El Bicentenario: la oportunidad perdida

647

Qué nos queda después de los festejos del Bicentenario? Uno estaría tentado de responder: nada, no nos ha quedado nada. Apenas el recuerdo de los miles de kilos de pólvora quemada. Pero esa sería una respuesta demasiado clemente y hasta optimista, que ignoraría el vacío que dejaron unos festejos caros y sin contenido, sin alma, sin significado. La celebración del Bicentenario nos quedó debiendo. Trataré de exponer esta deuda en tres puntos.
1) Contenido. Al Bicentenario le faltó el contenido histórico, aunque eso no es lo más grave porque ése puede conseguirse en cualquier libro, incluso en uno de segunda mano, incluso en un libro de texto gratuito, pero de los de antes, porque los actuales han comenzado a dejar fuera a la Historia.
Los actuales libros de texto gratuitos han evacuado de sus páginas a la “historia oficial”, de la que tanto mal se ha dicho. Pero eso no es delicado, porque dicha versión correspondía a un proyecto de Nación que visiblemente no comparten los nuevos gobernantes de México. Y eso tampoco es grave. Lo que sí es grave, es que nada haya suplido a esa “historia oficial” y en su lugar sólo quedara un hueco.
En el rubro de la Historia, de nuestra Historia, los mexicanos experimentamos un vacío, una desorientación brutal, síntoma inequívoco de que los actuales gobernantes de México no tienen un proyecto de Nación. A la celebración del Bicentenario le faltó el contenido histórico que sirviera de base para establecer un nuevo punto de partida, para lanzar un renovado proyecto de Nación. Pero el contenido no puede darse en una noche, al son de conciertos populares y con el tronar de fuegos artificiales precedidos del tañer de una campana solitaria.
El contenido se elabora todos los días, en aulas dignas, con programas educativos serios; y también en salas de teatro y explanadas al aire libre con proyectos culturales de fondo; y hasta en mítines políticos con discursos orientados a fortalecer un proyecto de Nación que indique a los mexicanos que todavía existe la esperanza de un futuro mejor.
2) Símbolos. A los festejos del Bicentenario les hizo falta una renovación de símbolos. Los símbolos son exclusivamente humanos, propios del homo sapiens. Tienen la función de representar valores y de aglutinar a una comunidad en torno a ellos. La bandera, la campana de Dolores, el águila, el Himno Nacional y hasta el famoso “¡Viva México!” son símbolos patrios que han sido banalizados, pervertidos, vaciados de todo contenido, de tal suerte que ya son incapaces de impeler a los mexicanos hacia el futuro de un país que se está desmoronando.
En este escenario, algunos mexicanos festejaron el Bicentenario desde su casa amurallada en cotos privados, con vigilancia permanente, mientras otros ni siquiera festejaron porque la violencia, el hambre y la ignorancia se los impidieron. Los símbolos patrios agotaron su capacidad de unir a todos los mexicanos para luchar o festejar juntos la identidad compartida. La renovación de símbolos capaces de convocar a una sociedad tampoco se obtiene con la elevación de una estatua enorme el día del festejo, ése es un trabajo cotidiano que acompaña la ejecución —también cotidiana— de un proyecto de Nación.
3) Valores. Hace 200 años inició una lucha sangrienta cuyo resultado fue la nación mexicana, incompleta, en ciernes, porque una nación se construye todos los días. Los llamados héroes de la Independencia mexicana lucharon por valores tales como la igualdad (“sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”, dicen los Sentimientos de la nación de Morelos) la libertad, la patria, la religión, la unión… Luego, a lo largo del siglo XIX nuevos valores se agregaron, de acuerdo con los proyectos de nación de los gobernantes en turno: lealtad, república, orden, progreso, democracia.
Ahora que hemos celebrado el Bicentenario, vemos con desencanto que dichos valores, incluso los que son milenarios (familia, amistad, hermandad) han sido pervertidos por las bandas de criminales, incluyendo a los que ocupan oficinas en las élites del gobierno. Hace dos siglos los mexicanos que nos precedieron tenían muy claros los valores por los que debían entregar su vida. Hace 200 años se moría con la esperanza de dejar como herencia un país libre, independiente, justo, unido, ordenado, civilizado.
Ahora, a 200 años del nacimiento de la nación mexicana, ¿cuáles son los valores por los que estaríamos dispuestos a luchar? ¿Dónde están los líderes capaces de mostrar el rumbo, de establecer el nuevo proyecto nacional que reagrupe a la comunidad y de sacar al país del infierno? La conmemoración del Bicentenario pudo haber sido esa gran oportunidad para relanzar a la nación hacia nuevos horizontes. No lo fue.

Artículo anteriorGenaro Solórzano
Artículo siguienteLa búsqueda de oportunidades