«De otra cosa»: el texto en sus realidades

El último libro publicado por el poeta Luis Vicente de Aguinaga, un plaquette de 16 páginas, contiene mucho más que lo que en su extensión de páginas se exhibe: en el texto a través de la sinécdoque se ofrecen aseveraciones, reflexiones breves y aforismos en torno a diversos tópicos, entre los cuales, quizás el principal sea el poema

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Es imposible decir exhaustivamente
qué cosa es un poema

Luis Vicente de Aguinaga

Como una realidad abstracta, de amplitud indeterminada, así puede ser comprendida la existencia del texto. En esta existencia, la dificultad en funciones fronterizas entraña -y se moviliza- el ser de las significaciones como en un juego de espejos y, en no pocas ocasiones, como en una fuga por los rumbos del pensamiento. Quien se introduce en una realidad de significaciones así, es posible que padezca la mutación de un entretejido y de un entretenido fulgurar de ideas y de imágenes extrañas, como quien mira las maravillosas coloraciones de los fuegos artificiales. 

He recibido -como un regalo- la realidad abstracta de un texto llamado De otra cosa, un texto que resuena en tonalidades intensas. Es un texto cuya amplitud se expande hasta los confines que el pensamiento de Luis Vicente de Aguinaga puntea, como quien juega a dibujar constelaciones en un cielo interior de noche oscura.

Mejor que observar el estatus o el prestigio del autor por quien fulguró la realidad en sus significaciones, habría que escudriñar y encontrar las formas en que le ocurrieron a Luis Vicente todas esas fuerzas energéticas que por su texto emanan. Me parece que una de esas fuerzas fulgurantes es la que sucede cuando se palpa el vacío de una ausencia; es así que, en De otra cosa, se presenta la huella de esa ausencia en el nombre de un poeta, muy amigo de Luis Vicente, y a quien se lo dedica escribiendo estas palabras: In memoriam Ángel Ortuño. 

Otra fuerza que está impulsando y entretejiendo las constelaciones en dicho texto, me parece, es la de un pasado dispuesto en instantes: “Ayer, poniendo un poco de orden en mis libros, empecé a hojear el catálogo que publicó la Universidad de Guadalajara por los veinticinco años de José Fors”; o también este otro instante: “Hoy empaqué los libros de Juan Goytisolo para llevarlos al estudio. Caben todos en una caja fácil de transportar, solo un poco más grande que un cartón de cerveza”.

Foto: Adriana González

Quizás, para algunos filólogos de la vieja guardia, mejor que analizar y estudiar al autor o autora del texto, sería conveniente situar el objeto textual en su condición de fenómeno cultural e histórico, y en consecuencia, ir a la caza del tipo textual que está funcionando ante sus ojos y dentro de sus pensamientos. Esto es, se obsesionan por querer atrapar la manera de ser y de significar en que están mudando las palabras en esa amplitud de proposiciones en red.

Para quien escribe sobre esta realidad abstracta y de amplitud indeterminada, lo realmente apasionante es el poder experimentar las fuertes cargas energéticas que suceden en los silenciosos laberintos de la mente, sin que en absoluto importe saber si es un texto literario, si es un texto académico, si es un texto sobre inteligencia artificial o sobre desastres de cualesquier especies.

¿Tiene acaso alguna importancia saber qué clase de texto es De otra cosa, cuando lo que hay en dicho trabajo -publicado hace apenas unos meses (febrero del 2022)- contiene mucho más que lo que en su extensión de páginas se exhibe? Digamos que en el texto de Luis Vicente está operando la sinécdoque, a través de la cual se ofrecen convicciones, aseveraciones, reflexiones breves, aforismos, en torno a diversos tópicos, entre los cuales, quizás el principal sea el poema.

En y por De otra cosa, experimenté las profundidades del vacío insondable en que se realizan tantas y tantas metamorfosis de realidades semiológicas. De tal modo, que he escuchado y tocado el rumor de los enjambres significativos en varios de los recovecos de mi memoria.

Allí en ese vacío de profundidad oscura y silenciosa, el resonar es como un andar impulsado con la fuerza de los ecos, es un andar y viajar sin fin. Es un vuelo al ras de piel

Con la emoción que da el estar de pie ante las profundidades del vacío, aparecen las siguientes interrogantes: ¿Para qué escribir y leer gruesos libros? ¿Por qué habría que seguir soportando textos de redundancias excesivas; textos sobre una misma idea, sobre una misma anécdota, sobre una misma historia? ¿Será necesario continuar en esa línea de las tradiciones literarias a ultranza? Me hago estas cuestiones, debido a que el texto de Luis Vicente es una plaquette de apenas 16 páginas.

Es tal vez por esto que el poema –el artefacto que mejor conoce Luis Vicente- aterra a muchos, sobre todo a quienes padecen el horror al vacío, porque en dicha forma textual la presencia es un esqueleto, o bien, son pasadizos por donde las voces suenan, suenan y escurren, escurren y corren, y saltan, y saltan al gran vacío que es la vida misma.  Son las formas del poema huesos prodigiosos, capaces de sostener y de afrontar realidades caóticas, realidades complejas como el texto en la sonoridad de muchas huellas, realidades onerosas como el desconocimiento hacia la muerte. 

El texto de Luis Vicente de Aguinaga: De otra cosa, sea lo que sea: es.

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