Día mundial del agua: oportunidad para repensar el modelo de desarrollo urbano

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El 22 de marzo se conmemoró el Día mundial del agua. Una de las lecciones fundamentales de la discusión mundial sobre la recuperación del líquido consiste en que es imposible resolver el problema del agua en las ciudades en un contexto de desarrollo urbano distorsionado. De ahí la necesidad de replantear el modelo hacia un esquema verdaderamente sustentable.
Un programa ambiental urbano no pude basarse en la construcción de torres habitacionales de lujo (“redensificación”), el despliegue de ciclopistas y el remozamiento de parques. Se requiere de una visión integral que ponga en el centro de la estrategia al medio ambiente y que active todo el aparato de políticas macroeconómicas en ese sentido. Se requiere desactivar la idea que prevalece en el discurso oficial sobre la supuesta contradicción entre los objetivos del desarrollo y la preservación del medio.
En una carrera hacia la “civilización” planteada de esta manera, la destrucción siempre llevará la delantera. Por ello, nuestras ciudades se han convertido en campos de batalla contra la naturaleza, en donde cotidianamente vemos como avanza la deforestación urbana, la contaminación del agua y del aire y en general el deterioro de todos los sistemas de soporte de vida.
Con el pretexto del progreso, las autoridades permiten y colaboran con la desaparición de las zonas de recarga de acuíferos como en Los Colomos y con la destrucción de las zonas verdes que le dan el clima a la ciudad, como en la Avenida López Mateos, y la cañada de Oblatos. Ante esta lógica depredadora no hay política pública que funcione: por necesidad la política ambiental del modelo actual es tardía e insuficiente.
La columna vertebral de esta lógica autodestructiva es la concentración urbana. A pesar del cambio de estrategias de desarrollo urbano que se efectúa en ciudades modernas, la centralización regional sigue siendo el objetivo de las políticas de desarrollo en nuestra ciudad: así lo evidencian los planes actuales de desarrollo, el “flamante” Código Urbano y demás proyectos en marcha.
Lo anterior, a pesar de que existe la conciencia inclusive en instancias gubernamentales, de que el origen de los problemas que tiene la ciudad se fundamentan en que el espacio urbano ha alcanzado sus límites: el hacinamiento, la mala calidad de los servicios, la inseguridad y la falta de agua, por sólo mencionar algunos, son consecuencia de una estrategia de crecimiento urbano extensivo y descontrolado, en donde los programas del gobierno sirven como formidables catalizadores.
Así, en la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG) el signo distintivo sigue siendo la construcción de un polo de atracción que concentra la mayor parte de los recursos, la actividad y la población en detrimento de sus regiones aledañas. Esta lógica es la que fundamenta las decisiones de la política pública en todos los campos: en la inversión, el transporte, la vivienda y el agua. Sólo bajo esta perspectiva, bajo la presión de la demanda acelerada de servicios, se pueden entender proyectos tan irracionales como la presa de Arcediano, que obligará a los habitantes de la ZMG a beber sus propias aguas negras.
Bajo esta lógica, el gobierno ha considerado a los críticos del modelo urbano, como “enemigos del progreso”. Lo cierto es que la experiencia de centros urbanos sustentables en otros países nos habla de la importancia de la acción coordinada entre autoridades y sociedad. Así lo exigen, también, los diagnósticos internacionales como los realizados por la OCDE. No son suficientes las ventanillas de quejas y la realización de amañadas consultas de opinión ciudadana. Es necesaria la creación de mecanismos funcionales en donde se tomen en cuenta los intereses ciudadanos, las opiniones de ONG’s y de los especialistas independientes nacionales y extranjeros, para la toma de decisiones, el monitoreo y la sanción de los programas de desarrollo urbano-regional.
La nueva estrategia de desarrollo urbano debe plantearse como eje la reconciliación de los imperativos ambientales con los económicos y los sociales. La inversión pública y los programas gubernamentales, deben concentrarse en proyectos para la revitalización de la ciudad y el aprovechamiento de los recursos urbanos existentes: se trata de convertir a la calidad del medio ambiente en el primer atractivo para la inversión productiva. La recuperación de los espacios grises, la rehabilitación de cuencas urbanas y la recuperación del legado cultural, son sólo algunas de las acciones que pueden revertir las tendencias de crecimiento extensivo actual.
La idea fundamental detrás de la nueva estrategia de desarrollo urbano se centra en el entendimiento de que el progreso social es imposible bajo un esquema de destrucción ambiental, o si no preguntémonos: ¿de qué nos serviría la riqueza material en un ambiente degradado?

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