Ediciones no tan cojonudas

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En muchos aspectos de la cultura contemporánea, México ha logrado consolidar una identidad propia y superar la dependencia estética e ideológica que desde la Conquista se había asentado en el continente americano; sin embargo, existe una discusión que se ha desarrollado en los últimos años sobre la independencia y autonomía de la industria editorial mexicana.
Es verdad que actualmente nuestro país es una de las potencias editoriales más importantes de América Latina, no obstante, es innegable que una gran parte de los libros que consumimos provienen de España o de editoriales españolas. Para comprobarlo basta con ir a una librería cualquiera, tomar un libro al azar y dar un vistazo a la página legal.
El año pasado durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Braulio Peralta, editor de Planeta, afirmó: “Los españoles son en este momento los dueños de la industria editorial y es una realidad que no podemos soslayar”. Veamos los hechos: de acuerdo con información de las actas del Primer Encuentro de Editores Independientes de América Latina del 2000, los cuatro grandes corporativos que dominan el 50 por ciento del mercado editorial son: Planeta, Santillana, Plaza y Janés, y Anaya; esto significa que, al menos en España, el 6.5 por ciento de las empresas editoriales tiene el control de más de la mitad de la producción de libros (54.4 por ciento, en total).
América Latina tuvo su época dorada en el campo editorial, por increíble que parezca: durante la Guerra Civil Española y el franquismo, muchos de los exiliados que vinieron a México contribuyeron al desarrollo editorial del país, tal es el caso, por ejemplo, de los fundadores de la Casa de España (hoy Colegio de México), quienes con patrocinio del gobierno mexicano lograron consolidar una institución que hoy es considerada una de las más respetables a nivel nacional. Cabe mencionar también que debido a las condiciones sociales y políticas de España en ese periodo, una gran parte de las casas editoriales cerraron o tuvieron problemas con la censura, por ello, editar en México y en Argentina se hizo más atractivo. A partir de los años 80 el mercado editorial se reactivó en la península y México comenzó a rezagarse.
Negocios son negocios
De acuerdo con el Volumen de producción de libros del 2005, realizado en 2007 por el Sistema de Información Regional de México, el mayor porcentaje de libros publicados es de texto (71.26 por ciento), en segundo lugar los de interés general (32.78 por ciento) y, finalmente, los de ciencia y técnica (21.41 por ciento). Estos indicadores nos muestran que la mayor parte de las obras editadas en los últimos años son libros de texto, más que de difusión científica o cultural.
Jaime Labastida, director de Siglo XXI Editores, afirmaba el año pasado en una entrevista al periódico La Jornada: “Los libros de texto, que tuvieron su importancia en su momento, se han convertido ya en una traba para el desarrollo de la inteligencia. Estamos convirtiendo a México en un conjunto de gente que no sabe razonar ni pensar.”
Si el mercado de los libros se ha llenado de libros de texto, entonces ¿qué tipo de libros lee el mexicano cuando lee? Juan José Flores, vendedor de libros que trabaja en el CUCSH, comenta: “Cuando estás en un medio universitario es fácil darte cuenta qué tipo de libros compra la gente y, obviamente, no son libros de autoayuda, bestsellers de brujería o esoterismo, esos libros dentro de la universidad simplemente no se venden, porque interesan otro tipo de libros: ensayos de filosofía, crítica, poesía, teatro, estudios especializados, investigaciones, libros de ediciones viejas, etcétera”.
No obstante, en otros espacios se promocionan diferente tipo de libros; recuérdense, por ejemplo, algunos stands de la Feria Internacional del Libro que, aunque tienen colecciones literarias muy amplias, también ofertan textos como El alquimista de Paulo Coelho, y Harry Potter de J. K. Rowling, o Cañitas de Carlos Trejo, los cuales tienen mayor demanda e inversión en publicidad.
Para los creadores de América Latina la posibilidad de que sus libros sean editados pareciera remota, pues como lo sugirió el año pasado Braulio Peralta, editor de Planeta, aunque hay escritores de primer nivel, no se publican en España porque ese país tiene un complejo de superioridad frente a América Latina. Laura Esquivel, Jorge Volpi, íngeles Mastretta, Isabel Allende, e incluso a Gabriel García Márquez, hace 40 años experimentaron el rechazo de sus obras por parte de grandes grupos editoriales como Océano y Planeta.
César Hurtado, director de la editorial La Carreta, de Colombia, manifestó la pasada FIL que “somos receptores excelentes de los libros españoles, pero posicionar a nuestros autores es muy difícil; no creen que los latinoamericanos seamos capaces de pensar la cultura y realidad europeas, pero ellos se sienten con todo el derecho de pensar nuestra realidad”.
Estado-editor
A pesar de que las grandes corporaciones dominan el mercado librero, en México hay otras editoriales de gran importancia que pertenecen a instituciones descentralizadas del estado. Nos referimos a las editoriales universitarias, CONACULTA, Fondo de Cultura Económica, las ediciones del Colegio de México y del Colegio Nacional. Todas ellas producen anualmente una gran cantidad de libros de nuevos autores, reediciones, investigaciones académicas, títulos especializados, entre otros. A pesar de ello, en lugar de diversificarse la oferta de títulos en el mercado, las convierte en competidores muy difíciles de vencer para pequeños editores independientes.
Al respecto, Elena Alonso Pereda, en su estudio de mercado para la Oficina Económica y Comercial de la Embajada de España, manifiesta que: “Otro de los problemas a los tiene que enfrentarse la industria es la actividad editorial del Estado. Varios organismos públicos son editores de sus propios libros, el Estado se convierte así en el principal competidor de los editores mexicanos. Más del 60 por ciento de la producción editorial mexicana proviene del Estado, según datos de la Cámara de la Industria Editorial Mexicana”.
Arlequín, Sexto Piso y Aldus son ejemplos de los esfuerzos  independientes por abrir espacios para una literatura propia. Sin embargo, estas pequeñas empresas mexicanas se encuentran en clara desventaja al depender de las ventas de sus libros para financiar posteriores ediciones. En el mismo estudio, Elena Alonso indica: “La falta de lectores es el mayor problema al que se enfrenta la industria editorial mexicana. La población mexicana tiene muy poco hábito de lectura y busca materiales cargados de imágenes. Además, por este motivo, las tiradas son más pequeñas, lo que aumenta los costos de producción”.
Es por ello que siguen siendo las subsidiarias las que permanecen sin problema, pues éstas no dependen de las ventas para el posterior financiamiento de otras obras, lo cual propicia descuidos y desidia en la distribución de las mismas, dándose el triste y común caso de que los tirajes de becarios e investigadores quedan almacenados por largos años en bodegas del Estado.
En ese sentido, M. A. José Reyes González, profesor de Letras de la Universidad de Guadalajara, opina que “Las editoriales universitarias están en desventaja porque la inversión no se recupera […] no les interesa recuperar la inversión porque es dinero que ellos no están invirtiendo, y los derechos de autor cedidos a las universidades son más abusivos que las editoriales comerciales, porque en una editorial comercial puede negociarse un 8, 10 o hasta un 15 por ciento por un periodo corto de dos años de primera edición; en las editoriales universitarias los derechos de autor se los queda la universidad, con pagos abusivos de ese diez por ciento, que a veces se convierte en 15 o 30 libros para el autor.”

Traducción
De acuerdo con José Reyes González, profesor de Letras de la UdeG, la editorial mexicana debe de cubrir las necesidades de traducción, “trabajar con una escuela de traducción –que no tenemos, por ejemplo, en las universidades del país–, que se especialice a traducir de otras lenguas al español con nuestras propias competencias del lenguaje, con nuestra sintaxis.”
La falta de traductores mexicanos repercute en las obras contemporáneas traducidas por españoles para libros que se comercializan en América Latina, como es el caso de la obra de Charles Bukowsky, Chuck Palahniuk o Irvine Welsh, entre muchos otros.
Reyes González puntualiza que “generalmente las traducciones son elaboradas por personas cuya lengua materna no es el español que se habla en México, lo cual no significa que sean malos traductores, sino que es más difícil porque se trata de un idioma totalmente distinto”.

Precio único del libro

El pasado 30 de abril, la Cámara de Diputados aprobó finalmente Ley de Fomento para la Lectura y el Libro. Desde que el ex presidente Vicente Fox vetó la ley hace seis años, mucho se ha discutido. Esta nueva ley exige un precio único que permita el desarrollo y fomento de la lectura en todo el país. En otras naciones (con una cultura y consumo de libros muy superiores a los mexicanos), como Alemania, Francia y Dinamarca, la ley del libro ha comprobado tener efectos benéficos tanto para los productores como para los consumidores, puesto que garantiza un precio justo en la distribución de cultura, conocimiento y educación, un derecho tan básico como la salud y la libertad. Miguel íngel Junco, vendedor de libros en el CUCSH, asevera que “en México el problema es que las grandes librerías como Gandhi, El Sótano y Gonvill sí pueden ofrecer descuentos atractivos sobre el precio único, pero las pequeñas librerías saldrían perdiendo con la aplicación de esta nueva ley porque no tienen la capacidad de adquirir un volumen considerable que les permita competir con ellas”.

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