Dos expresiones culturales

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En 1959, con el título de “Las dos culturas”, el escritor, periodista y divulgador de las ciencias Peter Snow dictó una conferencia en Cambridge, Inglaterra, que, a la postre, tuvo un impacto inusitado. Con su propuesta postulaba que paulatinamente se han configurado dos expresiones culturales que se presentan como “antagónicas”: por un lado, las manifestaciones de la ciencia y, por otro, las obras humanísticas. Con dicha propuesta intentaba mostrar que, dado que toda manifestación de la conciencia que es asimilada por la sociedad llega a configurarse como un rasgo o manifestación cultural, entonces un tratado de física, la tabla periódica de los elementos o un texto de geometría no pueden ser considerados con menor rango cultural que las obras literarias, filosóficas o musicales.

Snow denunciaba como contraproducente la distinción social que se establece al reforzar la oposición entre quienes practican unas u otras manifestaciones culturales, porque cierran las posibilidades de entendimiento al tener cosmovisiones y lenguajes diferentes. En este sentido la cultura ingenieril, deudora del conocimiento científico, desarrolladora de la tecnología y receptora del gran aprecio por las sociedades contemporáneas, choca ante el supuesto carácter ocioso e improductivo de las humanidades, mientras que, los practicantes de las humanidades desatienden y subestiman el trabajo manual y práctico con que se asocia el trabajo de las ingenierías. El principal factor de cuestionamiento radica en la falta de comunicación que se establece entre ambas culturas, privándose así, unas a otras, de saberes o experiencias mutuamente enriquecedoras.

Otro factor que ha contribuido a profundizar la brecha cultural es la formación profesional de súper-especialistas que, al concentrar sus esfuerzos en fragmentos de la realidad, desatienden otro tipo de realidades que bien podrían ofrecer una mirada distinta a su objeto de conocimiento o, simplemente, una manera alternativa de experimentar y acercarse al mundo. Pero, en oposición a este planteamiento, se afirma que la especialización evita dispersiones y facilita la obtención de conocimientos más profundos y ricos de fragmentos inusitados de la realidad.

El desarrollo tecnológico contemporáneo nos ha puesto de frente ante nuevas realidades que parecen obligarnos a reanudar la comunicación entre las dos culturas.

La tecnología, independientemente de ser motivo inspirador de la literatura y la filosofía contemporánea, también conserva una fuerte carga humanista. La razón principal de su origen y destino tiene que ver con la satisfacción de intenciones humanas. Si bien hay episodios en la dinámica social que nos hacen ver a la tecnología como el principal enemigo de la naturaleza y la humanidad, la afirmación puede provenir de una falsa generalización ya que, a través del recurso tecnológico, en tanto conjunción de ciencia y consideración de intenciones humanas, se posibilita la gestación de las estrategias para atender aquellas consecuencias negativas e imprevistas.

Por su parte, convendría que las humanidades abandonaran de vez en cuando el encanto de mundos fantásticos y centraran su atención en las aportaciones de las ciencias y la tecnología que, en su materialización, generan expectativas, transforman las formas de entendimiento, modifican los criterios administrativos, alteran las vidas humanas o no humanas en todos sus ámbitos y son un factor sobre el que se configura el desarrollo de las sociedades futuras.

Sin duda son admirables los resultados de la súper-especialización, pero no podemos dejar de reconocer que en el mundo contemporáneo estamos frente a nuevas realidades que requieren de una mirada y reflexión conjunta entre las humanidades y las ciencias junto con la técnica. Pues la separación de dos culturas deja de ser un criterio de distinción social para presentarse como una limitante en el desarrollo del conocimiento y la humanidad.

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