Arreola un niño recitador

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Juan José Arreola nació en 1918, pero parecía un hombre del siglo XIX. Fue un autodidacta hasta la médula: consumió libros como quien respira y aun así sostenía, junto con Borges, que “había leído mucho lo poco que había leído”.

Allá en Chile, Pablo Neruda (cuando aún era Ricardo Eliécer Neftalí Reyes), tuvo a Gabriela Mistral como su prestadora de libros. Arreola contó con el apoyo, tanto bibliográfico como en el inicio al idioma francés, a don Alfredo Velasco (hombre culto nacido en Tecalitlán pero avecindado, no en Ciudad Guzmán, sino en Zapotlán el Grande).

Desde su infancia Arreola demostró tener una exaltada inteligencia. Memorizó el poema “El Cristo de Temaca” del Padre Placencia —a la edad de tres años según su decir. Lo cierto es que en el año de 1985 lo seguía declamando sin olvido alguno. Era un niño recitador y en su repertorio estaba “La suave patria” de López Velarde, memorizado a petición de su padre, y “Los motivos del lobo” del Rubén Darío; este poema lo declamó —por invitación de su tío, el Padre Librado—,  en el presbiterio del templo de Tamazula, a los pies de la Virgen del Sagrario.

Un declamador lleva por dentro una actitud actoral: con la voz y los ademanes se ayuda para darle ese “toque” al poema y que le llegue al escucha. Este aprendizaje Arreola lo perfeccionó, junto con el de actor, en París, gracias a una beca otorgada por Louis Jouvet. Su amor por el teatro lo marcó por toda su vida: sus gestos, la voz, la pose teatral fueron su compañía. Al término de sus presentaciones en público agradecía el aplauso como si la obra hubiera llegado a su fin y, en cualquier momento, se vería caer el telón lentamente.

Desde sus inicios como escritor entregó cuentos, décimas y un soneto a las revistas tapatías Eos y Pan. (Ahí también se encuentran cuentos del joven Rulfo.) Puede decirse que Arreola ingresó, por la calidad de sus cuentos, con el pie derecho al mundo de las publicaciones. Estuvo en el catálogo del Fondo de Cultura Económica con Varia Invención y Confabulario. Después,  sus cinco libros fueron editados por Joaquín Mortiz: Varia Invención, Confabulario, Palindroma, Bestiario y La feria (este último su única novela bellamente ilustrada por Vicente Rojo).

Si Arreola no hubiera escrito, aun así las letras mexicanas estarían en deuda con él. Fue maestro de escritores que con el paso del tiempo se hicieron importantes a nivel internacional, se citan: José Emilio Pacheco, Vicente Leñero y José Agustín. Llegó a ser la influencia de Arreola tan señalada en sus alumnos que varios de ellos acogieron sus ademanes  de manera involuntaria. Un caso extremo: Alejandro Aura. También es de reconocerse su trabajo como editor. Como director de la revista Mester, de la colección de Los Presentes y Cuadernos del Unicornio.

Pero no fue su prosa ni su trabajo como maestro y menos como el de editor el que lo hizo famoso a nivel nacional. Fue su participación en televisión. Sirios y Troyanos se lanzaron contra él como si hubiera profanado el santo nombre de la poesía. Arreola como Juárez permaneció impertérrito. Su paso por la televisión hizo que entre el público se llenara de anécdotas, muchas de ellas falsas.

La prodigiosa memoria de Arreola se manifiesta en su variado conocimiento: desde autores europeos hasta nombres de pistolas, telas, vinos, y palabras pueblerinas que por desgracia poco a poco van perdiendo el significado con el que fueron utilizadas por el pueblo. La entrevista De memoria y olvido —publicada por el CNCA— que le hizo Fernando del Paso da cuenta de ello.

La memorización, ahora denostada, es una herramienta más en el proceso de aprendizaje. Desde su infancia Arreola la utilizó y coincidió con Jouvet: “La memoria es una sirvienta”.

Escribió “Tercera llamada. Tercera. O comenzamos sin usted.” Obra teatral en donde están presentes los temas recurrentes en su prosa: la lucha contra el ángel, el marido engañado, etc.

“Aprendí de memoria y recité de niño ‘El dios bueno y el Dios malo’, de Manuel Gutiérrez Nájera. Y recibí muchos aplausos”. Escribió en un pequeño artículo. Memorioso y actor, dos características arreolinas.

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