El baile de un Quijote

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Anocheció en la ciudad, el Auditorio Telmex se iluminó de azul, cientos de personas bajo toldos blancos seguían la ruta que los llevaba a la entrada del teatro.
Poco a poco las sombras en la oscuridad del auditorio fueron tomando su lugar y los murmullos se apagaron cuando se escucharon los primeros acordes de la música del violinista nacido en Viena hace casi dos siglos, Ludwig Minkus, e interpretada esa noche del 18 de junio por la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes.
No era un ritual común, menos en la ciudad, ver al Ballet del Teatro de la Scala de Milán bailar Don Quijote, obra de Cervantes Saavedra adaptada a la danza a través de Las bodas de Gamash.
El telón se abrió: era la plaza del pueblo, un día de mercado, el lugar concurrido por los españoles. Kitri, la hija de Lorenzo, el dueño de un mesón, asiste a la plaza en busca de su enamorado Basilio, el barbero del pueblo. El padre de Kitri, que se opone a la unión de los dos jóvenes, quiere casarla con Gameche, hombre de modales sobresaltados y muy rico.
El Quijote aparece en la plaza provocando un escándalo. Se detiene en la taberna y cree ver en Kitri a su amada Dulcinea e insiste en bailar con ella. Gameche, furioso, se incorpora al baile. Mientras que Basilio y Kitri deciden escapar siendo perseguidos por Gameche, Don Quijote y Sancho.
El baile de Kitri interpretado por Olesia Novikova poseía la técnica perfecta de la danza clásica, lo que demuestra la calidad histórica del ballet de Milán, que se remonta al año 1778.
Segundo Acto. Tercera llamada: Don Quijote y Sancho Panza se topan con un grupo de gitanos. Luego de pelear con unos molinos de viento, los que son confundidos por Don Quijote con unos horribles gigantes, cae rendido en un claro del bosque, mientras Sancho acude en su ayuda, asistiendo al caballero en su descabellada aventura.
El color del vestuario y la majestuosa escenografía, hacían olvidar que era una obra, parecía que la realidad se situaba en los pasajes “cervantinos”. Sin embargo, el sonido de la boca al masticar papas fritas, nos traía de nuevo al Telmex.
Hubo una segunda pausa. A quienes estaban en el círculo selecto del auditorio se les ofrecía canapés gratis. Para los demás, había que comprarlos. Los baños estaban llenos. Seguía el tercer acto. Escuché la tercera llamada. Di pasos largos a la puerta, cerraron los portones. Una voz monótona decía: imposible que entres a la sala, son órdenes de los superiores, a mí me regañan si te dejo entrar. Escuché la orquesta. Imaginé la taberna, a Basilio y a Kitri felices por su unión a consecuencia de la ayuda de Don Quijote.

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