Dante Alcalá

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Como en un montaje operístico verista, la cúpula de Santa María de Gracia se convirtió en el fondo escenográfico que acompañó la presencia del tenor Dante Alcalá durante la entrevista. En la terraza del hotel De Mendoza apenas se percibía el ruido de una ciudad, que desde ahí, se ve toda de piedra. Para el cantante, la visión de edificios y espacios que bien conoce, es una vuelta más a su historia personal, al reconocimiento de sí mismo a través de la geografía.
El mes pasado Alcalá participó en la gala con la que abriera la tercera temporada de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, en el Teatro Degollado. Los días 27 y 29 de noviembre vuelve a este escenario para interpretar a Javier, en la zarzuela Luisa Fernanda.
En el otro extremo de la terraza el sol dejaba escapar una luz que se derramaba por la barranca de Huentitán. Alcalá se detuvo un momento a mirarla, para luego dar paso a la conversación.

Herencia y música popular
Nacido en esta ciudad, Dante Alcalá debe a sus padres el primer y definitivo contacto con la música. “El sentido musical y vocal lo heredo de mi padre y mi abuelo. En mi casa se hacían bohemias en la que todos cantaban. Ahí se despertó en mí un fuerte deseo por la música. Aunque escuchaba compositores clásicos, la época en la que crecí pesó mucho en mi formación. Tengo una influencia de la música popular de los ‘70. Escuchaba a cantantes como Elio Roca, Alberto Cortés, Serrat, Mari Trini y sobre todo a José José. Yo encontraba en este cantante una magia interpretativa que me volteaba la cabeza. Me sucedían muchas cosas que no podía explicar, pero que me sorprendían emocionalmente. Estoy seguro que esas canciones intensas y populares me ayudaron posteriormente a ver y sentir la música”.

La cuerda y el canto
Para Alcalá el descubrimiento de su voz tuvo que ver no sólo con el reconocimiento del placer del canto, sino también con el de las posibilidades profesionales que tenía a través de éste. “En algún momento de mi adolescencia adquirí conciencia de lo que decía cuando cantaba y sobre todo, de lo que me ocurría al hacerlo. A los 15 años comencé con mis primeras clases en la catedral de Guadalajara y a los 16 hice mi proyecto de vida como cantante de ópera. Me mudé con mi familia a Querétaro y tomé lecciones de canto de manera más seria. Me di cuenta que cantar me producía una catarsis, me resultaba una forma exquisita de revelación interior”.
Alcalá continúa hablando, y al hacerlo, recrea su historia. Se apoya con gestos y tonos de voz seguros, que contrastan con la personalidad tímida que dice tener. “Conforme cantaba, me daba cuenta que registraba bien los graves, pero no para tener esa tesitura. Comenzaba cantando muy bien los tonos bajos, pero conforme la voz se calentaba, me costaba mucho mantenerlos. A la voz no le puedes mentir. Naturalmente la voz me envíó al registro de tenor, tenor lírico. A los 17 años hice mi primera presentación. Canté la romanza del saboyano de la zarzuela Luisa Fernanda, así como una antología de compositores mexicanos, en la Casa de Cultura de Querétaro. Mi debut profesional llegó en junio de 2000, en Bellas Artes, con la ópera El trovador, de Verdi. Hice el Ruiz, el segundo tenor. Hacia cinco años que había llegado a la ciudad de México y fui muy bien recibido”.

La otra voz
Para un cantante, la sorpresa que supone descubrir la propia voz no se compara con el goce de escuchar a los otros. Las grandes voces que, como un eco interminable, acompañan definitivamente a la historia cantada, pueden convertirse en el coro y los solistas que provocan el canto. Alcalá no tiene ningún problema para reconocer esa otra voz. “Suele pensarse que personajes como Pavarotti o Franco Corelli fueron tocados por Dios y no: fueron personas que trabajaron muchísimo, que se enfrentaron incluso a ellos mismos. Nos resulta difícil creer cómo personajes como ellos podían dudar de su extraordinario talento y sin embargo, así fue. Vocalmente Corelli me fascina. Considero que el canto de Pavarotti ha sido el mejor que ha existido. A Plácido Domingo lo admiro porque es un artista integral. En la historia de la ópera no ha habido nadie como él: es un extraordinario músico, un gran cantante, es un actor, director, productor, promotor”.

2009
Este ha sido un buen año para Dante Alcalá. Luego de presentarse en Toronto y Venezuela, en donde cantara el Requiem de Verdi, el tenor tiene en México múltiples presentaciones. Alcalá continúa con el recuento de sus actividades en el año. “Recuerdo especialmente mi presentación en Alemania. Hace tres meses. Me invitó a cantar la sinfónica de Nuremberg y realicé un concierto para 70 mil personas, en un parque. Fue una experiencia espectacular. Para mí los recitales y las interpretaciones operísticas son momentos de verdad. Las experiencias que he tenido como ser humano, me permiten ser cantante, porque la interpretación en el escenario contiene pedazos de vida, que hacen única cada presentación. Hoy la ópera está tan viva como hace 400 años. Siempre hay cosas nuevas por crear”.
Alcalá se entusiasma al decirlo y cierra el encuentro con la pregunta que dice no deja de hacerse: “¿Qué puedo ofrecer como cantante de ópera, frente a lo que han cantado tantos antes de mí?”.

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