Darío Jaramillo Agudelo: Un cuento llamado realidad

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“No somos de izquierda ni de derecha, somos los de abajo y vamos por los de arriba”, leo en un muro que hace esquina con la carrera Séptima, una de las más simbólicas e importantes vías que tiene Bogotá y en la que es posible encontrar mucho del arte urbano que caracteriza a la ciudad. Continúo mi camino hasta el Parque Nacional y llego al edificio donde vive el narrador y poeta Darío Jaramillo Agudelo (Antioquía, 1947), una de las plumas más reconocidas de Colombia, para conversar sobre su más reciente publicación: Antología de crónica latinoamericana actual, que edita el sello Alfaguara. En su apartamento la vista es cinematográfica. Los colores de la cordillera entran al salón por grandes ventanales, su cercanía hace pensar que es posible contar los árboles que la habitan. Sentado en su sofá, muy quieto y siempre en voz baja, Jaramillo habla de este libro, reconoce la posición de privilegio que posee la escritura periodística —particularmente la crónica— su movilidad e innegable perfil literario, así como su larga tradición en nuestro continente.

¿Cómo surgió la intención de recoger crónicas latinoamericanas y cuáles fueron los criterios para hacerlo?
Siempre he sido lector de crónicas y las disfruto porque descubren el arte que hay en la realidad. La crónica trasciende los conceptos manidos que hay sobre la literatura, a la que se valora por la capacidad de intuir pensamientos fascinantes o encantamientos, que es el caso de la poesía; o el genio de contar historias. Pero de pronto aparecen quienes hacen arte literario contando algo que ocurrió, dejando que sean los hechos quienes dicten la poesía que hay en el texto. Yo pondría de ejemplo en esta antología al colombiano José Alejandro Castaño que cuenta cómo en una cárcel cercana a Bogotá las parejas se enamoran porque se ven doce segundos detrás de una reja, es muy impresionante. En Latinoamérica específicamente, lo que siempre me ha atraído es la cantidad de arte que hay en ciertos cuentos que produce la realidad. Lo absurdamente literaria que puede ser la realidad. En cuanto a los criterios, tomé como primer elemento la prosa como literatura; lo que haya de arte literario en estas narraciones. ¿Cuáles son las que más me sorprenden?, ¿cuáles poseen un ritmo artístico? Leí aproximadamente mil crónicas. Las que escogí en la primera selección no cabrían en dos tomos. También hay sacrificios muy duros. Al final del prólogo hago una enumeración, no exhaustiva, de gente que me hubiera gustado tener dentro de la selección y fue imposible.

En el libro reconoces a García Márquez, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, entre otros, como los padres de la crónica latinoamericana del siglo XXI, ¿quiénes son y cómo son las voces de los cronistas actuales?, ¿qué Latinoamérica describen estos narradores?
Son muchas y muy diversas, incluso pertenecen a varias generaciones. Por ejemplo, el dominicano Frank Báez podría perfectamente ser hijo de Juan Villoro. Báez curiosamente es el único poeta de la selección, el resto son fundamentalmente narradores como el argentino Martín Caparrós o el chileno Pedro Lemebel o dramaturgos como el caso de Sabina Berman. En el libro recojo cuarenta autores, y uno de los hallazgos es que si armamos el parnaso de los grandes novelistas latinoamericanos, nacidos después de 1950, y lo cruzamos contra el parnaso de los grandes cronistas del mismo periodo, a pesar de que hay nombres comunes, los grandes escritores de ambos universos, no son los mismos. Es decir: hay buenas novelas de buenos cronistas, pero no son tan buenas, como las de los buenos novelistas. Y al contrario, hay grandes crónicas de novelistas respetados, pero no me califican al lado de las mejores escritas por los cronistas, son listas muy distintas. Otro descubrimiento fue que en contraste con el periodo final del siglo XIX, en donde abundaban los cronistas poetas, aquí sólo hay uno: Báez, quien aún no tiene treinta años, edita una revista virtual de poesía en la que me encontré crónicas extraordinarias, como la que incluyo de un concierto de Bob Dylan.
La Latinoamérica de la que estos autores hablan, puede organizarse a partir de uno de los primeros polos temáticos que tiene esta nueva corriente del género, y es lo extraordinario, lo que no está codificado, pero sobre todo lo moralmente ríspido. Entonces, cualquier cosa que les parezca rara: el hombre más chiquito del mundo, el mago que no tiene una mano, un partido de futbol entre travestis en Cali, la adolescente asesina, la prostitución que usa a criaturas de diez años; todo lo que sea áspero es material para los cronistas. Pero eso no es lo único, también hay una especie de fomento a los cultos paganos de nuestro mundo, como el culto a la “estrella”.

La crónica, a la que Antonio Angulo Danieri calificara como “hija incestuosa de la historia y la lite- ratura”, también posee sólidos nexos con la oralidad, con el estado primigeneo del contador de historias, ¿cómo explicar estos puentes?
La imagen de la tribu alrededor de la hoguera contando qué pasó en el bosque nos acompañará siempre. Muchas de las grandes obras literarias, han sido concebidas como si fuera una narración oral. Dos ejemplos majestuosos son Los cuentos de Canterbury y El Decamerón. Escribir una historia sucedió muchos siglos después de que se le ocurriera a alguien contarla. En el caso específico de la crónica latinoamericana pasa que, como la técnica del cronista es sumergirse en la realidad, los autores buenos son aquellos que tienen una primera persona transparente; que absorben todo lo que dicen otros. No le prestaron documentos, no tiene pruebas, nada; le dijeron y, con eso, el cronista construye un texto para nosotros, para encantarnos. Pero para que eso ocurra, hay que tener oído para escuchar al mundo, concentrarse en la oralidad. En el periodismo durante muchos años reinó la idea de la objetividad. Ahora el cuento no es que haya objetividad, sino una operación coral de subjetividades, donde inclusive la voz que está recogiendo esas subjetividades, se oiga. Además la crónica ha llevado a muchos lectores a la literatura, crea un público nuevo, muy distinto al que sale de las facultades de letras. A las academias literarias aferradas a la forma y al texto escrito, les tomó la crónica con los calzones abajo.

En la actualidad, la crónica latinoamericana se consolida en un considerable número de revistas que circulan de forma masiva, dejando claro que la transformación de la industria editorial, el paso del papel a las versiones en línea impactó en la forma de hacer perio-dismo, a la vez que ha renovado el interés por leer historias. ¿Cómo entender este proceso?
La industria editorial de pronto se dio cuenta de que puede dar las noticias de una manera más fluida en su versión online, mientras que en la versión impresa, los cuentos largos quedan muy bien. Comienza a invertirse una tendencia inicial. Ahora es posible encontrar crónicas de una página en diarios latinoamericanos. Estas narraciones cubren una necesidad. Creo que ese boom que hay de crónicas significa que hay un lector nuevo en literatura, el lector de revistas como Soho, como El Malpensante, como Gatopardo, como La mujer de mi vida, como Etiqueta negra; y ese es un público que no tiene la literatura así reconocida. Es un ataque del perímetro hacia adentro, que es la forma como se renuevan las artes, siempre desde el margen, como la pintura de las galerías y el grafiti.
Hablamos de León de Greiff, el poeta colombiano que ahora ocupa a Jaramillo, de arte callejero, le recito las líneas que leí antes de llegar y nos despedimos luego de mostrarle las imágenes que tomé de algunas pintas. Sigo mi camino por la Séptima y me encuentro a una familia que sentada en la banqueta, se acurruca por el frío. Pienso en los márgenes. El padre abraza al niño más pequeño mientras en su cabeza y hombros se mueve un conejo de orejas flácidas. La niña más grande pide dinero. Imagino que son desplazados, que llegaron a Bogotá desde algún pueblo en las montañas, de esos que toma la guerrilla, poblaciones que vapulean los paramilitares o que extorsiona alguna otra fuerza de las que sacrifican civiles. También veo en ellos la realidad latinoamericana, leo en cada rostro: una crónica.

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