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Hablar de la última novela de Clara Usón es hablar de su propia vida. Y también de un momento clave en la historia de España. El asesino tímido, ganadora del Premio Sor Juana 2018 que otorga la FIL de Guadalajara, es el retrato de una generación, la de la escritora barcelonesa nacida en 1961, que vivió la transición del Franquismo a la democracia, con todas sus promesas de libertad, sus espejismos, su desenfreno y sus personajes. El Rey Juan Carlos y una actriz del cine de “destape”, Camus, Wittgenstein y la madre de la autora, se mueven y entrecruzan, “juntos y revueltos”, en esta historia de la que ella misma es protagonista y que narra con un estilo conciso, en que cuenta muchas cosas en pocas páginas —doscientas y pico— en homenaje a su referente literario, el ruso Antón Chéjov.

“Yo pertenezco a la generación que conoció el Franquismo y que estrenó la juventud con la democracia. Tenía 14 años cuando murió Franco, entonces mi vida es la vida de la transición. Ahora ya tengo tantos años que prefiero mirar al pasado que al futuro, del futuro ya me queda poco. Pero entonces mi generación creía que el futuro iba a ser esplendoroso, porque nos habíamos quitado de encima una dictadura de casi cuarenta años y que tenía a España encapsulada, y estábamos allí, como congelados en el tiempo, mientras a nuestro alrededor en Europa la gente vivía en democracia. Y de pronto se muere el dictador, nos quitan su retrato omnipresente y nos ponen un rey joven, rubio y simpático, entonces es como una sensación de enorme libertad después de haber vivido con miedo, porque el franquismo se vivía con miedo, y nosotros decidimos que ya no debíamos tener miedo a nada”, explica Usón en entrevista desde Barcelona.

“Éramos los temerarios, fuimos los que decidimos que ya no teníamos por qué entregarnos a la lucha política como habían hecho las generaciones anteriores a la nuestra, que habían corrido delante de la policía y habían sufrido la represión; nosotros lo teníamos todo conseguido, teníamos una democracia como en todas partes, creíamos que nuestra función y nuestra misión era modernizar a España. Queríamos hacer un salto hacía esos países europeos en los que nos mirábamos, y en los Pirineos, que antes habían sido una muralla infranqueable, se abría un paso”.

Fue la época de la Movida, cuando un alcalde de Madrid, el señor Tierno Galván, dijo en el pregón de las fiestas de San Isidro: “Y el que no está colocado, que se coloque”, recuerda la autora de libros como Las noches de San Juan, que obtuvo el Premio Femenino Lumen, y La hija del Este, l Premio de la Crítica, Premio Ciutat de Barcelona y Premio de la Cultura Mediterránea.

“Éramos temerarios, éramos ignorantes, desconocíamos por ejemplo lo que eran las drogas, porque no habían llegado, el 68 aquí no se vivió, estábamos siempre aislados, como en otro tiempo, y nos entregamos a las fiestas y a las drogas con un desenfreno y entusiasmo sin la mejor causa. Hicimos de la diversión nuestra divisa, alargamos la juventud lo más que pudimos. Y bueno, las fiestas empiezan bien y en medida acaban mal. Surgió la heroína, la adicción, los yonquis, yo desgraciadamente tuve muchos amigos muertos por eso. Esa fue mi generación, un poco inconsciente”.

En este contexto histórico, encuentran espacio, como en muchas de sus novelas, las preocupaciones personales de la autora: la familia como lugar en que se originan los conflictos, la lucha de las mujeres, las drogas —que ya había abordado en la novela Corazón de napalm, Premio Biblioteca Breve—, y sobre todo el suicidio. El propio nombre de la novela viene del escritor Cesare Pavese —que se quitó la vida en 1950— quien escribió en su diario que “todo suicida es un homicida tímido”.

“El suicida actúa con premeditación y alevosía, con la intención de matar, por tanto es un asesino. El suicidio me tiene obsesionada, hubo una época en que fui muy atraída por él, fui una homicida tímida pero muy torpe. Y allí me salvaron mis padres. Siempre creí que si la vida me aprieta, siempre hay una salida, y el suicidio es la huida última. Es esa constante tentación del abismo”.

Por ello en la novela aparece Camus, quien decía que el único problema filosófico verdaderamente importante es el suicidio. “Y decía que la pregunta que nos hacemos todos los días es si vivir o suicidarnos; puede parecer una exageración, pero para mí es así”. Y está también el pensador Ludwig Wittgestein, homosexual reprimido, cuyos tres hermanos se suicidaron, “y que estuvo toda la vida atormentado, porque creía que su deber era también suicidarse. Pero nunca se atrevió”.

Usón comenta que el filósofo alemán decía que “de lo que no se puede hablar hay que callar”, y, agrega, “esto tiene que ver mucho con Franco y con el Rey”.

Por ello, en la novela “está el Rey y lo que supuso para nosotros. Yo lo utilizo como una metáfora de la transición, nos lo vendieron como un milagro, que nos habíamos convertido en un país absolutamente demócrata y equiparable a cualquier otra democracia, y ahora en este momento estamos con una sensación de decadencia: el cambio después de 40 años en algún momento tendrá que llegar, ¿no? Hay la sensación que la transición no fue ese milagro sino que fue una componenda. Y no sólo no se ha acabado la transición, nos damos cuenta que estamos retrocediendo, a Franco todavía no lo hemos enterrado, la Iglesia sigue allí, y el Rey que nos habían vendido, extraordinario durante 40 años, seguía teniendo el control de la información, era tabú, sólo se podían decir cosas buenas de él. Fue como Dorian Grey, por fuera se veía joven, guapo y estupendo, y de pronto se corre la cortina y hemos visto su verdadero retrato”.

El monarca aparece también en relación a otro de los personajes principales de la novela: la actriz de cine de “destape” Sandra Mozarowsky, de la que supuestamente fue amante, y quien murió en circunstancias misteriosas, aventándose del balcón de su departamento.

“Mi novela es de ficción, pero este personaje, como otros, es real. En mis últimas novelas hay un híbrido entre realidad y ficción, y cuando combinas esto en una novela termina volviéndose ficción. Los personajes reales obvio no los novelo, porque allí hay una responsabilidad, yo no me invento, pero juego con su figura”.

Sandra fue una de las actrices que actuaron en las películas de destape en un período a caballo entre el franquismo y la democracia, que eran cintas de bajo presupuesto y en que un argumento pobre propiciaba nada más la ocasión para que una chica joven, guapa y bien dotada enseñara sus encantos. Y que en muchos casos era golpeada, abusada, violada y asesinada.

“Sandra era guapísimas, ojos verdes impresionantes, decían que era la Ornella Muti de España. Murió con 18 años, cuando yo tenía quince. Y me interesé en ella por una razón: a mí las historias trágicas me atraen, la muerte de un joven es una tragedia, y su muerte está envuelta en misterio y polémica. Yo vi versiones en internet que relacionaban a Sandra con el Rey Juan Carlos, que había sido una amante suya, y que su muerte tenía que ver con esa relación. ¿Cómo murió Sandra? Estaba a punto de cumplir 19, y justo antes de que aprobáramos la Constitución, en una época interesante, fronteriza, y supuestamente murió cayendo de su balcón mientras estaba regando sus plantas, a finales de agosto, a las 3 de la mañana… una hora poco inusual. Estuve investigando, la versión oficial es inverosímil. Entonces todos los rumores apuntaban a que, o bien Sandra estaba dolida porque el Rey la había sustituido con otra actriz, además estaba embarazada, y que esto la condujo al suicido, o bien la suicidaron”.

El cine de destape, entonces, según la autora tuvo un papel fundamental, aunque engañoso, en la transición española.

“Cuando uno vive, y sobre todo cuando es joven, ve, siente, pero no comprende, y esto me pasó a mí. Luego con el tiempo es cuando te parece que las cosas encajan. Y yo llegué a la conclusión de que, en los últimos años de Franco, la manera que tuvieron de anunciar los que iban a cambiar las cosas, fue mediante estas películas, porque durante el Franquismo la mujer estaba totalmente tapada, porque el Franquismo es tapar, ocultar e imponer. Como cualquier dictadura. Era muy mojigato, muy puritano. Y de pronto que en ese mismo régimen, a los principios de los años 70, permitieran ver en los cines de España ya no un pezón o un escote, sino los dos pechos enteros en una película o en una revista, nos parecía una promesa extraordinaria de libertad. Pero retrospectivamente es aberrante, porque en realidad se estaba utilizando el cuerpo femenino, era un acto de machismo, pero entonces nosotros creíamos que esto significaba que iban a cambiar las cosas, y cuando vino la democracia desapareció ese cine, que había sido muy prolífico, y sus actrices muchas de ellas han enloquecido, fueron utilizadas. El papel que hace Sandra es del ‘terror erótico’, es el de la santa, la virgen inocente que después es mancillada, pues le pegaban, la violaban, la dejaban, la secuestraban, enloquecía, moría una y mil veces; de hecho, la vi morir tantas veces en las películas que puedo imaginarme cuál fue su expresión cuando cayó del balcón, así como prefigurando su muerte”.

En una entrevista a El País dijiste que cuanto más creces, más feminista eres…
Cada vez somos más feministas, lo comento con contemporáneas mías, y nos pasa, porque queremos que cambie todo y no cambia, en una España con todo este discurso directamente antifeminista que hay, de volver al aborto y que hay que acabar con la ideología de Femen, cosas así. Cuando yo era joven, creí que íbamos hacia la igualdad, de verdad, pero con los años me di cuenta que nos dejaban subir un peldaño, allá abajo, y que luego allá arriba los hombres seguían mandando, en todos los sentidos.

¿Se refleja esto en tus novelas?
Yo procuro que la novela sea novela, yo no creo en la novela didáctica, yo creo que la novela tiene que plantear muchas más preguntas que respuestas, y yo quiero reflejar la contradicción del ser humano y por tanto no hago maniqueísmos, pero se refleja la vida, como en el caso de Sandra, yo no hablo de ella como una mujer explotada, pero es algo que percibe el lector cuando lo lee.

La familia es otro de los tópicos que aparecen recurrentemente en tus libros. Dices que este último de alguna forma es un homenaje a tu madre.
La familia es la fuente de infinidad de novelas, siempre ha sido una mina para los escritores porque es donde nacen los conflictos, y mis novelas se nutren siempre de los conflictos familiares, de mi familia en este caso, porque yo siempre escribo en primera persona. Para mí ha sido difícil, pero también hay algo de catarsis, porque hablo de la relación con mi madre, yo con ella no me llevaba bien, durante muchos años, como te he dicho antes que uno comprende demasiado tarde o pasados muchos años cuando está viviendo los hechos: cuando yo era niña mi madre hacía lo que tenía que hacer, pero no estaba contenta, siempre como enfadada con la vida, con mucha hostilidad, y sólo muchos años después he comprendido que eso no tenía nada que ver conmigo, porque yo pensaba que para ella era un estorbo, que me detestaba, y que hubiera estado mejor sin mí. Pero luego he comprendido que era porque le había tocado vivir una vida que no había elegido, porque el Franquismo fue especialmente cruel con las mujeres. Hasta el año 75 en España una mujer no podía abrir una cuenta corriente, pedir un pasaporte, viajar afuera del país, alquilar un piso, aceptar una herencia, hacer una multitud de actos jurídicos, era tratada al nivel de los menores, los sordomudos y los dementes. En la España de Franco la mujer era ciertamente un ser de segunda categoría, ya no ciudadano, un subalterno, era propiedad del padre o del marido, además no había divorcio, no había aborto. El dictador, más allá del poder político, impone un tipo de vida y no te permite elegir, no te da opciones. Y en el caso de las mujeres españolas fue clarísimo; la española, como mi madre, no se daba ni cuenta, y era una mujer de clase media, que había estudiado, que bebía y fumaba y por eso se sentía moderna y transgresora (y nosotros muchos años después cometimos el mismo error, de identificar el tomar drogas con el ser revolucionarias), y que se casó virgen, como era obligatorio en la época, con el hombre del que estuvo enamorada, y de pronto descubrió que había cambiado un jeque por otro. No sólo mi madre, todas las mujeres de su generación. Y claro, esto lo pueden aceptar con resignación, o con rechazo y amargura, como mi madre. Lo comprendí muchos años más tarde, y es una pena que no haya podido hablar de esto con ella, que esta hostilidad no tenía que ver conmigo sino con una vida que le habían impuesto y que ella no quería.

Dices que de alguna forma esta novela está dedicada a tu mamá…
Fuimos una generación cruel con nuestros padres, no queríamos saber nada de ellos, los llamábamos viejos, y tuvimos un rechazo por todo lo que representaban, porque fuimos la primera generación de mujeres que pudo elegir su vida, todavía nos faltaba mucho, pero tuvimos una suerte que anteriormente las mujeres no tuvieron. Y al cabo de muchos años, cuando yo perdí la cabeza, por mis conflictos, con esa fascinación del abismo de que te hablaba, me convertí en una película de terror, pero sin erotismo, y me convertí en una especie de Frankenstein para mí y para mi familia, y llegó un momento en que volví urgentemente a acercarme a ella. Y ella dijo que cada vez que yo me hundiera en el pozo, me iba a sacar. Y lo hizo. A mi madre le debo mucho, y a mi padre también, una figura que estuvo ausente durante mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, pero cuando yo en realidad estuve mal me apoyó y estuvo allí, y gracias a ellos estoy aquí. Entonces esta novela tiene algo de homenaje póstumo a mi madre.

¿Cómo combinas en esta historia todos estos personajes diferentes?
En mis últimas novelas tengo la tendencia a juntar cosas disímiles, partir del caos para ordenarlo y darle sentido, y en mi última novela todo esto funciona, esta especie de puzle donde cada pieza encaja, desde el cine del destape hasta un filósofo como Wittgestein. Después de Valor ya no escribí novelas difíciles, a la Faulkner. Esta no es una novela convencional, porque mezclo planos y personajes, pero tampoco es una novela difícil, se lee de corrido.

En otra entrevista con El País dijiste que literariamente somos más conservadores que en la época de Cervantes… ¿A esto te refieres con novelas difíciles?
En muchos sentidos sí, Cervantes tenía plena libertad y ahora estamos todos condicionados por el mercado y la dictadura del mercado. Pedro Paramo, que es una novela extraordinaria, ahora no la publicaría nadie porque nadie la entendería. Hemos retrocedido en muchos sentidos, la cultura actual tiene que ver con la influencia americana, el Instagram, Facebook, todo esto con que la gente quiere cosas machacadas. Un libro difícil no vende, si requiere un esfuerzo del lector, que no está acostumbrado a hacer esfuerzos con todas estas nuevas tecnologías y sí a tener todo hecho, te puedes encontrar con un rechazo absoluto. Hemos retrocedido, ahora hay best sellers que pasan por alta literatura. Estamos rebajando mucho el nivel.

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