Arte para disfrutar a pie

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El arte público es para la gente de la calle. Es el arte más democrático, el que no se encierra en los museos. Es un arte capaz de interactuar con el transeúnte, con los caminantes de la ciudad.
El arte público no es sólo escultura callejera para ser vista a distancia, ya sea desde arriba de un puente o del interior de un autobús pasando por una vía rápida, es la obra que la gente se apropia.
Un ejemplo de ello en Guadalajara es “La sala de los magos”, obra realizada por Alejandro Colunga que se ubica afuera del Instituto Cultural Cabañas, donde la gente se sube a las sillas, se sienta en las mesas, las acaricia y se toma fotografías para hacerlas suyas. Lo mismo sucede con los grandes animales-arañas que están fuera del Museo de las Artes, la gente se balancea entre las patas de esos seres extraños.
De acuerdo al investigador de estudios socio-urbanos de la Universidad de Guadalajara, Martín Mora, las obras de Colunga son tan significativas que la gente quisiera llevarse un trozo a su casa.
“El arte verdaderamente público no es solamente para ser visto, es para ser vivido”, indica en sus estudios José Antonio Teixeira Coelho, investigador de la Universidad de Sao Paulo, Brasil. Es un arte que congrega, no aparta, que aproxima y no distancia. Es un arte que reconoce los derechos culturales de los usuarios al espacio público y hace obras de acuerdo al contexto.
Para Martín Mora, la obra misma debe buscar comunicación física con la gente. Las obras enclaustradas en los museos se alejan del público, son la demostración de un arte viejo, caduco y de una tendencia artística inútil. Los museos no invitan a entrar, por ser espacios intimidantes; uno se siente excluido porque lo único que le queda es contemplar las ocurrencias geniales de un cantamañanas [un crítico de arte] que le dice qué es el arte. Además, hay que pagar una cuota de 5 o 10 pesos para ingresar y al final a la gente le importa un pepino el museo.
Otro buen ejemplo de arte público fue la exposición “Cow Parade”, en la que decenas de vacas intervenidas por artista locales invadieron Guadalajara para recordar a los ciudadanos la naturaleza y el campo. Martín Mora indicó que a pesar que se prohibiera tocarlas, la gente se metió con las vacas, las tripuló. “La gente terminó agasajando a las vacas de manera natural”, dijo Mora.
Algunas ciudades y algunos artistas no entienden el sentido de esta expresión, tal como sucede en Jalisco, indicó el profesor investigador artes plásticas de la UdeG, Enrique Navarro. Lo más peligroso es que una sociedad sin íconos, sin elementos emblemáticos, sin actividades artísticas callejeras, nos deja una sociedad plana, chata, amorfa, cerrada, sin identidad ni historia, sumida en una esquizofrenia social.

Arte caduco y rancio
Los pobladores prehispánicos que tenían como dioses al Sol y la Luna caminaban entre monumentos que les recordaban parte de su historia, batallas y héroes. A la llegada de los españoles se propagó el arte religioso con fin evangelizador y fue resguardado en las iglesias. El arte pasó a manos privadas.
“En ese momento se perdió el amor y la intención por la escultura”, comentó la reconocida escultora y profesora de la UdeG, Dolores Ortiz.
Cuando la ciudades olían a pólvora, en la época de la Revolución mexicana, el gobierno, para legitimizar su poder, mandó llenar las calles con bustos de héroes y próceres. Los ciudadanos no se volvieron más cultos con la simple multiplicación de las obras, menos con los bustos de presidentes impopulares, como los expuestos sobre la avenida Américas.
“La obra escultórica fue perdiendo la función social de ser creada para la gente de la calle. Fuimos perdiendo terreno y la escultura empezó a exponerse en las galerías o hacerse esculturas para los políticos”, indicó Ortiz.
Los escultores entonces entraron en un doble discurso: para sobrevivir vendieron sus obras a galerías, y para satisfacer su necesidad de creación y cumplir su función social exponían en las calles.
“El problema es que los políticos son administradores del espacio público y no son los más cultos, ni tampoco los de mejor gusto estético. No han logrado entender que el arte urbano hace ciudad. Si te digo París piensas en la Torre Eiffel, si te digo Nueva York se piensa en la Estatua de la Libertad. Las esculturas proporcionan identidad, memoria, historia. Es como una demarcación del territorio”.
Para que un artista exponga en la calles de Jalisco es complicadísimo, ya que las autoridades prefieren invertir en otras funciones sociales que les den publicidad. Piensan que los artistas viven sin dinero y deben de regalar su trabajo, cuando las herramientas y materiales son muy caros.
Además, las críticas negativas no ayudan, siempre hay cuestionamientos de cuánto cuesta la obra y luego se le clasifica como un gasto superfluo. Eso pasó con los Arcos del Milenio, en Guadalajara. Incluso en Europa se desató una polémica por la “costosa” obra del pintor español Miquel Barceló en la cúpula de la Sala de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra.
Mientras, los artistas tapatíos en los últimos años sólo saben hacer largos escritos para justificar su arte, pero no lo llevan a la práctica, no saben moldear la piedra. Las universidades se han preocupado más por el discurso que por el quehacer artístico.
“En Guadalajara hay muchos espacios públicos, lo que no hay es escultura”. Cuando llega a aparecer una obra, la gente que no está habituada la ve como una invasión a su espacio.
Para el profesor Enrique Navarro, el público tapatío tampoco contribuye a la pluralidad del arte público, ya que en muchas ocasiones sólo acepta, entiende y se apropia las obras realistas y figurativas, le cuesta trabajo entender el arte abstracto.
“Los tapatíos son renuentes de apropiarse de algunas obras como la de Sebastián, creador de los Arcos del Milenio, mientras que las de Colunga han sido bien aceptadas porque están hechas a escala humana donde la gente se puede subir, son figuras reconocibles por su realismo de magos o duendes. También identifican las esculturas de la Rotonda de los Hombres Ilustres, de la autoría de Miguel Miramontes. Pero cuando se enfrentan a lo abstracto, les cuesta trabajo apropiarse, tal como sucede con ‘El Pájaro Amarillo’ de Mathias Goeritz, situada sobre las vías de avenida Inglaterra a la altura de avenida Arcos”.
Para Navarro es necesario explorar tendencias conceptuales y realizar performances en plazas públicas para mover conciencias. Sólo vemos que se privilegia en exceso el automóvil, las vías rápidas, los puentes, camellones, túneles. Mientras que las vías recreactivas y las actividades nocturnas de las bicicletas no son expresiones suficientes para la ciudad.

Por las calles, de rapidito y con miedo
Los jóvenes quieren salir a la calle para ir delimitando su dependencia familiar, pasan horas en la urbe, solos o en grupo. Sin embargo, los espacios en Jalisco son pocos, limitados e inseguros, resumió el investigador del Colegio de Jalisco, Rogelio Marcial.
Las autoridades creen que lo urbano implica únicamente construir edificios y pavimentar. No relacionan espacios para la cultura, la diversión o para hacer deporte. En la ciudad sólo se ven calles, postes y autos.
La falta de espacios públicos crea locura social. Las altas tasas de criminalidad orillan a que los ciudadanos honestos se encierren por el miedo a que los asalten o sean una estadística más del crimen.
“Los encierros pueden ser desde poner candados a las casas y ventanas, instalar alarmas en los autos, hasta irse a plazas comerciales para habitar espacios seguros”.
De acuerdo a Martín Mora, el problema también radica en la importancia que le han dado las autoridades a los conductores de automóviles y la falta de interés por la gente de a pie.
Los puestos de tacos sobre la banqueta, las grandes plazas comerciales, los pequeños negocios, los automóviles invadiendo el área peatonal… privatizan los espacios que son comunes y la sociedad no se adueña de los espacios públicos. “Pasa a hurtadillas y de largo. Va por la calle rápido, directamente a su trabajo, no sale a caminar, ya que se ha perdido la práctica de salir a hacerse gí¼ey, una práctica muy civilizada”.
Cada metro perdido ha sido robado por los tripulantes de los coches. Quedan espacios públicos vacíos y hostiles para instalar obra artística. Vivimos en una época de velocidad, en que todo se debe de usar y tirar, por eso las cabinas telefónicas o las sillas están destruidas. Se ve toda la amalgama de mala educación. El artista debe educar y las universidades deben formar públicos y no tomar a las manifestaciones culturales como un negocio.

Arte público para superar la crisis
Con las crisis económicas la gente deja de comprar arte. El arte público es la mejor opción para superar las crisis sociales y hacer participes de la creatividad a todos los ciudadanos.
Martín Mora dijo que debería de haber un catálogo que incluya el arte público y guíe a los ciudadanos para recorrer la ciudad, así se incentiva la caminata e iría de escultura en escultura conociendo su historia. Se reapropiaría de los espacios públicos, tendría un acercamiento nuevo con las piezas artísticas que se han olvidado.
Dolores Ortiz expresó que debería haber una ley que obligara a estas instituciones privadas, como son los centros comerciales o edificios administrativos, a promover arte urbano, incluso ayudaría a estos edificios a distinguirse el uno del otro.
Para Rogelio Marcial las personas no pueden crecer humanamente ni espiritualmente si están consignadas a un solo espacio, si no amplían sus redes sociales, si no comparten su vida con personas de diversas edades, género y gustos culturales, porque el mundo se reduce. Las autoridades deben impulsar los espacios públicos, hacer una ciudad más agradable.
De acuerdo con Navarro, la población debería ser más activa en la toma de decisiones que afectan a su ciudad, porque al no protestar ante las imposiciones mal hechas del gobierno nos perdemos de vivir en una mejor ciudad.

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