Editar en tiempos de crisis

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Hace unos días conversé con un impresor dedicado a proveer sus servicios a diferentes editores e instituciones con presupuesto para publicaciones radicadas en la ciudad. La charla giró en torno a que la producción editorial, al menos para él, como negocio durante 2009, se está enfocando a imprimir revistas, catálogos, folletos y, minoritariamente, por debajo de lo producido en la década reciente, libros.
El impresor tiene una lista de deudores tan extensa como de acreedores. Y para ser sinceros, no se requiere una gran investigación para conocer las necesidades de los principales editores del país, y, específicamente de Guadalajara: los costos de producción se duplicaron y los ingresos por concepto de venta y exportación se están deteniendo.
Ya estamos en el último trimestre de 2009 y aún no hay señales de un repunte en la industria editorial mexicana. Entre todas las medidas para enfrentar la crisis económica que atravesamos, ninguno de los gobiernos federal o estatal ha considerado una iniciativa de auxilio o rescate a la cultura. Todo lo contrario: los presupuestos de 2010 anuncian recortes sustanciales en los diferentes niveles de gobierno.
Invertir una parte del presupuesto no sólo debería considerar subsidios al transporte público, becas de capacitación o programas emergentes para evitar el despido de trabajadores. Al menos en Jalisco, las secretarías de Promoción Económica y la de Cultura y Educación, convendría se coordinaran para extender la medida entre los grupos promotores de arte para convertirlos en micro y pequeñas empresas culturales.
Institucionalmente, en el ámbito nacional seguimos bajo una reingeniería administrativa o burocrática, como quiera verse, con Consuelo Sáizar al frente del Conaculta, quien, después de sus primeros cien días de trabajo, ha hecho cambios en la Dirección General de Publicaciones; en Educal, la distribuidora del Estado; en el CECUT, en el Festival Cervantino y otras casi 30 direcciones del consejo a su cargo. A fin de reorganizar y optimizar el trabajo.
También los gobiernos locales mantienen la mirada en programas vistosos y de un alcance más a corto plazo en materia editorial. Es evidente que se sostienen en planes poco funcionales. No hay un programa de subsidios a la edición que estimule apuestas con mayor riesgo creativo e intelectual ante la actual propuesta de publicaciones institucionales. Es insuficiente otorgar becas, y dejarle toda la responsabilidad a la FIL de la formación de públicos y de la consolidación de espacios, tanto públicos como privados, para el libro y la lectura en la zona metropolitana de Guadalajara.
Para que haya un verdadero saneamiento de las finanzas del sector editorial, con todas sus implicaciones, los editores, tanto los pequeños como los medianos que radican en Jalisco, deben enfocarse a otros segmentos de la industria para asegurar un crecimiento, como son los servicios editoriales, las traducciones, la venta de derechos de obras de nuevos y consagrados autores, tal como lo hicieron en Argentina hace algunos años.
Convendría que el CECA, la Secretaría de Cultura y los municipios, ahora que están involucrándose en la agenda política del acontecer cultural de la ciudad, y asumiendo representatividad a nombre de la comunidad cultural, incidieran en la conformación realista de una dinámica que articule los diferentes niveles de gobierno en el estado y que promueva la garantía de una comercialización regular de la producción editorial en Jalisco, que fomente la creación de nuevos nichos de mercado antes inexplorados para los editores jaliscienses, como el lanzamiento de nuevos autores —lanzamiento, y no sólo la publicación y el embodegamiento de un librito—, que se inserten estructuras como Bancomext, Nafinsa, Fojal, para dar una asesoría profesional que sea plural y no sujeta a convocatorias; que se induzca a la compra-venta de derechos y traducciones valiosas y se editen en Jalisco; que se apoye la presencia de editores a ferias internacionales, y se genere un pabellón de editores jaliscienses en la feria local.
Por lo pronto, el segmento editorial en Jalisco tiene la opción de profesionalizarse y aplicar medidas personales para enfrentar estos momentos, como son la innovación tecnológica: digitalización de libros y venta por internet, diversificar sus contenidos, su programación, mejorar la comunicación de sus proyectos a sus lectores.
Eso, además de aprovechar este momento como fortaleza para difundir su producción editorial y literaria, organizándose, agrupándose y gestionando presencia, negocios e intercambios, por encima de los criterios políticos y presupuestales que intervienen en el mercado editorial mexicano. Amén de trabajar de manera colegiada para presionar a los gobiernos entrantes para que miren hacia este sector dentro de sus planes de rescate financiero.
Insisto en que las instituciones culturales no tienen por qué hacer que en Jalisco se lea o se escriba más. Sólo deben poner los recursos. El resto le corresponde a la comunidad cultural, a los escritores, editores, gestores y demás interventores.

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