Diego Golombek el anti-Nobel argentino que ha puesto a la ciencia a ladrar

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Un día del año 2007, el profesor Diego Golombek, doctor en biología por la Universidad de Buenos Aires, director del Laboratorio de cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes,  en Argentina, recibió un correo electrónico que lo dejó absolutamente asombrado.
Ganador de varios reconocimientos por su labor de investigación científica, como el Premio nacional de ciencia en su país natal y el premio “Ciudad capital Heberto Castillo” del Instituto de Ciencia y tecnología del Distrito Federal, en México, no daba crédito a lo que leía.
Marc Abrahams, escuetamente le informaba que “Por su artículo en colaboración con Patricia Agostino y Santiago Plano, titulado Sildenafil accelerates reentrainment of circadian rhythms after advancing light schedules (mencionado muchas veces por Golombek como “Acelerando el reloj biológico: efecto de sildenafil en la sincronización fótica en hamsters), que fue publicado el 5 de junio de 2007 en el volumen 104 de los Proceedings of the National Academy of Sciences, usted ha sido declarado ganador del premio Ig-Nobel”.
Aunque se trate de un premio, ganar un Ig-Nobel (juego de palabras que podría traducirse como “innoble”) puede significar para la mayoría de los científicos algo semejante a una maldición. Pero Diego Golombek no es un científico como la mayoría.

De la risa a la reflexión
A los premios Ig-Nobel se les conoce como los “anti-Nobel”, porque se otorgan a “investigaciones improbables” que cuentan con la nada sencilla capacidad de “primero hacer que la gente ría, y después hacer que piense”.
De acuerdo con el reglamento de selección, toda una original declaración de intenciones dentro del mundo de la investigación científica, poco tolerante al relajo y al humor.
Para ejemplificar esto, basta recordar que el Ig-Nobel de biología en 2008 fue para Marie-Christine Cadiergues, Christel Joubert y Michel Franc, por demostrar que las pulgas saltan más sobre los perros que sobre los gatos, o que el de física en 2007 fue para L. Mahadevan y Enrique Cerda Villablanca, por su estudios sobre los patrones que describen las sábanas al arrugarse.
El premio de Golombek pertenecía a la categoría “aviación” porque demostraba que los hámsteres pueden reducir los estragos del desfase horario (conocido como “Jet-Lag”) si ingieren sildenafil (“Viagra”) previamente.
¿Un científico no tiene permitido reírse? Peor aún: ¿un científico no tiene derecho a reírse de sí mismo? Marc Abrahams, creador e impulsor de estos premios, piensa lo contrario, convencido de que el humor es una buena estrategia para la reflexión, algo en lo que coincide con Diego Golombek, un verdadero maestro en  el manejo de las emociones para despertar el interés por la ciencia.
Prueba de ello es el absoluto éxito que ha tenido con su serie de televisión llamada “Proyecto G: ciencia a lo bestia” en el que muestra la ciencia en la vida diaria, pero “con mucha ficción y humor; aparecen actores, pero también científicos, colegas, disfrazados de barrenderos, plomeros o cuidadores de una jaula del zoológico, y hacia el final del programa te enteras que esa persona era un físico, un matemático, un biólogo.
Esto es importante porque humaniza a los científicos, los hace cómplices de esta forma de contar la ciencia que les es bastante ajena: los científicos están acostumbrados a contar una ciencia seria y solemne a sus colegas”, según palabras del propio Golombek, que con sus colegas se despacha hablando monstruos y mutaciones; de futbol, física y matemáticas; del sueño y de la risa; de los efectos del vapor del agua caliente de la regadera en la acústica;  de por qué los panes tostados siempre caen con la mermelada hacia abajo.

Ciencia que ladra… da señales que cabalga
Dice Federico Solórzano, doctor honoris causa y maestro emérito de la Universidad de Guadalajara, que para ser un verdadero paleontólogo no basta con estudiar y saber observar y excavar, sino que también hay que hacer que los huesos y las piedras hablen, que nos cuenten sus historias.
Desde hace más de 7 años Golombek ha logrado algo igual de difícil: hacer que los científicos hablen (bien) de lo que hacen, a través de una colección de libros que rebasa los 40 títulos, muy bien presentados y de precios asequibles; entretenidos y sin “dificilismos”, pero sin concesiones al rigor científico, todos ellos escritos por científicos expertos en el tema, comprometidos a construir un relato “similar a una novela, como una obra de ficción que no puedas dejar de leer” —tal como ocurre con los buenos libros—. La colección fue bautizada “Ciencia que ladra…” e incluye auténticos éxitos de ventas que han vendido cientos de miles de ejemplares hablando de… ¡matemáticas!
Debido a esta encomiable, envidiable y necesaria labor, Diego Golombek pisará suelo mexicano los días 4 y 5 de diciembre para recibir un pequeño homenaje en el II Coloquio internacional de cultura científica, dentro del programa de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Escucharlo es una irresistible y extraordinaria invitación a la ciencia más emocionante, aquella que nos mueve a volver a dudar de nuestras certezas sobre el mundo que nos rodea, que nos provoca a mirar con atención, a recuperar la capacidad de asombro e interrogarnos por los fenómenos más rutinarios, a imaginarnos: y qué pasaría si…

*Centro Universitario de los Lagos de la Universidad de Guadalajara.
Red de Comunicación y Divulgación de la Ciencia, Unidad de Vinculación y Difusión

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