una mujer, que no portaba chaleco antibalas, presentaba la misma herida. A ellos luego se los llevarían en helicóptero, al igual que a un tercero, el cual tenía nada más una herida superficial en el abdomen. El cuarto falleció antes de que pudieran sacarlo de entre los escombros.

“Hicimos lo que pudimos, con lo que teníamos. No nos esperábamos algo así”, dice Horacio, quien se quedó hasta las 8 de la noche en el lugar, hasta que los oficiales —ya por entonces había de todo: Policía Estatal, Ejército, Marina y judiciales— le dieron “permiso” para retirarse. “Lo que me indignó fue el trato. El chofer es un voluntario, y yo como pasante ni tendría que subirme a la ambulancia. Pero hicimos lo que nos correspondía como profesionales de la salud”.

Las sombras negras de la vendetta
El uniformado con herida superficial fue el único a sobrevivir a la emboscada, reivindicada por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y que representa el mayor atentado a  corporaciones policiales en México, con un saldo de 15 elementos muertos. El presunto móvil sería una venganza por el abatimiento por parte de la Fuerza Única, el 23 de marzo en Zacoalco de Torres, de cuatro miembros de la organización, entre ellos Heriberto Acevedo Cárdenas, “El Gringo”, uno de sus jefes sicarios.

Según versiones oficiales y lo declarado por el Fiscal General de Jalisco, Luis Carlos Nájera —en entrevista al diario El País—, los agresores utilizaron estrategias y armamentos militares, desde rifles lanzagranadas a ametralladoras M-60, e incluso artefactos artesanales, como garrafones de gasolina provistos de mechas con los que incendiaron las patrullas aventándoselos de los terraplenes, donde estaban apostados, se estima, 80 sujetos en 12 diferentes puntos de tiro.

A tres días del ataque, en ese punto de la carretera aún olía a gasolina, a pólvora. El aire, putrefacto. Eran distinguibles las marcas del bloqueo después de la curva encerrada en terraplenes, donde los delincuentes incendiaron dos coches. El pavimento: una coladera. Impactos de balas y bombas. Igual en las paredes rocosas, llenas de agujeros; negruzcas y con vegetación chamuscada donde llegaron las flamas de las patrullas y los explosivos. Esparcidos dondequiera, pedazos de llanta y material abrasado; cenizas. Cruces de cinta plateada para señalar los impactos de las granadas. Diez kilómetros después, hacia Puerto Vallarta, en el puente de Las Palmas, también se veía aún el halo negro de un coche incinerado, donde los sicarios rompieron el convoy de policías, el cual provenía del puerto turístico.

Nájera dijo que eran en total diez vehículos con 40 elementos. Más arriba, hacia Mascota, hubo otro bloqueo. Un tramo de al menos 20 kilómetros que los narcos lograron encerrar y despejar de civiles, lo que da una idea del tamaño y la organización del operativo. Personas de San Sebastián dijeron que los dejaron pasar, azuzándolos para que cruzaran rápido la zona. Turistas provenientes de Guadalajara en cambio quedaron varados en la cabecera de ese municipio, alrededor de 400 llenaron los hoteles y otros cien tuvieron que acomodarlos en casas, según declaró la presidente municipal, Yecenia Pulido.

Habitantes de San Sebastián permanecieron en Las Palmas, fracción ubicada en los límites entre este municipio y Puerto Vallarta, donde, dicen testimonios, la gente ya sabría del enfrentamiento; que les habían avisado de no salir a carretera ese día a esa hora.

La dinámica de la emboscada, explica Dante Haro Reyes, investigador de la Universidad de Guadalajara, evidencia algunas de las debilidades de la Fuerza Única, corporación de élite y meramente reactiva que por lo regular desconoce el terreno en donde opera y que no tiene contactos con la gente, la que en muchos casos le tiene desconfianza: “No sólo hay que mostrar el músculo, porque a veces los delincuentes tienen paridad o más capacidad de fuego. Se tiene que operar con el apoyo de la participación ciudadana. Es lo que hace falta, la policía se aísla, se pone su careta y no quiere hablar con la población”; y asimismo, hace manifiesta, como admitió el mismo Nájera, la presencia de halcones e infiltrados, quizás en la misma policía, que proporcionan información sobre los movimientos de las fuerzas del orden.

Tan lejos de Dios…
San Sebastián del Oeste es un pueblo suspendido fuera del tiempo, entre cumbres tupidas con un mestizaje exuberante de vegetación tropical y coníferas. La imagen bucólica que ofrecen sus casas bajas con techo de tejas, y sus callecitas empedradas cruzadas por recuas de bueyes o gente a caballo, donde reina una calma casi sobrenatural, es tan lejana del macabro espectáculo de la emboscada como lo es también en kilómetros. Casi 40, pues el lugar está mucho más cerca del límite con Puerto Vallarta: tan sólo unos 10 kilómetros.

“Nos toca pagar el pato a nosotros”, dice Yecenia Pulido, la joven alcaldesa de este pueblo de la Sierra Occidental del estado —quien nos recibe en ropa deportiva y cachucha desde detrás de su escritorio, donde ostenta una foto, casi una selfie por la toma cerrada, con el gobernador Aristóteles Sandoval— al lamentar que, para defender a Puerto Vallarta, destino turístico internacional, “nos estén echando toda la bronca a nosotros”.

El pueblo, en esta semana de Pascua, está, como la carretera para llegar allí, prácticamente solo. Apenas una decena de turistas rondan por la plaza, admirando el paisaje y los viejos portales, cuando por el periodo vacacional, como dice un comerciante de la zona, tendría que estar lleno. Ignaros, probablemente porque el operador turístico no les dijo nada, unos norteamericanos, muchos con sombreros panamá, camisa hawaiana, pantalón corto y sandalias, disfrutan su raicilla —el típico mezcal de la zona, producido con agave lechuguilla— en la cata de un productor local. “Lo único bueno”, dice sarcástica la presidente, “es que con esto que pasó, San Sebastián ya lo conoce todo el mundo”.

Este fenómeno, sin embargo no se puede reducir a la responsabilidad de un ayuntamiento u otro, en particular si, como en este caso o el de Ocotlán —donde a finales del mes pasado fueron emboscados elementos de otra corporación de élite, pero Federal, la Gendarmería, y en que fallecieron cinco de ellos— ni las fuerzas especiales parecen poder hacer frente del todo a los grupos criminales.

“Hay municipios que por su infraestructura, por su estado de fuerza: número de policías y de patrullas, la logística que puedan tener; son muy débiles en comparación con la necesidades que se requieren”, dice Haro Reyes, “y allí es cuando debe entrar el estado y la federación, porque es una obligación que vayan conjuntamente” para garantizar la seguridad. “Si no pueden, o cumplen a medias, es cuando se habla de Estado fallido”.

En esta condición, agrega, se encuentran muchas localidades o regiones de Tamaulipas, Guerrero y Michoacán. Esos tres estados han sido señalados como focos rojos por la Presidencia de la República en materia de inseguridad. El cuarto es Jalisco, por el hecho de que, desde 2003, han sido asesinados en la entidad al menos 70 funcionarios de diferentes niveles. El último hace cuatro domingos, Feliciano García Fierro, regidor de Tlaquepaque, fue ejecutado con un tiro en la cabeza. Y no faltan mandos policiacos caídos. El mismo lunes de la emboscada, fue “levantado” y ultimado Miguel Ángel Caicedo, director de la policía de Zacoalco de Torres, mismo municipio donde se logró el abatimiento de “El Gringo” y perpetrado se supone por lo mismo, como vendetta del CJNG.

Haro Reyes dice que las diferentes corporaciones están actuando, pero falta coordinación entre ellas, mientras que los narcotraficantes sí están organizados. “Aquí en Jalisco sacan esta Fuerza Única metropolitana y la Fuerza Única regional, que no es ni única y no es mucha fuerza que digamos. Así le llaman por querer coadyuvar con los diferentes municipios, el problema es que no hay una verdadera coordinación: Gendarmería, Fuerza Única y los municipios están actuando cada quien por su lado, están separados como los dedos de la mano, entonces quieres pegar con el dedo chiquito, y pues así no duele mucho. Tienes que cerrar el puño para golpear”.

Lo mismo pasa con la parte preventiva, hay decenas de grupos diferentes de inteligencia, pero no la comparten. “Hay una falla en recabar la información, la cual es el 80 por ciento del ganancial, y únicamente el 20 por ciento debería de ser de cuestión reactiva. Y aquí están al revés”.

Yecenia Pulido dijo que no estaba enterada de que el convoy de Fuerza Única iba a pasar por el municipio, y menos le pidieron apoyo en el momento o después del tiroteo. Define este episodio como un “hecho aislado”, pues explica que antes sí había miedo —por el 2011, dice, después de las ocho de la noche nadie se atrevía a salir a la calle: “Yo, a esa hora, ya estaba encerrada viendo al Chavo del Ocho”, precisa—, pero que ahora el municipio está tranquilo.

Algunos habitantes, y gente que vivió o conoce bien el lugar con quienes platicamos, no la piensan así. “En fiestas o en las calles del pueblo nos tocó ver grupos de ‘ellos’, llegando con sus camionetas y armados”, o “En La Estancia me encontraba siempre halcones nomás vigilando quién iba y venía”, son algunos testimonios de personas de las que por seguridad no revelamos el nombre. Todos coinciden en una cosa: que esos sujetos son todos muy jóvenes.

Y también los hechos hablan. Efrén Álvarez López, alcalde del municipio de 2007 a 2009, fue ejecutado en diciembre del año pasado con armas de alto calibre, en su veterinaria de Tlaquepaque. Se había mudado a la zona metropolitana luego de sufrir un atentado en enero de 2012, cuando individuos armados balacearon y aventaron granadas a su casa de San Sebastián. Y el domingo pasado, a una semana del tiroteo, hubo otro enfrentamiento entre presuntos delincuentes y la Fuerza Única, justo en

La Estancia, donde los uniformados lograron herir a un sujeto y detener a dos.
Por si no bastara, en el camino a la costa, los letreros baleados y el tamaño de los agujeros no dejan dudas sobre el tipo de armamento con el que algunos sujetos circulan por esa zona, quienes, quizás para “ocupar” el tiempo o ejercitarse, los utilizan como blancos.

Yecenia Pulido, pensando en la situación de su pueblo, del que quiere rescatar la imagen de plácido destino turístico y productor agrícola y de artesanía, suspira y suelta un característico dicho —si bien adaptado— que delata más bien impotencia: “Como se dice… Tan lejos de Dios y tan cerca de Puerto Vallarta”.

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