Arte con cachas de oro

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EL NARCOLABORATORIO MAS GRANDE ENCONTRADO EN EN IXTLAHUACAN DEL RIO EN JALISCO DONDE SE PROSES HASTA UNA TONELADA DE DROGA AL MES. JOSE MARIA MARTINEZ

La historia del narcotráfico en México la cuentan tanto los vivos como los muertos. Se escribe por igual a través de las acciones de los primeros como en los cuerpos de los segundos. En esta historia hablan los objetos, las personas y las instituciones de un país que día a día, cada vez con mayor frecuencia, encara una actividad delictiva que busca legitimarse a través de la cultura.

Cultura y narcocultura
El concepto de cultura como un conjunto de costumbres, artes y bienes benefactores del desarrollo humano no es gratuito. Así fue establecido por la principal organización internacional encargada de velar por el patrimonio cultural mundial: la Unesco. La Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales de esta oficina de Naciones Unidas definió así en la Ciudad de México hacia 1982 el concepto de Cultura:
Conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos.
Esta definición es desafiada en la realidad de un México cuya vida pública es invadida cada vez más por el crimen organizado. Una muestra palpable es el informe periodístico “Reporte Monterrey”, que asegura que en el tradicional mercado de “La Pulga”, en la capital de Nuevo León, no se puede vender una sola película “pirata” que no sea aprobada por el brazo armado del Cártel del Golfo, Los Zetas.
A través de la extorsión, los sicarios han expandido su influencia a un negocio tan ilegal como lucrativo, del cual depende uno de los principales insumos culturales consumidos por la población de escasos recursos (y aun de la clase media). Convirtiéndose de facto a través de una actividad empresarial en un gran regulador del acceso de la población regia a un bien cultural.
Las instancias del estado han reaccionado con políticas de carácter policial a un problema señalado por analistas y académicos como eminentemente social. Sin embargo, a través de los órganos oficiales de control de los medios de comunicación (y no de sus instituciones culturales) ha tratado de evitar la proliferación de productos culturales que legitimen a las organizaciones criminales.
Así fue que desde 2001 el gobierno de Vicente Fox comenzó una escalada de amonestaciones y sanciones a los medios que transmitieran “narcocorridos”.

Las letras
Producto cultural del narco por excelencia, el narco-corrido cuenta con una larga historia como la expresión más visible de este grupo social.
En este universo sonoro tienen cabida todos los matices de este estilo de vida. Desde la ostentación de la riqueza ilícita: “Un joven muy bien vestido / de vaqueros y tejana / con varios anillos de oro / y en su muñeca una esclava” dice “La imagen de Malverde” del grupo Arriba Badiraguato. Pasando por los sinsabores que sufren quienes escogieron el narco como estilo de vida: “Por bocina les gritaban helicópteros / alerta los tenemos bien rodeados / es mejor que se detengan / de pronto un tren que cruzaba acabó con la pareja.” Cantan Los Tigres del Norte en “La camioneta gris”. Hasta el ensalzamiento del capo: “Por eso es jefe en la tribu, lo tiene bien merecido, números para las cuentas, la mano para el amigo, caricias para las damas, balas pa’ los enemigos.” Le cantan Los Canelos de Durango a Alfredo Beltrán Leyva, alias “El Mochomo”.
Para Manuel Valenzuela Arce, autor de Jefe de jefes. Corrido y narcocultura en México, en el narco-corrido “destaca la ponderación desproporcionada del consumo, del poder y de la impunidad. Rotas las fronteras morales entre buenos y malos, los papeles de policías y ladrones se desdibujan. El estilo de vida asociado al poder del narco se despoja de los elementos morales que funcionaron cuando las dimensiones del consumo se vinculaban con los medios que lo posibilitaban”.
Los músicos autores de este tipo de música no tienen una concepción de ilegitimidad acerca de sus canciones. Gustavo Pardo, tecladista del grupo Exterminador, grupo reconocido por varios narco-corridos, lo dice: “La gente es lo que más nos pide en los conciertos, en los eventos, en los bailes. En las trocas es lo que más se escucha.”
Para el maestro en comunicación Julio Figueroa, de la Universidad Austral de Chile, este tipo de música una vez despojada de sus características comerciales “demuestra ser un indicador más bien de la profundidad de un problema social relacionado con la pobreza y las terribles relaciones de dominación al interior de la sociedad mexicana.”

Los cuerpos
Para los narcotraficantes mexicanos, el cuerpo humano ha cobrado una centralidad que antes no tenía, debido a la disputa por el mercado interno. Al enemigo hay que eliminarlo no sólo operativamente, hay que aniquilarle simbólicamente.
A “Efraín”, habitante de Cananea, Sonora, secuestrado por un grupo de sicarios comandados por Arturo Flores, alias “El Mosca”, le fue marcada una ‘Z’ en la espalda mientras era interrogado. El objetivo: establecer en la plaza la superioridad de Los Zetas.
Para el arte, el cuerpo humano siempre ha representado un eje articulador de discursos, escuelas y rupturas estéticas. El cuerpo ha sido un termómetro para artistas, público y crítica sobre el grado de antropocentrismo que marca una época en el arte.
En México, un país dominado por la violencia del narco, el ejemplo más claro del lugar que se asigna al cuerpo es el trabajo de la artista Teresa Margolles, oriunda de una región con amplia influencia de la narcocultura: Culiacán.
Margolles ha buscado resaltar la abolición del cuerpo como actor sociocultural por parte de los traficantes. Esto se puede observar en uno de sus primeros trabajos individuales llamado “Tarjetas para picar cocaína”. En el que elaboró tarjetas del tamaño de plásticos bancarios, con las fotos enmicadas de cuerpos de víctimas del crimen organizado.
La artista critica también la estética de la ostentación que caracteriza la narcocultura. En “Ajuste de Cuentas” compone piezas de bisutería elaboradas mediante la sustitución de las piedras preciosas por fragmentos de cristales de los parabrisas y ventanas de automóviles de narcos ejecutados.
Más de cinco mil muertos en el transcurso del 2008 conforman el escenario a escala nacional. Pablo Ordaz, corresponsal del diario español El País, en México, me confió que en Europa tal cantidad de muertos sería razón suficiente para pedir la dimisión del gobierno en turno. ¿Por qué entonces no causan una indignación mayor los muertos de esta guerra no declarada?
En La violencia y lo sagrado el filósofo francés René Girard da las claves para entender por qué en una sociedad donde prima la violencia se muestra una alta tolerancia a la aparición de víctimas del crimen organizado. Los muertos son “víctimas sacrificiales”.

La imagen
Desafiante, con la mirada altiva, el paso seguro y con la apariencia de ser seguido más que maniatado por agentes de las fuerzas especiales, Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo” fue presentado ante la prensa el 21 de enero de 2008. Su ropa atestiguaba un cambio de narcoestilo. Adios Versace, bienvenido Ed Hardy.
Si en algo son similares los miembros de las organizaciones criminales en el mundo es en su afán por construirse una identidad digna de temor. Y lo hacen a través de elementos como su vestimenta.
Roberto Saviano, autor del reportaje Gomorra, dice del capo camorrista Cosimo Di Lauro al momento de su captura: “Observando su vestimenta, a todos debería venirles a la mente El Cuervo, de Brando Lee. Los camorristas deben crearse una imagen criminal que a menudo no tienen, y que encuentran en el cine. Articulando la propia figura a una máscara hollywoodense reconocible, toman una especie de atajo para hacerse reconocer como personajes a los que hay que temer”.
Así también, los narcotraficantes mexicanos integran a su imagen una pátina de respetabilidad burguesa sin renunciar a caracterizaciones que los distingan del resto de la sociedad.
“Los narcos son protagónicos. Vestidos a su manera manifiestan su pertenencia a un grupo poderoso, que el resto imita con asombrosa felicidad”, comenta el escritor sinaloense Elmer Mendoza.

Ya con esta me despido
Por muchos narco-corridos que paguen, pocos traficantes podrían pasar como mecenas del arte. En los decomisos suelen aparecer las preferencias estéticas de los capos: centenarios trucados con motivos egipcios, rifles de asalto con baño de oro e incrustaciones de piedras preciosas.
Un narco que podría explicar otra relación entre vida, arte y narcotráfico es uno que purga condena en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México, Francisco Tejeda, quien ha encontrado respuestas en la pintura.
Desde hace años encabeza el taller de esta materia para el resto de la población carcelaria y desde su celda ha confesado encontrar en la pintura no sólo un medio para expresar su inconsciente, sino un medio de obtener ingresos de manera legal.
Y suelta: “Me han propuesto hacer una novela y una película, pero yo me negué porque dije: ‘No, ¿qué vamos a hacer? ¿Otra Scarface? Y la hacemos mejor, ¿eh? Pero, ¿qué caso tiene? ¿Qué vamos a ganar? Va la gente a ver la película, ¡y tú les enseñas a ser narcotraficantes!’”.

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