Bacon contra los fanáticos

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Seguramente Francis Bacon leyó a Francis Bacon. También es convincente que a Bacon le hubieran gustado las obras de Bacon. Pero nunca, por cierto, se encontraron en alguna esquina, ni a la salida de un edificio, ni en la posible oscuridad de una taberna. Habría que imaginarlos departiendo en la public house –o pub.
No ha sido nuestro fuerte la filosofía. En México, aunque reconocemos a extraordinarios pedagogos, no hemos colaborado en mucho en torno a la discusión filosófica que ha tendido su red en todo el orbe. Reconozco algunas voces importantes: la de Francisco Javier Clavijero (quien vivió en Guadalajara alrededor de 1765), Luis Villoro, Eduardo Nicol y la de Adolfo Sánchez Vázquez, quienes aportaron enormes cúmulos del pensamiento universal a quienes nos educamos a través de sus manuales siempre visibles en los estantes de la biblioteca personal. Es una creencia arraigada que la filosofía solamente se debe realizar en las aulas; no obstante —y creo no equivocarme— es y debe ser un ejercicio cotidiano discutir las ideas que la materia guarda en las escuelas y sacarlas a ventilar en el aire de las calles y darles refugio en alguna mesa de cantina y en la casa.
Es un lugar común, por otro lado, alejarse de la mesa donde anidan aquellos que han leído algunos libros y manuales de filosofía y pedantean a la menor provocación repitiendo frases —que no ideas— como abogados de pueblo, cual si fueran verdades absolutas. Es igual de abominable que entre algunos poetas no se logre encontrar un rastro de la historia de las ideas cuando se conversa. Y es más triste saber que pocos se han acercado al pensamiento, pese a que todos deberíamos hacerlo como un bien intelectual y un beneficio para descubrir que los políticos (y sus servidores) no han bebido ni pizca de los brebajes heredados —dejo únicamente algunos nombres— por Platón, Aristóteles, Sócrates, Séneca, San Agustín, Ortega y Gasset o María Zambrano…
El ejercicio filosófico —lo ha demostrado Chesterton, Paz, Savater y, es claro, Cuauhtémoc Mayorga Madrigal–, debe ser cotidiano como el agua de uso, por ser una bebida que nos aclara con el alivio del entendimiento. Ahora que Francis Bacon —el inglés y filósofo y no el pintor irlandés— cumple sus primeros 450 años de haber nacido, resulta un excelente motivo para establecer un contacto con el pensamiento en general y la filosofía en particular.
Advierto que únicamente soy un diletante de la filosofía. Digo que la lectura de algunos libros filosóficos me ha enriquecido. Reconozco que la relectura de, por ejemplo, El príncipe de Maquiavelo, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, me dio luces para observar mejor las formas del sistema y la participación de Salinas en el Estado mexicano. Procuro tener a mano algunos cuadernos en que el pensamiento se establece y que la presencia de Francis Bacon me ha reconfortado en algunos momentos de mi vida y es justo recomendar la lectura de sus frases y sus libros enteros, ahora —justo hoy— para entender el mundo actual.
Filósofo empírico y antiartistotélico, Francis Bacon (Londres 1561-1626) fue contemporáneo de René Descartes; como éste, creó un método científico que fortaleció a las ciencias, con el cual proponía una nueva concepción del mundo de su tiempo. Es célebre su teoría sobre la inexistencia de William Shakespeare como autor de sus obras. La inquietud propiciada por Bacon, sigue teniendo adeptos y vigencia hasta nuestros días. Reflexionó en torno a la filosofía, la literatura y la política. La historia nos indica que sus mejores escritos se hallan en El avance del conocimiento y Novum Organum o Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza. Una buena parte de sus trabajos los ha editado Porrúa en México, y es parte de su extraordinario fondo editorial. Sus años finales fueron controvertidos, pues se vio envuelto en un escándalo de corrupción. Sus aportes han logrado llegar hasta nosotros con limpieza. En alguna parte de su obra nos recuerda henchido de razón: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”.

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