El bardo de los pies descalzos

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Es posible el ejercicio espiritual en masa? La pregunta volvió a surgir cuando observé las fotos, algunas inéditas, que Elliot Landy publicó en un libro conmemorativo de los 40 años del mítico concierto de Woodstock. No lo sé. No hay investigaciones concisas sobre el tema. Sin embargo, este texto tratará de contar la historia de un cambio operado en un solo hombre en ese año de 1969. Es sobre la metamorfosis de Bob Dylan en Woodstock. Una de tantas. Una que le llevó de ser un poeta beatnik a un juglar de baladas de inspiración bíblica. La que hizo imposible que se presentara en ese festival realizado prácticamente en su jardín un 17 de agosto.
Dylan llegó a Woodstock en 1966, extenuado por la gira mundial que lo llevó a Europa por primera vez. Era por aquella época, según palabras del poeta beatnik Allen Ginsberg, “un payaso en anfetaminas”.
En el documental Eat the document, grabado por aquella época, se ve a un Dylan exhausto, con los pómulos marcándole las mejillas, que declaraba al periodista Robert Shelton cosas como esta: “Se necesita mucha medicina para mantener este ritmo”.
Dylan regresaba a casa después de un año en el camino, después de aceptar el caos. El 29 de junio de 1966, el caos por fin devolvería a Dylan a la realidad. La rueda trasera de su moto marca Triumph se atascaría, causándole un accidente del que el gran público sabría poco. Sabría, por ejemplo, que fue llevado al hospital de Middletown, donde le atendieron una contusión en la cabeza y algunas heridas más graves.
Las especulaciones aumentaron: que Dylan fue silenciado por la CIA o había cumplido, como un designio, aquellas palabras del poema “Aullido”, de Allen Ginsberg: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura”.
Las especulaciones duraron casi un año hasta que en el diario New York Daily News, el periodista Micheal Iachetta firmara un reportaje en el que Bob Dylan hablaba por primera vez desde su accidente: “Lo que he estado haciendo es en su mayoría ver a mis amigos más cercanos. Leyendo poco acerca del mundo exterior, absorbiendo libros de los que ni siquiera había oído, pensando sobre a dónde voy, porqué estoy corriendo y qué me ha dejado eso”.
Dylan se había casado con Sara Lownds, el 22 de noviembre de 1965 y para la época del accidente, Jesse, el primer hijo de la pareja ya había nacido.
Para la época en que Iachetta entrevistó a Dylan, el cambio en el cantautor no solo era mental, sino físico. Bob había dejado atrás el cabello revuelto y la figura espigada que lo hiciera reconocible en su traje negro. Ahora llevaba el cabello corto y la barba crecida, vestía ropas sencillas de colores claros, sandalias y de vez en cuando caminaba por su propiedad descalzo.
Durante 1966, Dylan se recuperaba física y anímicamente. Intentaba de nuevo pintar y renegociaba sus contratos de grabación. Para 1967 iniciaría la edición de un documental para la ABC. Ese mismo año nacería su segunda hija, Anna.
Dylan se reuniría con Robbie Robertson, Rick Levon y el resto de The Band, en unas sesiones improvisadas grabadas en el sótano de la casa de la calle Ohayo Mountain, grabaciones que quedarían inmortalizadas en The basement tapes, lanzadas oficialmente en 1975, pero que ya circulaban para 1968 entre músicos como The Beatles, Marianne Faithfull y Eric Clapton. La potencia infecciosa del talento de Dylan superaba su cuarentena entre los bosques de Woodstock, Nueva York.
En 1967 Bob Dylan publicó John Wasley Harding, un disco que rompía con la trilogía eléctrica representada por Bringing it all back home (1965), Highway 61 revisited (1965) y Blonde on Blonde (1966). La portada misma era toda una declaración de principios, una foto en blanco y negro sobre un fondo beige. Sobriedad acompañada de terminados casi manuales, ante el apabullante brillo y flamboyante colorido de la psicodelia tan de moda por esas fechas.
En este disco Dylan crea miniaturas asombrosas, como la canción “All along the watchtower”, donde en menos de dos minutos y medio cita los pasajes bíblicos de Isaías 21 y crea una atmosfera que hace del disco el “primer álbum de rock bíblico”, como él mismo lo llamó posteriormente.
El bardo descalzo que llegó a los bosques de esa región neoyorkina, tomaría la decisión de participar en el pequeño festival de las Islas Wight, la misma fecha que iniciaron los tres días de amor y música. Dylan escogió sobre el lodo y la confusión, el confort de una casa victoriana. Prefirió la compañía de John Lennon, Eric Clapton y George Harrison para ver de nuevo a Joan Baez.
Dylan había cambiado.

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