¿Botín o alimento?

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Maito es una de las regiones más marginadas de Cabo Corrientes, en Jalisco, y paradójicamente, una de las más bendecidas por la naturaleza. Un estero con palmeras a la orilla alberga peces, moluscos e incluso caimanes arriban a la playa para dar la bienvenida a sus escasos visitantes, pues llegar ahí es toda una hazaña.Â
Si no se cuenta con un vehículo apto para recorrer una hora en terregosas brechas, tendrá “que pasar un tiempo pidiendo raid y otros ratos caminando” como lo comentó un lugareño. El recorrido dura un total de dos horas, partiendo de Puerto Vallarta, y pasando por El Tuito, la cabecera municipal de Cabo Corrientes; pero el panorama recompensa el esfuerzo: un camino lleno de selva.
 En el Campamento Tortuguero de Maito, un grupo de jóvenes decidieron esforzarse para ayudar a evitar la extinción de la tortuga marina. Doce kilómetros de playa están resguardados por voluntarios y biólogos que iniciaron el proyecto por iniciativa del director de la preparatoria regional de Puerto Vallarta, Armando Soltero Macías. “Yo vi cómo empezaron a formar el campamento, empezaron con dos toldos, no había casi nada, pero me gustó esto y me empecé a involucrar”, comentó Jorge González Arias, un joven de 21 años al mando del campamento en ausencia del biólogo Israel Llamas.
Jorge puede tener una vida como la que llevan los jóvenes de su edad, sin embargo prefiere estar ahí, dividiendo su tiempo sólo entre su compromiso con la preservación de estos reptiles y sus estudios. “Empecé a venir mucho, a conocer, me invitaron a patrullar y pues pensé que este desmadre estaba chido, y entonces me dijeron que cuando quisiera podía ir como voluntario, y así empecé; ya después me ofrecieron trabajo. Tengo ya cuatro años”.
Para acompañarlos con cerveza, para eliminar el malestar por el abuso del alcohol e incluso por ser “afrodisíacos”. Son las razones que dan quienes consumen huevo de tortuga. Pero no sólo por la simple ganancia se comercia con ellos, también se saquean los nidos porque la gente no tiene otra alternativa para alimentarse. “La gente de aquí no saquea tanto para comerciar con los huevos, cuando los encontramos ahí a un lado del nido… incluso muchos hasta nos esperan y nos dicen: oye, me encontré este nido y me quería llevar algunos porque quería comérmelos, y pues ya se nos hace gacho decirles: ‘Te vas a chingar y no te voy a dar nada’, entonces les damos unos 20 huevos, nos quedamos con 80 y recolectamos incompleto el nido, y quienes comercian con los huevos generalmente vienen de fuera”, concluyó Jorge González.

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