Bioética: asunto de todos

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¿Debe el médico hacer lo imposible por salvar una vida, aunque infrinja sufrimientos innecesarios a sus pacientes? ¿Hemos de cerrar una industria que contamina, aunque esto implique la pérdida de cientos de empleos? ¿Convendría prohibir las peleas de gallos y con ello acabar con el motivo de las fiestas populares de un pueblo? ¿Tendríamos que impulsar la investigación y producción de alimentos transgénicos, como medio para evitar la escasez de productos básicos? El análisis y la búsqueda de una respuesta última o definitiva a las preguntas anteriores, es un asunto complejo e ineludible. Resulta complejo porque, como puede verse, en cualquiera de las interrogaciones se encuentran implicadas las voluntades de más de una persona, de más de una ciencia, de más de una forma de organización de la vida pública y de más de un contexto.
Por otra parte, esta complejidad es ineludible, porque de la manera en que respondamos a estos cuestionamientos y actuemos en consecuencia, dependerá, en gran medida, la forma en que una sociedad se desarrolle armónicamente y con la sensación de que hace lo correcto en relación con aquello que tiene que ver con la vida.
El desarrollo tecnológico alcanzó estados alarmantes con respecto a la transformación de lo que tiene que ver con la vida durante la primera mitad del siglo XX. Pero un rasgo definitorio de la técnica y la tecnología es la alteración de la naturaleza, la vida y el entorno, en búsqueda de la satisfacción de una intención humana, entonces podemos encontrar noticias de modificaciones del entorno desde el Paleolítico, cuando los hombres cazaban cruelmente en el antiguo Egipto, al desviar el cauces del Nilo para irrigar las cosechas, en las acciones contra las epidemias en las guerras del Peloponeso, en las inmoderadas talas de bosques durante la Edad Media y el Renacimiento, hasta nuestros días, en que más de algún sector de la sociedad padece, mientras otros se complacen con las acciones emprendidas con la vegetación, la fauna, la atmósfera, la hidrósfera, la geósfera y la vida humana.
Es característico de los hombres alterar nuestro entorno para vivir. Son dignos de tomarse en cuenta los enfoques antropológicos que definen al hombre como homo faber. Pero resultaría paradójico pensar en un ente que se caracteriza por modificar el entorno para obtener beneficios, pero incapaz de modificar sus rasgos naturales en beneficio de sí mismo y sus congéneres. Es decir, si mediante la tecnología efectuamos una transformación de las manifestaciones de la naturaleza con la finalidad de llevar una vida más cómoda, si nuestra naturaleza técnica realiza acciones que nos impidan llevar una vida más cómoda, ¿por qué actuar como si esta manifestación natural fuese inalterable? Obviamente una modificación no implica siempre una anulación, pero sí requiere de nuevos enfoques, de nuevos razonamientos y, por ende, de diferentes acciones.
En este contexto de creaciones tecnológicas cada día más complejas y de nuevas formas de actuar del homo faber, fue que durante la segunda mitad del siglo XX, Van Rensselear Potter publicó un libro titulado Bioethics: the sicence of survival, atribuyendo a este autor la paternidad de un nuevo sistema de reflexión que integra ciencia, tecnología, vida y moral.
Parece claro que las reflexiones con preocupaciones sobre la vida no son distintivas del mundo contemporáneo. Sin embargo, la obra de Potter desencadena la investigación y el trabajo sistemático sobre estas inquietantes relaciones que no solamente son asunto de tecnólogos o científicos abocados al estudio de lo vivo; más bien estas preocupaciones impactan el interés de la ciudadanía en general.
El atrevimiento de afirmar que la reflexión ética en torno a la vida no puede ser ajeno a ningún hombre, deriva del reconocimiento de que todo humano se encuentra expuesto a la enfermedad. La fuente central de nuestra alimentación depende de lo vivo. Nuestra existencia la hacemos en un entorno de agua, aire y tierra, y tarde que temprano la vida de cada uno de nosotros alcanzará un punto final.
Pero como cereza del pastel de esta realidad milenaria, es el hecho de que la enfermedad, la vida, el entorno y la muerte, adquieren nuevas fisonomías con el abrumador desarrollo tecnológico. En otras palabras, si estas realidades se han hecho presentes en la conciencia de los primeros hombres, lo cierto es que la manera de enfrentarlos ya no puede ser la misma.
Si con la reflexión ética pretendemos responder a la pregunta ¿qué debemos hacer para estar bien?, entonces, más que apuntar la mira en la búsqueda de principios universales, resulta imprescindible enfocar la mirada sobre un mundo inconstante, en el que mente y materia han dejado de ser los mismos con todas las implicaciones que esto tiene en el universo de las relaciones humanas.
Hoy como ayer, la reflexión humanista tiene sentido, pero cuando las revoluciones sobre lo vital son más abruptas, la reflexión filosófica no puede ser menor. Ante este entorno contemporáneo de complejidades, en donde lo vivo sigue siendo el eje central de las acciones, resultan inauditas las apabullantes actitudes eficientistas que en las escuelas, gobiernos y trabajo, apuestan más por el dinero, las innovaciones y el control, olvidando y relegando el motivo que los vio nacer: lo vivo y lo humano.

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