Cyrus Chestnut

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Cyrus Chestnut aparece en el escenario enfundado en su enorme camisa africana que se siente orgulloso de haber adquirido en su viaje a Senegal, el verano pasado; fue la primera vez que estuvo en África, a donde fue a buscar algo de sus orígenes. Es un hombre bajo pero con el suficiente sobrepeso para que su andar y respiración sean parsimoniosas. Pero esa calma —que es dichosa y rítmica—, se aprecia en todo él: en su mirada, en sus palabras, en su idea de la vida y la música, y en cada franca sonrisa.

El pequeño Teatro Vivian Blumenthal está abarrotado de espectadores ansiosos y suspendidos de cada uno de sus movimientos. Cyrus toma el micrófono antes de iniciar el concierto, y gesticula enjundiosamente por varios segundos como si lo que dijera fuera irrepetible, pero ninguno de los presentes escuchamos nada. Los técnicos miran desconcertados la consola, y el público se acomoda en sus sillas para ver si logra captar algo, pero nada. Mientras tanto, Cyrus sigue machacando su gran mandíbula, ignorando nuestra desazón, hasta que el maldito, dice con fingida inocencia “lo siento” y escupe la carcajada que también explota en todos los demás.

Ese desenfado y regocijo tuvo de principio a fin el concierto que días atrás ofreció el pianista y compositor Cryus Chestnut con su trío, en Guadalajara, a través de Cultura UDG, como parte de su temporada Jazz at Lincoln Center. El músico, nacido en Baltimore en 1963, quien ha tocado al lado de Wynton Marsalis o Chick Corea, entre otros, nunca olvida sus raíces en la música eclesiástica, sus mentores artísticos, o que su inspiración para el jazz le llegó cuando niño, al comprar un disco de Thelonious Monk, pero siempre está abierto a las nuevas experiencias de la vida que enriquecen su música.

Los grandes músicos con los que has tocado, ¿cómo ayudaron a tu música?
Los escuché tocar. No fue mi intención tocar como ellos, pero me inspiraron sobre diferentes maneras de cómo hacerlo. Todos me han inspirado a ser individual, y a no tocar como nadie más.

¿Cómo surge Cyrus a través de su propia música?
Aún estoy tratando de resolverlo [risas]. Es un trabajo progresivo. Es mi intención, que si alguien está triste y la música puede darle alegría, que así sea. Soy una persona que cuando toca espera que la gente se sienta mejor. Esa es mi labor, y trabajo en ella constantemente. Trato todo lo que me ayude a desarrollarlo, y lo haré hasta que ya no pueda tocar más, y cuando eso pase me iré a hacer jazz, mis jam sessions, en el cielo. Allá veré a Thelonious Monk y a todos los grandes maestros que se fueron.

¿El tuyo es un trabajo duro o feliz?
Me encanta. Puede haber algunos desafíos algunas veces, pero nada demasiado malo, y no es algo que siempre pase [aquí recuerda entre bromas que uno fue el viaje a Guadalajara un día antes porque casi pierde el vuelo]. Algunas veces es fácil hacer la música y tienes bellos instrumentos para ello, y otras veces no. Pero aún así, siempre recuerdo que debo disfrutarlo, porque esa es la razón por lo que lo hago.

¿Todas tus experiencias buenas o malas te ayudan a hacer tu música?
Todo lo que toco es acerca de mi vida. Debes tener experiencias para tocar. Si no las tienes, qué clase de historia vas a contar. Con la teoría tú vas a tocar muy bien, pero si todo lo que tocas son sólo ejercicios en cada nota, entonces no hay emoción, no hay sentimiento, no hay filosofía detrás de lo que haces. Es muy difícil sentir todo esto.

¿Entonces cómo se debe tocar el jazz?
Oh, ¿habrá una respuesta adecuada [risas]? Si hubiera una vía para eso, me sentiría hoy como una persona rica [más risas]. El jazz es acerca de creación, no recreación. Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Miles Davis creaban música, no la recreaban. Si en una actuación empleo completamente la composición de Davis, y toco exactamente lo que hizo, sólo lo recreo. No es creación, que es lo que esta música significa. El jazz es la música con la que puedes gritar sobre el estado de tus sentimientos, libremente. Incluso cuando no se ha sido libre en las cosas, cuando se empieza a tocar, sí se es libre de expresarse a sí mismo. Para hacer jazz, se descifra cuál es la composición y elegir cómo hacerla. Y al crear, cuando improvisas, haces melodías sobre los acordes, pero es para echar un vistazo sobre quién eres, y eso es lo que tienes que hacer. Y, finalmente, el swing es el todo. No hay nada más importante al componer jazz. Es sólo la capacidad de hacer swing lo que hace a un buen grupo mover a la gente y que quiera bailar.

¿Qué es más importante, el ritmo o la melodía?
Todo lo es. Tienes que crear melodías, y tener swing. Ritmo, melodía y armonía. No puedes escuchar una más que otra. Todas son igualmente importantes. Creo que en algunas ocasiones la gente se concentra tan sólo en tocar y tocar, y no en dar emoción. Y esto se ve más en la era digital. Tratamos de ser tan perfectos, que ese es el punto ahora al improvisar [aquí como ejemplo frasea con su voz un ritmo constante e idéntico], con una métrica perfecta, cuando el ser humano no sigue ese camino [ahora hace un fraseo irregular y emotivo]. Hay muchas variaciones. Eso es lo que hace real a la música. Si todo fuera la perfección de la computadora, no habría más que eso. En la imperfección tenemos la oportunidad de lograr algo más bello, no todo puede ser una calculadora.

¿Tu ambiente familiar influyó en tu desarrollo musical?
Mi padre tocaba el piano [también era organista], y mi madre cantaba en la iglesia local. A la edad de tres años no podía ni subir al piano pero comencé a estudiarlo. Mi primera exposición a la música no fue el jazz, sino los góspel, y luego al crecer lo estudié y me enamoré de él. A los cinco años yo estudiaba música clásica, hasta que a los 9 años, este caballero llamado Thelonious Monk me hizo un llamado [en español dice “y ahí vamos”, ríe].

Aunque eres pianista, ¿éste es tu instrumento favorito o hay otro?
El piano es la esposa, y los otros las amantes (risas), como el saxofón alto, que ya he tocado. Mi primer trabajo profesional fue con una batería. En la escuela elemental toqué la flauta y en la High School trombón. Y ahora, cuando tengo oportunidad, trato de aprender el bajo, pero son amantes, nada como el piano. Él me dice “adelante ve, pero ya regresarás a mí” [en español dice “el piano es el número uno”], por el resto de mi vida.

En el mismo sentido, ¿el jazz es tu esposa?
Me gusta la música. Hago jazz. Mi gusto por lo clásico continúa y a veces la ejecuto. En ocasiones toco algo que se inspira en lo barroco o en Beethoven. Otras toco algo eclesiástico. Hay muchas cosas que me gustan y que cuando toco es cuando vienen. En una ocasión que viajaba de Baltimore a New York, al encontrarme en la estación, escuché algo [hace un sonido vocal de un rítmico bajeo muy potente y grave que lo impresionó] y dije ¡wow!, eso es grandioso y finalmente descubrí en el viaje que era merengue [ríe]. Tengo en mi celular un par de colecciones de merengue y lo disfruto. Así que si me piden esta noche que toque merengue, no sé que pase [ríe]. La música me inspira. El jazz es la sombrilla para recibir los diferentes puntos de vista, así que yo tomo todos esos diferentes conceptos y trato de ponerlos juntos.

¿En el jazz confluye toda la música?
Depende de la persona. Es individual. Necesariamente es para encontrar quién eres tú. Esta es mi travesía. No es como decir: voy a tocar jazz y a sonar como Miles Davis. Eso es una oportunidad y está bien, pero es más para mí. Crecí con el góspel, ese es mi elemento, pero también recuerdo los Four Tops, The Temptations, The Jackson 5, o Beethoven y Brahms. Hablo de quién soy. El viaje para mí es tratar de encontrarlo y compartirlo a la gente. Contar las historias de lo que veo, siento y escucho.

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