El gesto cuenta

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Mike Leigh no tiene ningún Oso de Oro ni de Plata, pero como presidente de un jurado que incluyó a Froní§ois Ozon, Anton Corbijn y Jake Gyllenhaal, acaba de darle el más alto premio del Festival de Berlín apenas la semana pasada a Paolo y Vittorio Taviani por Cesare deve morire (César debe morir).
Lo que sí tiene en casa es una Palma de Oro y un premio a mejor director de Cannes, un León de Oro de Venecia y siete nominaciones al Oscar a lo largo de una extensa trayectoria como guionista y director, desde que en las décadas de los setenta y ochenta se fue moviendo paulatinamente del teatro hacia la televisión y más tarde al cine.
Antes de eso, Leigh ya tenía un buen historial tras las bambalinas de la Royal Shakespeare Company como asistente de dirección, y había completado una educación formal como actor a principios de los sesenta en la Royal Academy of Dramatic Arts, en una época en la que de un intérprete no se esperaba más que memorizara sus líneas y gestos.
Desde entonces, sus ideas respecto al trabajo dramático y la manera de enseñarlo en las escuelas ha cambiado como el siglo, pero su inmersión y desbordado interés por este elemento es clave para explicar el particular proceso creativo de Mike Leigh y el hecho de que esté tan fuertemente basado en la labor histriónica: al principio del proyecto no hay guión, sólo algunas premisas narrativas que se desarrollan a lo largo de meses de trabajo de improvisación y construcción del personaje en colaboración directa entre Leigh y el actor, primero uno a uno y luego integrándolos en el orden en que los personajes se conocerían dentro de la ficción.
Su delicada selección de actores capaces de colaborar activamente en la construcción de la trama y el minucioso trabajo al que los somete durante meses antes aún de que aparezca una cámara, ha desembocado en una bien justificada reputación de hacedor de actores (incluso de “estrellas”, que lo son al menos en el Reino) y en una lista de nombres recurrentes en sus elencos: Sally Hawkins (Happy go lucky, Made in Dagenham), Timothy Spall (All or nothing, la saga Harry Potter), Eddie Marsan (Happy go lucky, Tyrannosaur, Junkhearts), Kathrin Cartlidge (Career Girls, From Hell, Breaking the waves), Imelda Staunton (Vera Drake, un par de Harry Potters), Jim Broadbent (Another year, Las crónicas de Narnia), Daniel Mays (Vera Drake, All or nothing, Atonement), y Lesley Manville (Another year, All or nothing, ambas).
El resultado es un realismo tan detallado que “su” Londres frecuentemente es comparado a la Roma “de” Fellini o el Tokyo “de” Yazujiro Ozu. Historias de gente normal compuestas por episodios ordinarios de conflictos nimios, como los de cualquier vida diaria; bajo el cielo gris y adusto del norte y el este de la capital británica, ahí donde no hay grandes torres del reloj ni palacios ni vibrantes galerías, sino adustos barrios de clase trabajadora en los que la cotidianidad ­­–feliz, infeliz, anodina o turbia– se ve interrumpida por alguna desgracia personal o familiar que afecta el monótono curso de los días, hasta integrarse al flujo.

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