Convivir con el enemigo

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La plaza se convirtió en cabina radio. Las campanadas anunciaban el tiempo de escuchar los testimonios de los habitantes que padecen a diario una contaminación ajena a los ojos, a los oídos y al olfato de algunas autoridades. La Universidad de Guadalajara se hizo presente en el municipio de El Salto, Jalisco, con todo el equipo de Medios UdeG, desde las cámaras de la Coordinación de Producción Audiovisual, las plumas y el lente de La gaceta, y los micrófonos y reporteros de Radio Universidad.
Frente al Palacio Municipal llegó el primer contingente con su única vacuna: los micrófonos. Es la una de la tarde, Josefina toma la batuta y presta su apellido Real para verter lo tangible ante lo audible. Los habitantes, apacibles, ven la oportunidad, no la pierden y se vuelcan todos a exponer sus testimonios.
Los niños —los locos bajitos de Serrat—, que todo lo dicen, nada lo callan porque no temen a las represalias, con el permiso de su maestra de quinto grado de primaria de la escuela María Guadalupe Ortiz Uribe, acuden a la plaza para protestar por la falta de compromiso de las autoridades.
“El gobernador me ha decepcionado mucho, nos ha prometido y no ha cumplido nada. Hace seis meses o un año, dijo que iba a limpiar el río y nos ignoró”, así lo dice José Ramón Caso Quesada.
La tristeza por la muerte de su maestro “Tito”, quien falleció de cáncer, les hace elevar su denuncia: “Con la muerte del niño Miguel íngel, que aún no se sabe de qué murió, uno ya no quiere vivir acá”, dice Lisbeth. Moisés Delgadillo. Comenta los recuerdos de su padre cuando iba a pescar al río con su abuelo. “Era hermoso, me dice mi papá, pero ya no se puede jugar cerca del lugar, el gobernador nomás hizo unos juegos cerca del río pero no ha querido limpiar ni sanearlo”.
José Ramón asiente que el gobernador debe de tener respeto a la comunidad, “es como todos los políticos, promete pero nunca cumple, son personas que piensan que nomás con eso se ganan todo el poder, que son la máxima autoridad, nosotros tenemos el máximo poder, tenemos democracia que significa el gobierno del pueblo”.
“Nuestros padres pagan impuestos y los gobernantes sólo escriben sus promesas en las hojas, pero no las cumplen, le dan dinero para hacerlo, enseñan otras fotos, y se reparten el dinero entre ellos”, agrega Moisés. Para algunos quizás es un problema municipal, pero la advertencia de Sergio Gutiérrez Flores invita a la reflexión: “el río está contaminado de El Salto hasta el Distrito Federal”.
Los propios niños denuncian que en la escuela primaria “Mártires del Río Blanco”, recomendada para ser visitada como monumento histórico, en ocasiones han tenido que suspender las clases por la gran cantidad de mosquitos que se generaron por las aguas estancadas. “El olor a veces es muy fuerte, uno siente que se va a desmayar, nos duele la cabeza y la garganta. Cuando el olor es muy fuerte, la maestra tiene un spray que disfraza el olor, no lo elimina, la única manera es sanear el río”, dice José Ramón.

Río abajo
Hay más que decir, más que indagar, hay Más que Noticias. Como reporteros nos dejamos llevar por la intuición. Vamos en busca de ese sonido lejano de cascada, por el olor indescriptible para nosotros, cotidiano para los habitantes. Nos vamos en coche y pasamos un puente estrecho, de sólo dos carriles, que data de 1901, construido en aquel entonces para unir a Juanacatlán con El Salto.
Abajo un salto de agua espectacular. El olor se hace más intenso a medida que avanzamos, de pronto, lo inesperado. Es la propia cascada la que emite el olor de un agua ocre amarillenta que retumba al aire cuando cae estrepitosamente en las mohosas piedras.
Decidimos bajar donde el agua se hace verde. Abel, el fotógrafo de La gaceta, es apacible, pero esta vez las aguas del Santiago lo vuelven intrépido y enfila sus piernas río abajo. Busca la captura de una gota, pero la espuma juega con el lente de la cámara, él es inmutable, el clic le apasiona. Mientras yo desde arriba imagino a cualquier modelo escultural de esas que se van a Chiapas vestidas de tigresas o leonas. Las imagino dejando que la espesa espuma moje sensualmente sus cuerpos de bisturí, que sus pies se diluyan entre la cristalina y verdosa agua que se estanca al final de la cascada. Y sus improvisadas frondosas cabelleras queden impregnadas del penetrante aroma entre huevo podrido y tinte de cabello. Más que una campaña turística, una excelente campaña de concientización. Pero como dice el refrán popular, “agua de pozo y mujer desnuda mandan al hombre a la sepultura”.
Despierto y ya Abel tiene las fotos, seguimos el camino del otro lado de la cascada, en los cimientos en ruinas de lo que fue en 1893 la primera hidroeléctrica del país, se instalan con mascarillas los camarógrafos de la Coordinación de Producción Audiovisual de Medios UdeG, buscan los mejores ángulos y fondos para la emisión de Más que Noticias. Con la llegada de cámaras y equipo técnico, protección civil comenzó, treinta minutos antes de la emisión, a acordonar el lugar con más de cien años de construcción, invadido en las noches por vándalos que han dejado sus grafitis.
Abel y yo buscamos retratar historias para plasmarlas en el papel y recibimos una breve visita turística por la desolada construcción, donde aún prevalecen grandes boquetes de metal, por donde pasaba en tiempos remotos el agua que dejaría a Guadalajara alumbrada en su totalidad, como relataría el cronista de Jalisco Manuel Caballero. Ante el calor de la temporada, pasadizos de la hidroeléctrica, nos refrescan y en momentos podemos escuchar las voces de las personas que laboraban en la fábrica textil que data del siglo XIX. Son restos de humedad o es la contaminación la que nos está haciendo delirar.
Mejor volvemos arriba. La televisión se enciende con el esfuerzo de todos por contener la respiración ante el fétido olor que debe soportar la familia Flores, una de las veinte familias que habitan al margen de la cascada. La abuela María de Jesús, con sus pies descalzos, tal como antes iba a lavar al río, recuerda que sólo bastaba con antojársele comer pescado para bajar al río y cocinarlo. “Pero a principios de los noventa en el rinconcito abajo se veían los animales ya muertos”. Lolita, la más pequeña de la familia grita que su tío le contaba cuando saltaba de la cascada de agua pura.
Doña Flores nos pide que nos quedemos un par de horas más, cuando los mosquitos hacen su entrada, los copos de espuma que vuelan como papalotes se convierten en nubes de insectos voladores, vienen del lirio y desde hace un mes están siendo fumigados. “Cada noche pasan a fumigar pero no pasan por acá, dicen que hay carros, pues que nos pidan permiso, y los dejamos pasar”. Va a la ventana de la sala y extrae un nido infértil de zancudos muertos para mostrarlo como trofeo. Por la insistencia de su hija, trae un frasco donde se condensa el olor de la cascada y para mi sorpresa es un líquido que se usa para limpiar metales. Hacen una demostración y la cadena de plata queda brillante.
Me dispongo a subir de regreso a la plaza, me encuentro al director de ecología de la Cruz Verde, el licenciado Adrián Salinas Tostado, quien asegura que nunca se había enfermado tanto de la garganta como cuando llegó hace tres meses a trabajar en El Salto. “El lirio se está quemando y se sedimenta, lo que no representa un problema, ya que no está en la superficie, que es donde el mosco deja su larva y se reproduce”.
Añade Salinas que “la idea de sanear también debe de ser un trabajo en conjunto con las fábricas, que deberán de tener sus propias plantas de tratamiento y esa agua se reutilice para regar las plantas. Pero lo complejo es la poca disposición de las autoridades, hay un problema de salud, de poca visión de inversión turística y económica, nadie hace nada”.
Vamos de nuevo al centro de la plaza, son las tres de la tarde, una campanada más y la iglesia queda silente observando el desmonte de la antena de la radio por parte de los ingenieros Raúl y Eliseo en lo alto de la cúpula del Palacio Municipal.
Se queda la televisión para seguir vigilante y cada uno de nosotros nos vamos y nos quedamos a la vez al pendiente de un olor que se ve, se escucha, se escribe. Un olor palpable para la sensibilidad humana, mudo para las autoridades.
Llegamos a casa con polvo en los zapatos por el camino andado. Llegamos cansados de un instante contaminado. Cierro mis ojos y recuerdo una frase de Isaac Newton: “Lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano”.

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