Eduardo Lizalde

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¿Cómo se acerca el Poeta a la realidad? ¿Nombrándola, comprometiéndose con ese mundo referencial del que ha surgido?
El poeta tiene que ver con la historia de las palabras, con la realidad poética que lo rodea, y aborda sólo lo que es el mundo que ha visto. Así que él no puede repetir la realidad, pero tiene que abordarla. En mi caso, mi obra Cada cosa en Babel es un libro que primero no fue muy bien leído y después se consideró que era el mejor del tema de mi generación (no es cosa que yo haya dicho, lo han dicho mis críticos, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante, Ernesto Lumbreras y otra gente). Pero después me moví hacia otros temas. El libro que más ha tenido éxito entre los que publiqué en los años setenta fue  El tigre en la casa, dedicado al infortunio amoroso en el que me empeñé por no publicar un solo poema optimista. Es un libro bastante negro, violento y fue el que más éxito tuvo entre los libros que publiqué en ese periodo.

Sin embargo, no es el poeta el que puede hablar sobre sus libros, hablan de ellos sus interlocutores y sus críticos. Sin el interlocutor y sin el lector el poeta muere en sus cajones y en el olvido.

¿Podría decir que la poesía es natural al ser humano, que la poesía es para todos?
No funciona evidentemente para todos, y además resulta inaccesible para las grandes masas de lectores. El lector común lee historias, anécdotas, descripción de personajes. El lenguaje de la poesía, en sus diferentes géneros metafísicos, filosóficos o estéticos, es mucho más abstracto y concentrado. Solía decir mi amigo y camarada Juan Armela, que firma sus textos como Gerardo Deniz, que la poesía es la muñeca fea de la literatura, pues las grandes editoriales tiran millones de ejemplares de los poetas más celebres del mundo, pero muy pocos de los poetas importantes de la etapa contemporánea.

Y aun los poetas más célebres, como es el caso de García Lorca, que tiene poemas tan declamados, no es un poeta bien leído. Sus poemas más grandes no son los Romances. El público en general no entiende la dificultad de la redacción de esos poemas aparentemente simples, que no lo son. La poesía pues es una forma de trabajo tan compleja como la de la medicina o de la ciencia matemática, requiere una especialidad.

¿Qué hace falta para llegar a ser un lector y un autor de este tipo, intelectual y emocionalmente?
Cultura y sensibilidad. Usted puede ser un lector, los hay muchos, enormemente agotador de libros sin saber lo que está leyendo, se divierte simplemente con ellos. El autor y el lector de talento excepcional se dan en muchos casos, pero no tan ordinariamente en todos los terrenos.

Desde los griegos, ya decía Aristóteles en su Poética: “Se puede enseñar técnica literaria, rítmica, sistemas métricos o prosodia a un lector; pero hay una sola cosa que el más grande maestro no puede enseñar: es el genio”, y el genio se da de manera impredecible, de modo que no lo sabe el autor mismo. Cervantes murió sin saber que era el más grande escritor de España.

¿Quizás porque la genialidad tiene mucho, precisamente, de adelantarse a su época…?
Toda la genialidad se adelanta a su época, sin duda. Imitar es la primera tendencia de un autor primerizo. Pero lo difícil es encontrar un camino que no está impreso en las páginas anteriores de la literatura. Y claro, a veces tarda mucho en ser valorado. El libro Cada cosa es Babel se publicó cuando tenía yo poco más de 35 años de edad, y tardó varias décadas en ser reconocido como un poema importante. La gran literatura lleva mucho tiempo para ser digerida por las grandes masas, las grandes generaciones de lectores y de críticos, aunque incluso ellos suelen equivocarse terriblemente durante décadas o centurias. El fundador en Francia de la gran poesía moderna es Charles Baudelaire, autor de Las flores del mal, y murió reconocido y admirado sólo por un pequeño grupo de grandes colegas y genios como Flaubert, Verlaine y sus camaradas de ese periodo. En cambio se publicaba en su época obra de autores que fueron famosísimos y que actualmente lee poquísima gente, por ejemplo, los hermanos Goncourt, que creían que iban a ser los más grandes autores de Francia, pero en su lugar lo fueron Balzac, Proust, Stendhal.

Sin embargo, son comunidades las que reconocen el camino de los grandes autores. El poeta vive de su mundo, así que yo creo que no hay obras personales. Todas las obras artísticas son producto de una generación, de cuyas enseñanzas ha vivido y se ha alimentado el poeta, pero con la que tiene que romper, romper sin desconocerla. No se puede, sin leer a Góngora, Quevedo, a Lope de Vega, al Conde de Villamediana, a Juan Ruiz de Alarcón o a Fernando de Rojas, hacer literatura moderna, no se puede si no se ha entendido qué es lo que estos genios han producido. Sor Juana, nuestro más grande poeta, no solamente del siglo XVII, sino quizás de la historia de la poesía mexicana, era una discípula de los grandes autores españoles, seguía una escuela, pero hacía cosas de novedad y de importancia extraordinaria.

Como poeta que ama la música, que tiene pasión por la pintura, ¿se considera usted mismo un humanista?
No, no, en lo absoluto. Humanista el gran Alfonso Reyes, que abarcaba, que leía, que comprendía y lo memorizaba todo y que podía aportar en todos los campos. O mi gran amigo Ernesto de la Peña —recientemente desaparecido—, que tenía unas capacidades intelectuales y una posibilidad de comprender todo género de ideas y de tradiciones en las veintidós lenguas que leía. Yo he leído muchísimo, mi formación fue la filosofía, me formé también musicalmente sin llegar a ser músico como hubiera querido o cantante, que también lo intenté, pero el humanista tiene especialidades que sólo un hombre de grandes capacidades de asimilación y de cultura enorme puede llegar a tener. Sin embargo, no necesariamente es eso el poeta. Rulfo, por ejemplo, era escritor, un gran poeta trágico, pero no era un sabio impresionante, simplemente cultivaba una zona de la literatura.

Además, con la diversidad enorme de especialidades que hay, se obligan cada vez más los intelectuales y los investigadores a ocuparse de cierta área del conocimiento infinito que nunca logramos alcanzar. No me considero más que un creador de literatura bastante informado y un lector desde la infancia de una gran cantidad de textos, que con la edad una buena parte he olvidado. Así que no soy humanista, desde luego. Pero puedo decir que el efecto que un autor hace en las generaciones inmediatamente posteriores es lo que le permite sobrevivir, y eso sí me ha ocurrido.

En su poesía hay un planteamiento filosófico del hombre frente al mundo y también una estampa pictórica. Tener un tanto de filósofo y un tanto de pintor ¿es necesario para el poeta?
De alguna manera hay relación, hay contacto. El poeta, si está bien informado en estas expresiones, es marcado por las emociones y sensaciones de estas artes, pero no pueden identificarse. El lenguaje filosófico no es el de la poesía. Ése es precisamente el esfuerzo que tiene que hacer un poeta y es lo que intenté hacer en esos textos. Sí, utilizar las ideas, las emociones y hasta los descubrimientos filosóficos de los dialecticos del tipo de Hegel y otros, pero no repetir su lenguaje, sino darles una animación literaria ajena al lenguaje técnico. El lenguaje técnico mataría el poema. El verso no es la poesía, así como la ley latina escrita en verso no era poesía; la poesía es la de Virgilio o la de Ovidio, verdaderamente literaria. La poesía tiene que conmover al lector y ser leída de maneras múltiples, como multívoca que es.

¿Cómo piensa y cómo habita usted, poeta, esa fascinación y estremecimiento de lo divino activado en y por la poesía?
Esta cuestión alude a temas legendarios e irrenunciables para todo hombre. Yo soy un no creyente absoluto y un ateo radical y, por lo tanto, no puedo reconocer la existencia de un dios, porque no es para mí posible concebirlo, ni lo es para la ciencia en su conjunto. Alguna vez un célebre filósofo, Teilhard de Chardin, preguntó a un alumno cuál era su idea de Dios. Éste le respondió que era el creador de todas las cosas, del mundo y del universo. Y Chardin sólo pudo agregar “qué bueno que me lo dice, porque yo no creo que dios sea eso. Sí creo en dios, pero no en ése, en lo absoluto”. Como decía Hegel, no podemos aplicar a una realidad incomprensible e inalcanzable racionalmente el esquema de la mentalidad humana. Un ateo y un conocedor de ciertos aspectos fundamentales de la historia de la ciencia y la filosofía no puede sino sorprenderse, consternarse con la monstruosidad que es el universo. Misterios que son parte inevitable de la reflexión poética.

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