Aquellos tiempos tan violentos

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Autor: JosŽ Guadalupe Posada Infaticidio cometido por la mujer hiena, ca 1895 grabado en madera.

No hay nada nuevo bajo el sol, dice el adagio. También en el siglo XIX Jalisco fue azotado por la violencia. Ésta se extendía a otras zonas del país. “La violencia que ensangrentó el territorio nacional convirtió a sus habitantes en una ciudadanía armada. Una violencia que adquiría regularidad no sólo por ser un producto de las guerras intervencionistas o civiles, sino también en la vida cotidiana”, afirmó el historiador Jorge Alberto Trujillo Bretón al exponer su estudio En la prisa de la muerte. Violencia y miedo en Jalisco en la segunda mitad del siglo XIX.
Tan sólo entre 1888 y 1891, la estadística criminal en Jalisco arrojó un total de mil ciento once cadáveres. Al parecer de muertes violentas. De los cuales 842 correspondieron a hombres y sólo 269 a mujeres.
El comportamiento violento del pueblo jalisciense en el siglo XIX y especialmente de los varones, el historiador Moisés González Navarro lo explica de la manera siguiente: “Ser muy hombre significa no tolerar miradas oblicuas, ni palabras ambiguas; ofender y aún matar sin motivo”. Para este historiador el macho jalisciense representaba el modelo de la psicología del criminal mexicano.
Un buen ejemplo de ello emerge del fenómeno del bandolerismo que asoló al país en esa centuria y que fue un problema real y persistente. Éste afectó, principalmente, a las zonas rurales. Un problema alejado del carácter romanticista que le dieron algunos novelistas o de la figura del bandolero social del historiador Eric Hobsbawm, señala Trujillo Bretón.

Violencia patológica
“Los bandoleros asolaban todos los rumbos de Jalisco y no faltaban en ellos una violencia cruel o patológica que afectaba de manera particular a las más alejadas rancherías, como las acciones realizadas por Prudencio Colorbio, un conocido salteador de caminos, plagiario y asesino que recorría montado y armado las rancherías exigiendo lo que quería a los indefensos labradores. En sus incursiones robaba, hería y mataba cruelmente, logrando eludir con éxito la acción de la policía y de los tribunales”.
Uno de sus más sonados crímenes lo realizó en 1865, cuando pretendió violar a una joven de 17 años, para lo cual se introdujo en casa de ésta, donde al encontrarse como primer impedimento al tío de ella, lo asesinó a puñaladas. Cuando éste agonizaba, se presentó un niño de nueve años, hermano de la muchacha, al que mató a balazos.
Al observar el homicidio de sus familiares, la muchacha gritó desaforadamente, teniendo como respuesta que el asesino la hiriera en el vientre y las piernas y que le despedazara los pechos a mordidas, provocando que ésta se desmayara y aquel consumara la violación.
“Las acciones cometidas por asesinos y bandidos fueron favorecidas por el aislamiento en que se encontraban las pequeñas poblaciones y por el abandono que sufrían por parte de las autoridades judiciales. Eran insuficientes los hombres en posibilidad de resistir a las gavillas de bandoleros, generalmente más numerosas y con experiencia en el uso de las armas, producto de su incorporación o alistamiento en las levas realizadas por las diversas acciones político-militares”.
Excesos de autoridades
Los bandidos no eran los únicos que sembraban el terror en el campo jalisciense. Había autoridades que propagaban el miedo en el medio rural. “Los excesos de la justicia rural no tenían límite y como parte de una violencia institucional permitían que las autoridades judiciales de las pequeñas localidades rurales muchas veces actuaran a su propio arbitrio y tomaran medidas sumarias que no eran las determinadas por la propia legislación penal y sí bajo una interpretación muy personal”.
Un ejemplo de ello son las acciones perpetradas por algunas autoridades de Tizapanito, Jalisco. Don Asiano Orozco, curial del juzgado local, disparó con un mosquete al prisionero Pablo Reyes, quien cayó de bruces al ser herido en el estómago. Después disparó a un hombre de apellido Anguiano, también cautivo. Logró herirlo gravemente. Orozco abandonó la cárcel. Al poco tiempo regresó acompañado por el comisario municipal, de nombre Miguel Sedano y el comisario de barrio, Cruz Silvestre. Acto seguido, Cruz Silvestre golpeó a Anguiano con una tranca en la sien y encajó un cuchillo a Anguiano. Después pegó un fósforo ardiendo al brazo izquierdo de Reyes y le picó la espalda con un cuchillo. Reyes aguantó este suplicio adicional con el deseo de que no lo terminaran de matar.
Ante actos tan violentos, el terror debió propagarse entre los habitantes del medio rural y provocar una histeria colectiva. La multiplicación de todos los medios empañó la tranquilidad de muchos jaliscienses.

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