Bernstein o pensar la violencia

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Pensar es una actividad que debe realizarse una y otra vez para que no se desvanezca. Siempre existe el riesgo de que el pensar desaparezca, que sea remplazado por un sustituto irreflexivo.

Richard Bernstein
Las grandes masacres, en donde mueren personas ajenas a un conflicto, son percibidas como manifestaciones extremas de violencia. Baste recordar el Holocausto, el genocidio de Ruanda, el dos de octubre, la masacre de San Fernando o la destrucción de las Torres Gemelas, como ejemplos contundentes de lo que caracterizamos por violencia extrema. Muy probablemente quienes participaron como actores materiales o intelectuales de dichos exterminios pensaron que hicieron lo correcto… no lo sabemos. O tal vez creyeron que sus actos eran la alternativa más viable para mantener el orden y la paz… tampoco lo sabemos. De lo que probablemente sí podamos tener mayor certeza es de que no quisiéramos haber estado en los zapatos de las víctimas y que, con mucha frecuencia, los actos de extrema violencia generan reacciones con la misma o hasta con mayor magnitud.

Pensar la violencia ha sido una de las preocupaciones centrales del filósofo norteamericano Richard Bernstein, quien compartirá sus reflexiones con la comunidad universitaria el 29 y 31 de enero.

La violencia, dice el filósofo de Brooklyn, pareciera ser un fenómeno no deseado, pero con el que desde siempre ha tenido que convivir la humanidad. Diversas disciplinas, en todo el espectro que abarcan tanto las ciencias humanas como las ciencias naturales, han intentado comprender sus causas y reducir sus efectos y, de manera análoga, los gobiernos buscan alternativas para reducirla, pero en ocasiones también son la causa de su permanencia o expansión.

La violencia es comprendida por Bernstein como una noción ética y política imprescindible. Una cualidad propia del concepto —que requiere de la reflexión filosófica (en este caso de la ética y la política)— sería aquella de que se escapa a una definición unívoca, esto es: que hay diversas maneras o enfoques para comprenderla, pero, sin embargo, resulta fundamental para poder comprender otras nociones que de éstas se derivan. Además de las dificultades que enfrentamos al intentar comprender esta difusa noción, también están presentes un conjunto de interrogantes cuyas respuestas nunca son del todo satisfactorias: ¿hay violencias que se justifican?, ¿hay violencias legítimas?, ¿podríamos erradicar la violencia?

En torno a situaciones violentas específicas ha transcurrido la reflexión del filósofo, particularmente el Holocausto judío y el derrumbe de las Torres Gemelas. En su obra El mal radical trata de comprender, mediante la revisión de distintos filósofos modernos y contemporáneos, los motivos humanos que pueden llevar a un ser humano a cometer actos altamente despiadados, cuestionándose, en este sentido, sobre los orígenes de la maldad extrema que se hace manifiesta en actos como los conocidos durante los genocidios de la segunda guerra mundial.

La reflexión sobre la violencia acontecida y sobrevenida a la postre de la destrucción de las Torres Gemelas es analizada en El abuso del mal. De esta obra resulta relevante la tesis que sostiene respecto a la mistificación política y religiosa que se hace del bien y del mal como factores detonantes de la violencia. A grandes rasgos, lo que sostiene es que tanto entre los hombres como entre las naciones existe un conjunto de nociones abstractas y absolutas vinculadas con la idea del bien y del mal, donde aquellos individuos o naciones que no comparten dichas cosmovisiones morales y políticas son identificados como los enemigos a los que hay que combatir. Un ejemplo contundente de este fenómeno fue la guerra que siguió al 11/9, donde los combatientes de ambas regiones apelaron a las abstractas nociones del bien, el mal, la verdad, la tradición o dios para justificar sus ataques al oponente.

No es lamentable que carezcamos de una fórmula para erradicar la violencia, lo lamentable, según Bernstein, sería que dejáramos de pensarla. Para afrontar la incertidumbre no queda otro camino que el pensar.

México atraviesa por un momento convulso en donde, según cifras oficiales, durante 2017 se cometieron más de veinticinco mil homicidios dolosos, por no mencionar los casos de violación, extorsión, secuestro y robo con violencia. Si bien no hemos podido disminuir estas calamidades, de lo que sí podemos estar seguros es que normalizar o dejar de pensar la violencia no es la alternativa más viable para combatirla.

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