Danza de los placeres mundanos

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Guadalajara. Jalisco. MŽxico. 30 de septiembre del 2010. Fotos de Carmina Burana con I–aki Urlezaga de ayer 30 de septiembre en el Teatro Diana. Foto Yorch G˜mez

Amantes de los placeres mundanos, de los excesos, la ironía y el vino. Los desertores de la rígida vida moral siempre han existido. Saben que de la Fortuna dependen los hombres.
En la Edad Media los principales desertores eran los clérigos que se fugaban de los monasterios. Los llamaban goliardos o gente del demonio ya que dejaban las abadías posiblemente por a las decepciones sufridas al notar las corrupciones dentro del clero, o por el aburrimiento de la vida monástica, o porque no fueron capaces de soportar las tentaciones mundanas.
Las constantes persecuciones emprendidas en su contra los orillaron a asociarse con los integrantes del bajo mundo: juglares, saltimbanquis, facinerosos, artesanos, todos ellos organizados en gremios o cofradías por razones de seguridad. Esos monjes hicieron grandes aportaciones al desarrollo artístico popular, ya que sabían latín, poesía y música. Podemos imaginarlos al estilo del fraile que acompaña a Robin Hood en sus hazañas.
Cuenta la historia que en 1230, en Austria, en una de esas cofradías subversivas se escribió un códice de cantos profanos con un total de 300 rimas, escritas en su mayoría en latín, con partes en un dialecto del germano y del francés antiguo. El poema trasgredía toda norma moral y conducta social.
El escrito se encontró en el monasterio de Benediktbeuren en Baviera, región alemana ubicada entre los Alpes y la frontera con Checoslovaquia. Luego se trasladó a Munich, Alemania.
La Fortuna se encargó que siglos después el compositor alemán Carl Orff naciera en Munich y compusiera en 1937 Carmina Burana inspirada en el poema prohibido de los clérigos vagantes.
La espectacularidad de la obra de Carl Orff y su alta popularidad se debe los placeres mundanos están en el medievo y el futuro. “Lo mismo ha sido usada en anuncios publicitarios hasta en películas. Su vertiginosa popularización es ese halo de misterio”, explicó Jesús Francisco Aguilar Vilchis, historiador de Música por parte del Conservatorio de la Música de México.
No sólo eso, el Hado bautizó con la magia del baile a Iñaki Urzelaga, un joven artista nacido en La Plata, Argentina, hace tres décadas. Un niño afortunado que danzaba siempre. Un joven fuera de lo común que creó su propia compañía “Ballet Concierto” para romper con los estilos clásicos de la danza.
Escogió la obra Carmina Burana para bailarla e invitó a participar al coreógrafo francés Jean Pierre Aviotte, quien montó una obra de estilo contemporáneo y neoclásico.
El pasado 30 de septiembre, Urzelaga junto con otros 28 bailarines perfeccionistas llegaron a Guadalajara para montar su espectáculo “Carmina Burana” en el Teatro Diana con imágenes tercera dimensión y más de 200 artistas en escena.
Iñaki Urlezaga con su magnífico cuerpo torneado, alto, perfecto apareció en el escenario encerrado en una rueda cilíndrica escalonada junto con la Diosa de la Fortuna. Los dos giraban en círculo, representando a la historia constante de los hombres.
La diosa ataviada con un vestido largísimo plateado y negro brilloso miraba desde su pedestal como bailaban a sus designios: hombres y mujeres.
Danzaban dirigidos por los estímulos del amor sensual, de lo jovial; de la bebida; del gozo de la vida; por la variabilidad de la Fortuna en cuyas manos está el mutable destino de los mortales.
La Orquesta Sinfónica Juvenil del Estado de Veracruz dirigida por Antonio Tornero y el coro que encabeza Ana Luisa Méndez cantaba lo compuesto por Carl Orff:
“En el trono de la fortuna me había sentado elevado, coronado con las variadas flores de la prosperidad. Y en verdad, tanto como florecí feliz y contento, después, desde lo más alto, caí, privado de la gloria. La rueda de la fortuna gira”.
Las voces de la soprano Elizabet Juárez Morales; el tenor César Rodríguez y el barítono Enrique íngeles hicieron que los suspiros del público se mantuvieran en suspenso para escuchar las distintas tonalidades de sus voces.
Esa última noche de septiembre, en el Teatro Diana, la expresión vehemente de los cuerpos ávidos de placeres, más que de salvación, superó a todos los enervados y castrantes dioses de la historia. Al público sólo le quedó agradecer la fortuna de contar con los sentidos para apreciar ese dionisiaco baile con música y canto.

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