Dinero facilito que sale caro

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Carmen (nombre supuesto) vive al sur de la ciudad. Empleada de una tienda de abarrotes, con el sueldo que percibe junto al de su esposo, un chofer de taxi, apenas cubre las necesidades básicas de su familia. Dice que el día que él sufrió un accidente, comenzaron sus males.
Internado, en estado grave por más de una semana, la cuenta del hospital se incrementó a cifras preocupantes para la familia. Carmen pidió entre los conocidos un préstamo para solventar la deuda hospitalaria. Una vecina la recomendó con su cuñado. Después de hablar con él y firmar un pagaré a un año, obtuvo los 50 mil pesos que necesitaba para llevarse a su pareja a casa.
Antes lo había hecho. Un par de ocasiones pidió prestado dinero, pero nunca una cantidad así. Se lamenta. Cada mes debía solventar una parte de la deuda, más el 12 por ciento de intereses sobre lo que quedara del capital: cerca de cuatro mil 500 pesos. Rápidamente su economía y su calidad de vida comenzaron a deteriorarse.
En seis meses tuvieron que vender su carro modelo 80 para saldar una parte del préstamo. Dejaron de salir los fines de semana. El esposo trabajaba más de 12 horas y ella comenzó a vender cosméticos y zapatos por catálogo en sus tiempos libres. Casi nunca completaban la cifra pactada y la cuenta aumentaba cada vez más.
Al cumplirse un año, el acreedor los citó en su casa. Ahí les advirtió que debían pagarle en menos de tres meses o procedería con una demanda civil. Hicieron todo lo posible por reunir dinero, pero solo pudieron abonar 10 mil pesos. “Quisimos ahorrar lo mas que pudiéramos, pero mi esposo trabajaba mucho y sacaba poco. Yo vendía bien, pero nunca pudimos guardar dinerito. Todo se nos iba en el abono y los gastos de la casa”.
Una vecina le aconsejó pedir otro préstamo al banco, pero uno de los requisitos era presentar las escrituras de una propiedad que ellos no tenían. Quisieron negociar un nuevo plazo con el prestamista, pero éste no accedió. Por el contrario, los amenazó con meterlos a la cárcel. La deuda ascendía para entonces a casi 100 mil pesos y ellos sospechaban que había hecho mal la contabilidad de los pagos. Él no les dio ningún tipo de recibo que comprobara sus abonos.
El citatorio llegó un mes después. Intentaron hablar con el agiotista, pero éste ni siquiera quiso escucharlos. Temerosos, Carmen y su familia decidieron cambiar de casa. Supieron por conocidos que él los buscaba. “Un día llegó a la casa con dos hombres grandes. Yo me asusté y no quise abrirle. Regresó al otro día. Estoy segura que nos quería golpear”.
Mediante una llamada por celular, los amenazó de muerte. Ella le pidió que les dejara seguir pagando cada mes. No obtuvo respuesta. De nuevo tuvieron que cambiar de casa y hasta de números telefónicos para que no los encontrara. A más de un año, Carmen vive asustada. Ella y su familia evitan salir lo más posible. “Pues sí tengo miedo, pero creo que nosotros teníamos la mejor intención de pagar. No queríamos problemas. Si él nos deja, podemos volver a darle algo cada mes. ¿Cuánto le debemos ahorita? No sé. Yo creo que unos 200 (mil pesos), más o menos. Ni modo, de alguna manera lo tendríamos que pagar”.

Un buen negocio
La crisis económica de 1994 fue benéfica para ella. A poca gente los bancos pagaron altos intereses por sus ahorros e inversiones. Doña Paty fue una de ellas. Eso le permitió hacerse de un buen capital, que deseaba invertir en un negocio. Una compañera de la oficina de gobierno donde trabajaba, le ofreció asociarse para prestar dinero con réditos.
Reunieron el capital suficiente para cubrir las necesidades de sus primeros clientes. Con intereses de entre cinco y 10 por ciento, su dinero incrementaba poco a poco. Compañeros, vecinos, amigos y hasta sus familiares acudían a ellas para buscar ayuda económica.
El “negocio” prosperaba: terminó de pagar su casa, cambió de coche y mandó a sus hijos a la universidad. Luego su socia decidió dejarla sola. Aún así, continuó dedicándose a prestar a la gente.
“Sí es un buen negocio. Si te sabes administrar puedes sacar un buen dinero. Cierto es que llegué a ganar dinero suficiente para darme ciertos lujos. No me quejo porque me hice de mis cosas. La gente siempre va a tener deudas o improvistos que no puedan pagar. Ahora más con la crisis que tenemos en el país. En cierta manera les ayudamos, aunque es frecuente que se acerque gente que no tiene la menor intención de pagar”.
Dos años más tarde la indemnización por el despido injustificado de su trabajo la ayudó a reunir dinero para poner un negocio. Fueron años de bonanza económica que comenzaron su declive después de que quedó viuda. Aunque vendió su pequeña empresa, prosiguió prestando. Eso la sacaba a flote.
“Tenía muchos clientes, pero no sé porqué empezaron a dejar de pedirme. Creo que tuvo algo que ver que los bancos empezaron a dar tarjetas de crédito y a prestar dinero si eras cliente. Pienso que la gente prefería pedirles a ellos, aunque la verdad es que ellos sí son peores y si no pagas, te cobran a lo chino. Cuando uno presta, puedes negociar con la persona, pero los bancos dicen: ‘me pagas o me cobro’”.
Los clientes escaseaban y muchos de los que antes tenía dejaron de pedirle dinero, porque no pudieron pagar deudas anteriores. Ahora doña Paty presta “una décima parte de lo de antes”. Lo hace con más cautela. En los últimos años el dinero invertido en abogados fue mayor que lo que su “negocio” le dejaba.
“Mucha gente no paga. Además de que pierdes tu dinero y lo que pudiste haber ganado, tienes que desgastarte peleando por lo legal, contratando abogados y buscando a la gente. Una vez fui a cobrar a una señora y salió su hijo muy drogado y ya nos quería acuchillar. A veces es más lo que arriesgas que lo que ganas”.

En la informalidad
De acuerdo a la Ley de ahorro y crédito popular en México, los prestamistas y todos aquellos que perciban recursos económicos mediante intereses financieros (incluidos quienes organizan las famosas “tandas” o “rifas”), están obligados a registrarse en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y pagar impuestos por la captación de dichos recursos.
Sin embargo, pocos de quienes realizan estas actividades cumplen con este requerimiento, asegura la investigadora del Departamento de Finanzas, del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas, Antonia Mondragón Carrillo.
Esta actividad es desarrollada en la informalidad, pues los préstamos se hacen de persona a persona, con los vecinos o amigos, sin que medie ninguna empresa o institución y quienes han solicitado los servicios del prestamista, los van recomendando a conocidos o familiares. La mayoría tienen un empleo formal y lo que ganan con los intereses es un ingreso extra para su economía. Esto propicia que ni la Secretaría del Trabajo ni la de Hacienda sepan de su actividad.
Aunque estas personas obtienen ciertas ganancias por el cobro de réditos de entre cinco y hasta 15 por ciento mensual, en opinión de Mondragón Carrillo, lo que ellos ganan no es comparable con lo que cobran los bancos o instituciones financieras de préstamo. “Los agiotistas son menos acaparadores que la banca o las sociedades de inversión, porque ellos prestan con mucho menos interés. Si la banca cobra entre 70 y hasta el 200 por ciento de interés anual, los particulares prestan con el 50 por ciento anual”.
Asegura que de alguna manera eso les da cierta ventaja ante los bancos, pues es más fácil que una persona le pida dinero al vecino que presta, porque sabe que con él puede negociar la deuda y le da más tiempo para pagar. En cambio una institución financiera lo presiona constantemente para que liquide. Estas nunca van a perder. Si el cliente carece de efectivo, se quedan con las pocas propiedades que tengan: casas, coches, aparatos electrónicos.
La académica del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas (CUCEA), señala que a pesar de lo que se pudiera creer, muchos de los agiotistas particulares tienen más pérdidas que ganancias, porque pocos saben administrar sus pasivos. “Tendrían que conocer de finanzas para recuperar su dinero prestado de la mejor manera. Al acudir a la ayuda de un abogado, éste comienza a cobrar desde el primer momento que acepta recuperar la cartera vencida. Entonces el agiotista tiene que meterle dinero bueno al malo. Lo ideal es que lleguen a arreglos con los clientes para recuperar por lo menos el capital. Algunos se basan en tomar las alhajas como garantía, pero no saben valuarlas y suelen tomarlas por más dinero que el que invirtieron. Así no es posible obtener buenas ganancias”.

Un engaño
La Ley de ahorro y crédito popular, expedida por el gobierno federal, permite la conformación de sociedades financieras populares que se dediquen al préstamo de dinero a cualquier persona. Estas son las que ofrecen a la ciudadanía “dinero rapidito” y “abonos chiquitos”, que a la larga resultan una trampa para quienes acuden a éstas.
La académica del CUCEA afirma que el gancho de estas financieras –que pueden ser instituidas con un mínimo de cinco personas y un capital de mil pesos– es ofrecer dinero a pagar con pequeños abonos semanales. Esto atrae sobre todo a personas de escasos recursos que no cuentan con respaldo bancario. “Es un engaño. Hemos hecho estudios que nos indican que un crédito de cinco mil pesos se convierte en una deuda de 20 mil pesos, porque los intereses que cobran no son sobre saldos insolutos, como ellos aseguran. Por ejemplo, ofrecen abonos de 100 pesos a la semana, pero los disfrazan para que la gente no sepa que cada mes tiene que dar 400 pesos, más los intereses. El cliente termina pagando casi mil pesos, pero el rédito que debe aportar no baja”.
Constituidas como sociedades anónimas o mercantiles, estas instituciones captan y prestan recursos como si fueran un banco, pero no están dentro del sistema bancario y tampoco son cooperativas, porque las ganancias se reparten entre unos pocos.

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