Diez padurianas por Padura

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Las padurianas son breves textos centrados en el universo literario de Leonardo Padura, escritor cubano que ofrecerá la conferencia “Padura por Padura”, el 3 de noviembre en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades. Nacen de las experiencias personales de lectura, especialmente de las novelas policíacas protagonizadas por el detective Mario Conde. Juntas son un homenaje a este autor.

Primera. Las novelas de Padura me dan ganas de fumar por todos los poros, de abrir la ventana y oler el amanecer, de palpar el granuloso sabor de la sal en el aire, de servirme otro ron de caña brava y darme cuenta, al final, que en la hamaca de mis sueños está la verdad.

Segunda. En mi silencio de palma sola, decía el detective Mario Conde, se condensan los tumbadores sones del Compay Segundo, la trova de Silvio Rodríguez, que de tan panfletaria se volvió poética, y la cavernosa voz de John Fogerty del Creedence Clearwater Revival, que en su disfonía pantanosa me anuncian: que al final de mi guerra, de mis horas, de mi día, hay una mulata esperando en el Malecón con mis deseos untados en la piel.

Tercera. En mi adolescencia quise ser escritor, pero de mi pluma salían solamente historias de amor. Cuando publiqué mi primer cuento, motivado por mi entusiasta maestra de literatura en una revista juvenil del pre de la Víbora, la censura escolar me reprimió. Me llamaron maricón, reaccionario, elemento subversivo. Las autoridades clausuraron la revista, retiraron a mi maestra y nos enseñaron a escribir verdadera literatura revolucionaria. Hoy soy policía, pero a veces cuando me enamoro, vuelvo a mi abandonado oficio. La literatura suele ser como un viejo amor que da razones para no olvidar.

Cuarta. Mi mejor amigo, el Flaco —que hoy es gordo—, es un héroe. Fue a Angola a extender la revolución del proletariado. En África perdió sus piernas y cuando regresó a casa, en el Periodo Especial, recibió del Estado una silla de ruedas como medalla. El compañero Fidel le regaló uno de sus supremos cigarros y se fotografió con él. Hoy mi amigo vive solo con Jose, su madre. No se suicidó, no protestó, no conspiró… no se amargó. Anoche desde el rincón de su casa donde suele pontificar a la vista de la famosa fotografía con Fidel, nos sermoneó a todos. Nos dijo que la vida es bella y no hay que jodernos la existencia quejándonos.  Mi amigo el Flaco —que hoy es gordo—, es un héroe de verdad.

Quinta. Siempre hay alguien envidiando el pasado del otro, el trabajo del otro, la fama del otro, la mujer del otro; pero jamás habrá quien envidie la muerte del otro. En estas cavilaciones estaba Mario Conde, mientras observaba las nalgas de la mujer del otro al servirle el café.

Sexta. La naturaleza del detective Conde se explica en los rasgos que Padura le asigna como un homenaje, como un tributo a todos los detectives que han sido y siguen siendo los verdaderos protagonistas del género policial: el romanticismo de Monsieur Dupin, la metodicidad analítica de Hércules Poirot, la excentricidad misantrópica de Sherlock Holmes; el tabaquismo irónico de Sam Spade; el olfato canino de Jules Maigret; la brutalidad enamoradiza y hasta cursi de Filiberto García; la obesa terquedad del Agente de la Continental; el aliento alcohólico de Phillip Marlowe, y un largo etcétera concentrado en Mario Conde quien, además, como todas las mañanas no quiere ir a trabajar el día de hoy a la Estación.

Séptima. Las reglas narrativas que definen las historias de Padura son muy parecidas a las reglas del beisbol, deporte rey del alma caribeña. Alguien lanza, alguien cacha. Alguien batea. Algunos, tiene la paciencia de un jardinero central, otros la urgencia de un short stop. El detective es el pícher, sabe que su permanencia en la loma de lanzamientos está cercada por la voluntad del coach, que como Dios decide cuánto tiempo seguirás lanzando. Padura ve en las tres aduanas del diamante de juego, estaciones vitales que se cumplen a cada entrada. Los bateadores pasan de víctimas a victimarios moviendo la pelota en un juego trepidante como la vida, que, en muy contadas ocasiones, suele salir de su pastosa regularidad por un jonrón.

Octava. El ron es el nepente del pueblo cubano. Conde huye de las formas folclóricas y turísticas de beberlo. Aborrece los mojitos y detesta las cubas libres. El ron debe beberse solo, sin hielo para paladear su real octanaje. De preferencia en un vaso ancho y enano para apreciar su ambarino continente y sentir su farragoso y delirante tránsito a la embriaguez. El ron no es como el tequila, no pretende hacer olvidar, por el contrario, y ahí su beligerancia calórica, es una bebida destilada por piratas hecha para no olvidar, para ir siempre al abordaje.

Novena. Padura es el equilibrista famoso de un circo en ruinas. Ha decidido vivir en Cuba siendo uno de los más acerados e inteligentes críticos del régimen. Habla, expone y difunde sus ideas sobre todo en el extranjero, pero es tal su prestigio que el gobierno lo tolera y se contiene. Padura es leído y aceptado por griegos y troyanos. Es sin duda un hombre progresista dentro de una revolución que dejó hace mucho de serlo. Padura y algunos otros intelectuales de la isla tienen hoy un gran compromiso: escribir el presente de Cuba desde la credibilidad del compromiso social.

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