Chapalear con Mike Laure

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Hay un lugar preciso en esta tierra donde se unen las vidas y las obras de D. H. Lawrence y Mike Laure, ese espacio se ha perdido o está a punto de hacerlo, pues lo que conocemos de la geografía que ambos pisaron, en distintos tiempos, ya no es la misma que guardaron en su mirada, su entendimiento y en sus corazones; el pueblo de Chapala (alguna vez por sus corrientes únicas su lago fue nombrado “la mar Chapálica”), ofreció a los viajeros —y a sus antiguos habitantes, claro—, referencias extraordinarias en el orden de la experiencia de vida y lo sensorial, que algunos diligentes recogieron en la literatura, la música y la imaginación.
La Chapala con sus vientos nacidos allí y que refrescaron un día a Guadalajara, el lago y sus olas enormes rompiendo en el malecón, las barcas abriendo surcos en el agua, y los paisajes del amanecer, la tarde o la noche, no solamente sedujeron a Lawrence y a Mike Laure, pues el poeta Ernesto Flores alguna vez narró que a comienzos de los años 60 viajaron a Guadalajara, y luego hacia la ribera, Julio Cortázar y Alejo Carpentier. Habían participado en un congreso latinoamericano de literatura en la Ciudad de México, y como deseo pidieron conocer el “Pueblo del Lago”, seguramente inducidos por las lecturas de Lawrence, expresamente descrito por el inglés en La serpiente emplumada (1926).
“Me solicitaron llevar a Cortázar a Chapala —dijo Ernesto Flores aquella tarde—, pero como él era un desconocido para mí, a quien llevé fue a Alejo Carpentier; dos años más tarde Cortázar publicó Rayuela, y yo me perdí para siempre la fortuna de haberlo conocido…”.
Lawrence tomó como escenario a Chapala (y a otros pueblos del sur de Jalisco) para su historia. Describió “el viaje interior de la conciencia mítica del hombre”, como han dicho los estudiosos de su obra.
Más cercano y quizás más entrañable que Lawrence, resulta para nosotros Mike Laure, quien sin haber nacido a las orillas del lago (sino en El Salto, en 1939), devino en chapalense y nos entregó toda una poética en sus canciones sobre el agua, el mar, el amor, la fiesta, la borrachera y —literalmente— el despapaye.
La aparición en el mundo de la música del cometa Laure ocurrió en los años 50, primero dentro del estilo del rock and roll, influenciado por Bill Halley y Chuck Berry, pero luego en una evolución sustancial que lo llevó al encuentro, ya en 1960, de una inusitada fusión, plena de ritmos caribeños.
Abordaron él y sus “Cometas” ya no solamente los movimientos propios de la época —y de moda—, sino que se hundieron dentro de las músicas de otras geografías del continente, logrando realizar mezclas de la cumbia colombiana, el son, el bolero, y relacionándose definitivamente con los espíritus afroantillanos.
Se introdujo, luego, de una forma singular el acordeón en el grupo hasta lograr hacer de los sonidos una onda muy laureana, en la que los “cometas” hallaron un espacio único dentro de la música, sin alejarse de lo que en ese momento los había impulsado —el rock and roll, el swing y el a go gó—, sino aprovechando de la mejor manera lo aprendido.
Pero no hubiera bastado lo anterior para que Laure se convirtiera en lo que es; fue el azar el que lo llevó tocar por largo tiempo al Beer Garden de Chapala, donde encontró a su público, a su pueblo y a sus amores, que lo inclinaron componer las canciones “Quiero amanecer” y “Chapala de amor”, logrando en ellas hacer del punto geográfico con color local, uno de enorme trascendencia hasta universalizarlo. Solamente comparable a la esencia que marcan las narraciones de La serpiente emplumada. De algún modo ambos ofrecen universalidad a Chapala, pero sin duda Mike Laure lo vuelve único e irrepetible.
Alguna vez deberíamos decir que Chapala es nuestra Nueva Orleáns. Seguir los caminos de los viajeros salvajes que han estado allí, de algún modo chapaleando, como suelen decir los pobladores.
Un lugar privilegiado en la historia le pertenece Mike Laure, a la altura de D. H. Lawrence, Julio Cortázar, Alejo Carpentier y José Revueltas. Por Revueltas sabemos que Porfirio Díaz, en los albores del siglo XX, promovió la desecación del lago para convertirlo en campo de labor.
De haber ocurrido, seguramente no se hubieran escrito novelas, canciones, ni realizado pinturas, ni tomado imágenes increíbles, ni menos hubiera existido el lamento de Laure, aquel que nos recuerda que fue un músico a la altura del mundo al estallar en deseos: “¡Ay, primo Nacho, /quiero amanecer, /con mi guitarra cantando, /quiero amanecer, con mis amigos parrandeando, /quiero amanecer bailando, /quiero amanecer cantando, /quiero amanecer, allá por Chapala, /quiero amanecer con mis chamacas bailando, /quiero amanecer, con mis amigos parrandeando, /pero no trabajando…”

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