¿Dólar a veinte pesos?; not yet

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Es la oficina de algún operador financiero en el lejano oriente: Hong Kong, Singapur o Shanghai, un simple golpe en el teclado de computadora desplaza millones de dólares de una cuenta a otra, de una moneda a otra, de un país a otro. Al final del día, el efecto acumulado de estos movimientos es la depreciación de la moneda y una sustanciosa ganancia para los especuladores. Es una historia común, ya contada varias veces en el pasado y responsable de la pérdida de valor de muy diversas divisas, algunas tan poderosas y emblemáticas como la libra esterlina de la Gran Bretaña.
Aunque la hipótesis de una conspiración extranjera contra el peso mexicano es atractiva y quizá ocurra, aunque en una escala más bien pequeña, no es de ningún modo la explicación fundamental de la aguda depreciación de la moneda mexicana, que si tomamos como punto de comparación el cierre de julio de 2008 (10.04 pesos por dólar estadounidense) supera ya el 50 por ciento en apenas siete meses.
Para entender los movimientos de la paridad cambiaria hay, por lo menos, dos enfoques: uno que considera al mercado de cambios como si se tratara de cualquier otro mercado sujeto a la oferta y la demanda y otro que considera que los tipos de cambio deben ajustarse para que el poder de compra de las monedas sea el mismo, lo que técnicamente se denomina “paridad del poder de compra”.
Si consideramos al mercado de cambios como un mercado de divisas, en nuestro caso principalmente dólares americanos, tendremos que analizar cuál es su oferta y su demanda. Del lado de la oferta están nuestras fuentes para obtener dólares como son: las exportaciones (manufactureras y de petróleo, principalmente), las remesas que los paisanos envían a sus familias, la inversión extranjera (financiera y productiva), la contratación de créditos (deuda externa) y los gastos de los turistas extranjeros en sus viajes a México. Todas estas fuentes nos proporcionan dólares que gastamos en las distintas formas de la demanda de divisas, como son las importaciones, las utilidades, comisiones y otros pagos a factores productivos extranjeros, la salida de capitales, el pago de intereses y principal de la deuda externa, los gastos del turismo mexicano en el extranjero y, por supuesto, la compra de dólares con motivos de ahorro y especulación.
¿Qué les ha pasado a la oferta y la demanda de dólares para que la depreciación de la moneda desde agosto supere el 50 por ciento? De entrada, la recesión económica de Estados Unidos se traduce, dada la fuerte dependencia económica, en una notable sequía de dólares para México: las exportaciones de enero de 2009 tienen una caída de 31.5% con respecto al mismo mes de 2008 y un comportamiento en la misma dirección debe estarse dando también en el envío de remesas, la inversión extranjera y los gastos turísticos de extranjeros en México.
En contrapartida, si bien las importaciones han disminuido, otras fuentes de demanda han aumentado notablemente como son la salida de capitales (entre otras razones para fortalecer los balances de las empresas matrices) y una mayor tenencia de dólares relacionada con los motivos precautorios y especulativos.
¿Es inevitable, entonces, que la recesión económica termine por llevar la paridad a niveles de, digamos, 20 pesos por dólar? Un escenario tan negativo no es, por ahora, una fatalidad inevitable. Tres factores podrían ayudar a evitarlo: primero, la especulación podría frenarse con una percepción más precisa de los mercados, para establecer que los fundamentos macroeconómicos de México son sólidos y que no existen las amenazas de vencimientos exorbitantes de deuda externa y de caída de los precios petroleros, como ha ocurrido en el pasado, en la víspera de otras depreciaciones del peso. En segundo lugar, las reservas internacionales dan un margen de maniobra para fortalecer la oferta de dólares y desalentar la especulación, sin olvidar que el Tesoro norteamericano tiene abierta para México una línea swap por 30 mil millones de dólares y, finalmente, mantener altas las tasa de interés internas puede ayudar a evitar la salida de capitales y fortalecer así al peso.
Si estas razones para evitar una mayor depreciación serán más poderosas que las fuerzas de la recesión, el crunch financiero y la especulación es algo que sólo podrá dirimirse en el transcurso de las próximas semanas. La respuesta dependerá en buena medida de la capacidad del gobierno de los Estados Unidos para emprender un rescate viable y creíble de su sistema financiero.
Mientras se declara un vencedor, que nos sirva de consuelo la teoría de la paridad del poder de compra. De acuerdo con ella, el tipo de cambio debería ser tal que permita adquirir una canasta representativa de bienes a un precio equivalente entre los diversos países. Si esto no se cumple es por que la moneda nacional está sobrevaluada o subvaluada. La revista inglesa The Economist, como seguramente muchos lectores lo saben, entre bromas y veras ha publicado durante muchos años un índice de paridad del poder de compra, llamado índice BigMac, el cual establece la comparación entre monedas atendiendo sólo al valor de esta hamburguesa.
Que nos sirva de consuelo decir que según el cálculo más reciente del BigMac, publicado el pasado 22 de enero, el peso mexicano mostraba una subvaluación severa, de alrededor de 35 por ciento con respecto al dólar y que la paridad para igualar el poder de compra debe ser más o menos de 10.70 pesos por dólar.
Así que ¿Dólar a 20 pesos?; not yet.

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