Cuauhtémoc Mayorga Madrigal Coordinador de la maestría en Estudios Filosóficos del CUCSH

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Frente las interrogantes suscitadas como consecuencia las nuevas prácticas especializantes y mecanizadas de medicina contemporánea, el filósofo ingles Stephen Toulmin sostenía que la medicina ofrece un nuevo impulso vital a la filosofía. En lo particular no puedo estar totalmente de acuerdo con la afirmación de Toulmin, porque la filosofía, si bien ha pasado por crisis o en más de una ocasión se ha pretendido eliminar de los planes de estudio (como ocurre actualmente en el bachillerato), lo cierto es que en la filosofía hay problemas propios del intelecto humano que, por más que pase el tiempo, continúan vigentes y será un reto permanente el tratar de responderlos. En este sentido Immanuel Kant afirmaba en la Crítica de la Razón Pura que si en algún futuro resolviéramos las preguntas referentes a la física o las matemáticas, habría preguntas que continuarían vigentes tales como: qué somos, el lugar que ocupamos en el cosmos o lo que debemos hacer.
En lo que si puedo estar de acuerdo con Toulmin es que su afirmación nos recuerda que la filosofía no es un asunto exclusivo de los filósofos de profesión y el desarrollo tecno-científico que en los últimos años ha experimentado la medicina, ha reavivado la necesidad de ocuparnos y cultivar la filosofía en tanto que podemos reconocerla como la disciplina de pensamiento que nos ayuda a fundamentar nuestras creencias, develar conflictos en los saberes y nos ayuda a buscar vías de solución a preguntas perenes de la inteligencia humana.
El desarrollo tecno-científico, cuya influencia ha impactado y transformado aspectos sustanciales de la naturaleza y la cultura, también ha contribuido a replantear preguntas acerca de lo que somos y seremos, del lugar en que ahora estamos o el lugar en que podríamos estar ocupando en el mundo (mucho se ha especulado, por ejemplo, la manera en que sería un mundo sin agua dulce) y lo que deberíamos hacer. En este mismo sentido, la medicina ha sido una de las manifestaciones del desarrollo tecnológico que más ha resentido o más sensible ha sido al impacto de dichas transformaciones y, por ende, ha tenido que ocuparse de las preguntas centrales de la filosofía como una necesidad fundamental que regule sus saberes y acciones. Por lo anterior no es extraño reconocer que en el seno de la investigación biomédica surgió la bioética como disciplina que busca regular los efectos del desarrollo tecnológico sobre el bienestar, la salud, la vida y la muerte.
Uno de los tratamientos que dentro de la práctica médica genera más interrogantes y exige respuestas es el trasplante de órganos cuya práctica comenzó a principios de la segunda mitad del siglo XX y hoy es un recurso terapéutico común en casi todos los países que cuentan con un sistema sólido de salud. Afirmo que su impacto no es menor ya que con esta práctica ha surgido la necesidad de transformar legislaciones, impulsar nuevas áreas de investigación, replantear nuestras nociones de justicia, redefinir la naturaleza física del hombre, admitir formas alternativas de concebir la muerte, repensar el derecho que tenemos para decidir sobre nuestro cuerpo, los límites que debemos imponer al desarrollo tecnológico y para el caso de los practicantes de alguna creencia religiosa, se les ofrece un nuevo fardo de interrogantes acerca del bien, la muerte, lo sagrado, lo pecaminoso y lo permitido.
En áreas específicas de la filosofía, tales como la reflexión sobre la naturaleza de los entes, surge interrogantes acerca de la distinción entre lo natural y lo artificial, en función del advenimiento de una nueva forma de concebir la estructura física del hombre en tanto que individuo soportado por órganos o artefactos que no forman parte de su estructura original. En este mismo sentido surgen la necesidad de incorporar una nueva manera de comprender la muerte ya que, resulta obvio que para trasplantar un pulmón o un corazón, se requiere corazones y pulmones sanos; la noción de muerte cerebral parece ser el criterio que ofrece una nueva alternativa a la concepción de la muerte; sin embargo, la práctica y asimilación social de la nueva concepción manifiestan la permanencia de un escaso convencimiento colectivo.
Desde el punto de vista de la reflexión sobre el conocimiento o epistemología, el avance vertiginoso de la ciencia y tecnología en materia de trasplantes enfrenta a cada momento de su desarrollo nuevas interrogantes que, por una parte, conducen al abandono de saberes anteriores y, por otra parte, a la generación de nuevas preocupaciones que implican la búsqueda de saberes que integren teorías y nociones de diversas áreas de investigación.
Finalmente, para el ámbito de la reflexión ética y política, aparecen nuevas incertidumbres acerca de la justicia al cuestionarnos, por ejemplo, sobre la manera de asignar equitativamente un órgano cuando este es escaso y el número de pacientes que lo requieren es superior; sobre el beneficio que podría tener un sujeto que de manera altruista y consciente decide donar un órgano en vida; sobre la licitud que podría tener el vender órganos cuando estos son recursos escasos pero podrían ayudar a salvar vidas o sobre la disposición que podrían hacer las instituciones de los órganos, al margen de la opinión de los familiares o la voluntad expresada en vida por el cadáver, para ofrecer una terapia vital.
En resumen, con el desarrollo tecno-científico se ha otorgado una nueva fisonomía a la naturaleza y la cultura, las cuales requieren de renovadas investigaciones filosóficas contribuyan a otorga mayor claridad al caos de incertidumbre al que nos arrastra en todo momento la transformación de la realidad por el efecto de la tecnología.

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