El amor es lo único cuerdo en el mundo

La novela Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco fue elegida por los lectores, mediante una votación, para ser leída en el Día Mundial del Libro, el próximo 29 de abril en diversas sedes del estado

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La pretensión de querer encontrar en Las batallas en el desierto (José Emilio Pacheco, 1981) una historia de amor puede resultar una empresa que tire hacia el fracaso. ¿Desamor, entonces? Si Carlitos, por su edad, pudo enamorarse o no de Mariana es un asunto que la novela misma se encarga de ir poniendo en tela de juicio: ¿porque se trata, en el fondo, de la imposibilidad de un enamoramiento? ¿De un niño anormal? Negar que Carlitos pudo quedar prendado de la señora Mariana sería tanto como negar la tesis pachequiana: el amor es lo único cuerdo en un mundo donde el odio lleva mano. La afirmación anterior tiene sus riesgos, es cierto, pero el autor la defendió de principio a fin en su texto. Algunas veces, veladamente, y en otras, con descaro incluso. Pero, ¿de qué mundo habla Pacheco? ¿De aquel, del de esos años de mediados de siglo pasado? ¿De éste? ¿De cuál? Situar las coordenadas en que se dio la historia podría darnos un norte por el cual buscarle los tres pies al gato, no importa que digan que tiene cuatro: las coordenadas geográficas y las que le atañen a los personajes, sus señas y pretensiones.

La tesis espacial, por principio de cuentas, podría partir de esta afirmación de Italo Calvino que aparece en Las ciudades invisibles: “La ciudad… está hecha de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado…”. El narrador de Las batallas… nos pone, sin pérdida de tiempo, en el centro del torbellino con una primera aproximación, desde la primera línea: “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?”. A partir de ese momento, emparentado con aquel de “No hay al principio, nada. Nada”, de Juan José Saer en Nadie nada nunca, el lector entra en un universo que lo lleva por un sitio conocido por desconocido; es decir, sus referencias están dadas a partir de una certidumbre que no es tal, porque aparece signada por una brújula que se bambolea por sus cuatro costados: el recuerdo, la certeza, la nostalgia, la verdad.

Porque una ciudad, sentencia más adelante Calvino, no es las palabras que la describen. Carlitos entonces podría no ser un habitante de la Ciudad de México, ni siquiera de la colonia Roma, sino de un entramado de calles y señas que lo reconducen a su sentir primigenio: a aquello que luchó por desentrañar y acabó envolviéndolo como un hilo que de la punta va a la madeja y de allí ya no regresa más: “…yo pensaba en ella en todo momento. Mariana se había convertido en mi obsesión”. En cada caso amoroso, es sabido, hay matices y, sin embargo, ¡el parecido es tanto! porque, ¿qué distancia se abre de Mariana-Carlitos a Celina y el niño alumno suyo de piano, en “Un caballo perdido”, ese cuento de Felisberto Hernández?: “Hacía mucho que yo tenía la esperanza de que ella se enamorara de mí…”, dice el alumno. Las dos son historias marcadas por la aparente desesperanza: lo que pudo ser, pudo, nada más.

Los griegos dilucidaron que la distancia podría ponernos en un sitio fuera del alcance de todo, y de todos. Pero quizá la referencia a la que echa mano Pacheco sea aquella que Bernardo Couto, a fines del siglo XIX, le acomoda a un personaje que se adentra en la vieja Ciudad de México a través de su cabeza y no de sus palabras, y mucho menos de sus acciones. Es decir, Carlitos emprende un movimiento penetrante de la memoria para repetir lo que desea, en un afán redundante y que la ciudad, entonces, comience a salir del cascarón, comience a existir: Carlitos se mueve sobre las líneas y vericuetos de un mapa que le es familiar, un mapa que, desplegado, alcanza a contener lo que se ve y lo que no se ve. Distancia y memoria. Memoria e imaginación. ¿Enamoramiento o capricho?

Un mapa en la cabeza
Las ruinas tienen también su parte en esta historia. La demolición se refiere a un conjunto de despojos: donde antes había un horizonte no queda nada, un espacio nebuloso, acaso lechoso. En esa montaña de escombros es posible sin embargo encontrar un punto para trepar y quedar de pie sobre ese monte desastroso y desastrado: la demolición de la colonia Roma le atañe a Carlitos tanto como a su historia. Ahora ya es un territorio que primero podría trazarse con gis sobre el suelo, y a partir de allí dirigir los pasos por la escuela, por el edificio donde vivía Mariana, por la casa de Carlitos, por todos esos nombres de calles que hacen alusión a un tiempo remoto. Si el niño, pasado el tiempo, duda, por lo que le dicen, que todo aquello que vivió no pasó en realidad, quizá hablemos entonces del síndrome levreriano: ya no somos protagonistas de nuestras acciones, sino de las consecuencias de acciones anteriores.

Si “…quizá sea cierto que una persona sólo tiene dos residencias permanentes: la casa de la infancia y la tumba. Todos los demás espacios que habitamos son mera continuidad”, Carlitos atravesó su infancia en una especie de ceguera, curada nada más que en la idea de caminar por las calles de tiza de la Roma, que, demolida, junto con aquel país de un mundo antiguo, le es imposible ponerla en pie salvo con sus palabras. En su infortunio el niño tiene, al mismo tiempo, un manojo de certezas: “Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual […] Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana. ¿Qué va a pasar?”. Ese es el asunto, que para su desgracia, no pasa nada, o no pasa mucho.

La duda sobre si ocurrió o no todo aquello que acosa a Carlitos: si vivió Mariana, si la conoció, y a Jim, si se enamoró de ella, si se suicidó… Todas son cuestiones que no hay modo de dilucidarlas, al menos en la novela. Hay que echar mano entonces, para disipar un poco la bruma, de aquello a lo que se refería Kafka en sus Aforismos, visiones y sueños: “Si fueras por una llanura y tuvieras la sana intención de avanzar y, sin embargo, sólo dieras pasos hacia atrás, sería una situación desesperada”. Cuando, por boca de Rosales, Carlitos se entera de la muerte de Mariana trata, con su trajecito de jugar tenis, de dar pasos hacia delante, pero únicamente puede, contra su voluntad, ir hacia atrás. En el pasado está lo que busca: “Me acuerdo, no me acuerdo ni siquiera del año. Sólo estas ráfagas, estos destellos que vuelven con todo y las palabras exactas”. Una predisposición semejante a la que movía a Kublai Kan a preguntarle a Marco Polo: “¿Lo que ves está siempre a tus espaldas? ¿Tu viaje transcurre sólo en el pasado?”. Como treparse en un automóvil y marchar en reversa por las calles y de lo que se ve, no guardar nada.

El deseo de que sea cierto que en ese páramo capitalino, al menos en la experiencia pachequiana, existió Carlitos, Mariana y su historia bajo aquel manto puertorriqueño del que Café Tacvba hiciera después un monumento, me lleva a citar estas líneas de los Papeles falsos de Valeria Luiselli: “Habitamos (los habitantes de la Ciudad de México), como los descendientes de aquel imperio que describía Borges, las ruinas de un mapa desmesurado”. El mapa en su desmesura ha ido perdiendo todos sus trazos pero no las últimas coordenadas ni las señas y pretensiones de sus personajes; si se busca, hay un rumbo para los pasos que se den en su superficie. Como dice ese bolero en la novela: “Por alto esté el cielo en el mundo,/ por hondo que sea el mar profundo,/ no habrá una barrera en el mundo/ que mi amor profundo no rompa por ti”.

Y si del horror no se puede tener nostalgia, tampoco, a veces, del amor.

Para leer Las batallas
Debido a que el 23 de abril próximo, ―fecha instituida por la Unesco para esta celebración del Día Mundial del Libro― es parte del periodo vacacional, la lectura se efectuará el martes 29 de abril, de 9:30 a 20:30 horas, en la Rambla Cataluña, a un costado del Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara, y en más de 80 sedes de Jalisco y otras entidades de la república. Los interesados en participar pueden inscribirse el día del evento directamente en la Rambla Cataluña (avenida Juárez y Enrique Díaz de León), donde la lectura se llevará a cabo. Al término del maratón de lectura habrá un diálogo abierto al público entre los escritores Benito Taibo y Xavier Velasco, “La ciudad y la memoria, en torno a la figura y obra de José Emilio Pacheco”, en las instalaciones del Museo de las Artes, ubicado a un costado de la Rambla Cataluña.

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