El hombre que negó la gravedad

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En verdad os digo que de entre los muertos la criatura resucitará, y el mundo otra vez tornará sus ojos hacia ella.
Ser el centro de las miradas fue para Michael Jackson una prioridad y un modo de ejercer el poder. La seducción de Jackson, desplegada ante el mundo a través de su baile y su música, fue la misma que Salomé aprovechó ante Herodes, según se lee en los Evangelios.
Mateo describe fugazmente la escena (“La hija de Herodías danzó en medio y agradó a Herodes”) y Marcos casi forja una réplica del texto de Mateo (“entretanto, la hija de Herodías danzó y agradó a Herodes”). Salomé, a través de sus movimientos de baile, ejerció un papel político. Herodes, después de verla al centro de la escena, ofreció darle lo que ella quisiera, solicitándole la cabeza de Juan el Bautista, influida por el deseo de su madre. Caravaggio nos entrega la imagen, en la Edad Media, de manera por demás realista.
Jackson, con el poder de su baile, lo que hizo fue poner al mundo a sus pies. No requirió a Caravaggio para entregarnos su figura, porque tenía a la televisión y a los escenarios del orbe.
Ni Fred Astaire, ni Gene Kelly, ni Elvis Presley, ni James Brown, ni John Travolta —a quienes tanto les debe Jackson— devengaron tanto fuego sobre un escenario, hasta volverlo hechizante.
La figura de Michael Jackson recuerda a los personajes de historieta, sobre todo al Guasón. En ambos se advierte (¿se percibía?) una postura demencial por alcanzar la cima de la más alta cumbre; ambos son de algún modo geniales; los dos constituyen figuras que jamás olvidaremos. Pero Jackson eligió el baile como una forma de derramar sobre la tierra su efigie y su desmesura. Sus aportaciones no pueden dejar de mirarse en el baile, el cine, la música y la industria del disco. Alcanzó metas que nadie había conseguido en toda la historia.
Sin embargo, donde más penetró fue en los asuntos de la danza. Gobernó de tal manera su cuerpo, que nada escapó a su visión. Se puede afirmar que fue un innovador. En ciertos momentos recuerda a Fred Astaire, de quien recibió elogios. Es cierto, Fred Astaire fue un bailarín limitado, sin dejar de ser un maestro, pero le faltó dominar a las masas, algo que Jackson logró con la mano en la cintura; y llegó más allá que John Travolta, de quien siguió su ejemplo y le rinde homenaje en algunas coreografías. No es equiparable a James Brown, porque Brown fue demasiado tenso en sus movimientos. Ni tampoco un Gene Kelly, porque Kelly fue demasiado romántico. No tuvo la sensualidad de Elvis Presley, pero fue más allá…
No se puede comparar a Michael Jackson, por otra parte, con Isadora Duncan, Rita Renoir, Mae West o Mata Hari. Ellas asumieron su feminidad hasta alcanzar la sensualidad y el erotismo. Jackson casi nunca logró en sus bailes la sensualidad ni llega al erotismo. A pesar de sus arrebatos estéticos por lograr su feminidad, nunca tuvo los alcances naturales de una mujer. Lo que sí logra es la fuerza, la garra y el infinito poder…
El descubrimiento de Jackson por Michael Jackson fue a través del baile. La danza le reveló su singularidad y, a la vez, descubrió al otro.
Al descubrir su poder mediante el baile, se dedicó a domeñar lo único propio que tenía: su cuerpo. Con el tiempo y la extrema disciplina consiguió lo que muchos no podrán: ser el arquetipo de una sociedad universal.
Se puede percibir con claridad en el trabajo de Jackson, que sus canciones procedían de sus movimientos físicos, y ese dato nos ofrece la oportunidad de pensar que el baile, el movimiento, el gesto, preceden a la palabra.
Temprano el descubrimiento de su atracción lo convirtió en no solamente fenómeno extraordinario, sino en distinción, en fuerza, en novedad y, otra vez, en poder.
Gran parte de la historia de Estados Unidos, al menos de los años sesenta del siglo pasado y hasta comienzos de este nuevo siglo, se pueden representar en la figura de Jackson, pues alentó a varias generaciones a un consumo contumaz derivado del enervamiento de su personaje. Su personaje, que al representar singularidad y poder y desmesura, también denotó locura. Una enorme porción de la sociedad estadounidense —incluso del mundo— está desquiciada. Hay ejemplos de ello para comprobarlo: Guerras. Comercio. Dominio. Intromisiones. Y también figuras como la de Michel Jackson, quien en su furor y sumido en una profunda tristeza y soledad, requirió de un parque de diversiones personal para sosegar su enorme deseo de poder y, a su vez, demostrarlo.
Para Michael Jackson, al igual que para la Salomé de La Biblia, su cuerpo se convirtió en poder, en asunto político. Una reclamó la cabeza del Bautista; el otro, no ser un negro triste y común.
Jackson —hace apenas unos días—, dio su último sorprendente paso de baile. Fue uno muy largo y no a Neverland, sino hacia el mito y la inmortalidad.

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