De la sierra huichola a la esperanza

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VíCTOR MANUEL PAZARíN

A lo largo del tiempo, desde que los colonizadores llegaron al Nuevo Mundo, la población indígena de lo que primero fue la Nueva España y ahora es México, ha sufrido vejaciones rotundas. En lo que en un momento se pudo considerar un asunto propio de las circunstancias históricas, imperdonables en cualquier caso, los naturales sufrieron la esclavitud, la muerte, el despojo de sus tierras y la mutilación de sus creencias, esa cosmogonía que le diera razón a su existencia.
Durante cinco siglos, los indígenas mexicanos han luchado por su supervivencia y eso los ha llevado a resguardarse en territorios alejados –fuera de la civilización “moderna y tecnologizada”– que les son propios; se han revelado y se les ha vuelto a someter; se les considera ciudadanos de una nación multicultural en la Constitución, no obstante a ello, aún en nuestros días se les discrimina y se les deja morir de hambre, como es el caso de los tarahumaras; se les usa de sirvientes en casas de ricos; se les persigue en la ciudades y se les nombra, en el caso de las mujeres, con el despectivo nombre de “Marías”; se les acusa de apestar, como lo hizo el funcionario de Sedesol, Carlos Talavera Leal, quien comentó en internet que “el olor y la higiene de las mujeres indígenas dejaba mucho que desear”, y ahora el gobierno federal “ha entregado al menos 22 concesiones mineras de la empresa canadiense First Majestic Silver Corp en el área de Real de Catorce, a través de la firma mexicana Real Bonanza SA. de CV. De las cerca de siete mil hectáreas concesionadas, 70 por ciento de esa superficie es de la reserva de Wirikuta”, como lo informó el diario Milenio el pasado 27 de octubre de 2011, pese a las diferentes manifestaciones donde se le ha exigido al presidente Felipe Calderón que pare las obras. Sin escucharlos, se ha iniciado ya la destrucción, a pesar de que el lugar, ubicado en la Sierra de Catorce y el Bajío, es territorio sagrado y fue declarado Reserva Ecológica Natural y Cultural incorporado por la Unesco a la Red Mundial de Sitios Sagrados Naturales.
En México la impunidad es cotidiana, y la discriminación de las personas de origen indígena está en primer orden. En nuestro país se mata a los naturales, se les encarcela injustamente, se les emplea como sirvientes con una paga ínfima, se abusa sexualmente de las mujeres, se les golpea en las plazas públicas porque venden y, sin embargo, pese a toda la carga histórica que conllevan los miles de abusos, en Guadalajara, cuarenta almas de origen Wixaritari han vuelto a creer en los “mestizos”, como ellos los llaman, y han bajado de la Sierra Madre Occidental de Jalisco, Nayarit y Durango, donde se ubican sus pueblos, porque tienen la esperanza de volver a renacer y defender a los de su raza de las injusticias; y por ello, desde el pasado mes de enero, forman parte de un proyecto singular y, al parecer, único en México.

De la sierra a la ciudad
Los cuarenta jóvenes que ahora me rodean (ocho de ellos mujeres), visten sus trajes de gala y leen poemas en voz alta. Tienen una letra impecable y son muy inteligentes y sensibles. Discuten con un amplio léxico en castellano y mantienen en sus pensamientos sus lugares de origen. Han llegado a Guadalajara hace algunas semanas con el propósito de prepararse académicamente. Tienen la anuencia de sus familias, pero los sacrificios no son pocos, pues algunos ya son padres y han dejado a sus hijos en la sierra. De los cuarenta jóvenes elegimos a tres, ellos en sus personas traen su mundo y la visión de sus comunidades, que a continuación describen con sus propias palabras.
Ante sus familias y autoridades, en diciembre pasado, todos rindieron protesta y se comprometieron ante ellos. Son cinco los compromisos mientras estén estudiando en la ciudad de Guadalajara: 1) Mantener su sentido de identidad; 2) utilizar con gallardía y respeto su vestimenta tradicional; 3) mantener viva su lengua materna; 4) sostener vital su cultura, y 5) cumplir sus actividades académicas y realizar investigaciones en sus comunidades. Y al terminar sus estudios se han comprometido a retornar a sus pueblos para defender sus intereses, promover el desarrollo y coadyuvar a que otras generaciones se sigan formando.
Ellos provienen, sobre todo, de poblados ubicados en las regiones de Mezquitic y Bolaños, y han tenido que viajar muchas horas para venir y expresar sus palabras.
“Me llamo Saria Wiwiema Lara Rentería —Wiwiema significa Milpa espigada—, tengo 19 años y vengo de la comunidad Ocota de la Sierra. Mi familia me enseñó español desde pequeña, porque yo nací en Tepic, donde viví algún tiempo. En mi caso he visto que el mayor maltrato que recibimos las mujeres de mi etnia es de parte de los mestizos. Cuando salimos con orgullo portando nuestros trajes Wixaritaris, son ellos los que nos han ofendido y discriminado. Somos, entonces, más ofendidos en la ciudad. Nos han dicho ignorantes, y nos preguntan si estamos perdidos y si sabemos dónde andamos. Yo creo que como en todas partes, hay gente buena y mala. Entre nosotros también nos discriminamos, sobre todo entre los jóvenes. Creo que nos ha influido mucho la televisión y las modas. La ciudad es muy diferente a mi comunidad: aquí no veo ni escucho a los pájaros cantar. No escucho ni el río ni el viento. En la ciudad hay mucha tristeza y lo que no me gusta es el ruido. ¿Qué sueño? A veces sueño en volar. Que todos me admiran y que me quieren… Pero los sueños que tengo en la sierra son mejores: me veo nadando en el río, columpiándome en los árboles, corriendo por los montes y cortando flores. Uno de los más grandes problemas de nuestros pueblos es la lucha por las tierras y la insistencia de los mestizos porque cambiemos al catolicismo; no aceptan que nosotros ya tenemos nuestra forma de ver el mundo y una vida religiosa muy distinta a la de ellos. Insisten a veces con agresividad, pero nosotros conservaremos nuestras creencias por siempre…”.
¿Qué serás después de estudiar Derecho? ¿Quién serás después en tu comunidad? –le pregunto a Julio Rosalío Romero, quien tiene 18 años de edad. “Un servidor público de mi comunidad –responde–, estaré a la disposición de mi gente… Vengo de una comunidad donde hay doscientos habitantes, y pertenece a Tuxpan de Bolaños, donde alcanzamos una totalidad de dos mil habitantes en toda la comarca”.
Su nombre en lengua Wixarica es Muget. “Nuestro nombre nos identifica con nuestra gente, es parte esencial tenerlo, porque es lo que nos vuelve familia y parte de nuestra cultura. En mi región los problemas más grandes son los problemas de tierras; se pelean por ellas y, también, sufrimos la violencia intrafamiliar… a veces los hombres abusamos de las mujeres, porque cuando nos pasamos de copas las golpeamos. Ante estos problemas nuestras autoridades no actúan mientras los afectados no declaren. Y siempre dejan todo para después, y todos sabemos que después ya nada se podrá hacer. ¿Quiénes hacen el despojos de tierras? El Cabildo de la autoridad agraria y los consejos de vigilancia. Ellos tienen la autoridad de hacer y deshacer. Hay mucha injusticia. ¿Yo qué haría como abogado para impedir la violencia intrafamiliar? Evitar hacer lo que los demás hacen, pues yo creo que los hombres que maltratan a las mujeres no son personas que usan la razón…”.
“Mi nombre es Diana Montoya Eligio y tengo 19 años”. Su nombre en lengua materna es Aigima y significa Nube. Es hija de padres con estudios universitarios en agronomía y ha leído a escritores fundamentales como Gabriel García Márquez; es de origen Wixarica, pero nació aquí, en Guadalajara. “En realidad yo quería, desde siempre, estudiar agronomía; pero acepté venir a estudiar Derecho porque me gusta mucho leer y descubro que puedo aprender mucho para poder ayudar a mi comunidad. Vengo de San Miguel, pero estudié en Mezquitic, donde el nivel cultural de la gente es muy bajo, a pesar de que hay dos escuelas preparatorias con estudios y clases multiculturales, en lengua y en español. En esas escuelas hay profesores de muy bajo nivel académico y eso complica el estudio. Los libros que he leído en los últimos meses han sido México sediento y Memoria de mis putas tristes. Yo nací aquí en Guadalajara, pero a los seis años me llevaron mis papás al pueblo, porque querían que aprendiera a hablar nuestra lengua materna”.
“Soy Tiburcio González Montes y en Wixarica me llamo Itsitemai que significa La vara que usan las autoridades”. Tiene 22 años y viene de la comunidad de San Andrés Cuamiata. “Los nombres en lengua materna los ponen los abuelos, y provienen de sus sueños. Me siento orgulloso de mi nombre y me gusta. No tengo padre, lo perdí cuando era niño. Él murió de una enfermedad y desde entonces crecí solamente con mi mamá. Todo lo he conseguido con mucho esfuerzo y gracias a mi familia. Hay muchas madres solteras en mi comunidad. Y eso nos obliga a luchar más. Por lo que he observado la función de los padres es mantener unida a la familia. Vengo de una familia humilde y soy el último de cuatro hermanos. He visto fotos de mi papá, que antes no se usaba, pero ahora las modas que adquieren las gentes cuando vienen a la ciudad, las llevan. Yo quiero ser el ejemplo de mi hijo como padre. Yo creo que el respeto y la comunicación es lo más importante, pero no hay nadie que te indique cómo debes ser padre. Habemos muchos pobres, pero hay otras personas que tienen casi todo lo necesario. Yo pienso que en los humanos somos iguales: los pobres y los ricos. Pero unos se sienten más que otros. Yo no me considero una persona materialista, soy un humano como todos. He sido instructor de Conafe y fue allí donde vi las carencias de la gente y me propuse venir a estudiar aquí para ayudar. Mi ejemplo es una persona de mi comunidad quien ha llegado a ocupar puestos importantes en instituciones. Estoy dispuesto a aprender todo lo posible para después ayudar a mi gente”.
Las palabras de estos jóvenes, llenas de esperanza, provienen de una promesa, que ellos esperan se cumpla a cabalidad, porque han expresado repudiar los abusos y han vuelto a creer en el otro, en los otros, ¿las promesas serán cumplidas?

En defensa de los pueblos originarios
Estos jóvenes no están solos en la ciudad, forman parte de las cuarenta almas que Alfonso Hernández Barrón, responsable y creador del proyecto Niuweme, se ha echado a cuestas con la meta de educarlos, a lo largo de tres años. Niuwene “es un proyecto dirigido a estudiantes Wixaritaris” y que descansa en dos pilares fundamentales: prestarles servicios educativos y otorgarles servicios de asistencia social. De hecho el primer pilar se atiende con el apoyo del centro educativo Nueva Cultura Social, quien les ha otorgado una beca del cien por ciento para estudiar una licenciatura en Derecho, “que tiene una particularidad distinta que la hace única en el país, pues tiene una orientación a la defensa de los derechos humanos de tal forma que recibirán un título de abogados y tendrán su especialidad en derechos humanos”.
La modalidad exige, de acuerdo a Hernández Barrón, una reflexión constante y el rigor de la investigación, “que va de los derechos humanos y garantías, hasta los derechos de los pueblos originarios, de niñez de las mujeres y de las personas con problemas de discapacidad, derecho ambiental, agrario, movilidad urbana” y se busca formar a profesionales “con un alto sentido social, que en el caso particular de los jóvenes Wixaritaris debe permanecer durante todo el tiempo en que estén estudiando y al término del mismo”.
La Casa Niuweme
Niuweme quiere decir “el portavoz” o “el que habla por la gente”, explica Hernández Barrón, quien es egresado de la facultad de Derecho de la Universidad de Guadalajara, y afirma haberse formado “bajo la perspectiva de que un universitario debe convertirse en un agente de cambio social, en consecuencia”.
“Estoy convencido –dice– que debemos retomar los aspectos básicos del quehacer humano, de pensar y trabajar con sentido social; de nada sirven los doctorados si no somos capaces de transformar nuestra realidad”.
En este sentido aparece el proyecto Niuweme, “cuyo propósito esencial es apoyar la formación de profesionistas indígenas Wixaritaris para instalar una capacidad de defensa y desarrollo en sus comunidades”.
El proyecto surgió en la vida de Alfonso Hernández Barrón durante un recorrido que realizó por todos los lugares sagrados de las comunidades indígenas Wixaritaris, que concluyó en un congreso en el marco del Bicentenario de la Independencia, donde una de las reflexiones más fuerte fue que “para los pueblos originarios no había mucho realmente qué celebrar y menos para un pueblo como el Wixarica que ha mantenido un sentido de identidad gracias a la no intervención extranjera dentro de su territorio, al menos de forma permanente”.
Al finalizar el congreso, a Hernández Barrón le otorgan un nombre en lengua indígena: Xaure Niuweme. “Así fue que yo sentí el calor de este pueblo y decidí nombrar la casa y el proyecto. Cuando estuve en la secundaria –dice Hernández Barrón, quien actualmente es el Tercer Visitador General de la Comisión Estatal de Derechos Humanos–, muchos de mis compañeros me apodaban el ‘indio, aborigen o indígena’ seguramente por mi color y mis rasgos (mi abuela es de origen otomí); a la vuelta de los años, esa original discriminación me da pie a reivindicarme como indígena orgulloso de mi pasado prehispánico y estar autorizado para portar su traje de gala como regularmente lo hago en mis giras de trabajo”.
“Las nuevas generaciones de profesionistas se caracterizan por trivializar los aspectos más relevantes de la vida, tanto en lo espiritual, en lo social, en lo político, e incluso en lo material. Como sociedad somos a un tiempo monstruo y víctima, tendemos a la corrupción y en nombre de las mejores causas cometemos crímenes, daños e injusticias, más aún, olvidamos con facilidad las culpas, las minimizamos o justificamos. Sin embargo, en este aparente caos también hay oportunidad de reivindicarnos, porque paradójicamente, al igual que tendemos a la corrupción también aspiramos, en momentos de lucidez, a la construcción de valores solidarios por la dignidad, la libertad, la subsidiariedad y la justicia”.

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