Apostillas sobre Charles Dickens

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Tres tomos, en la edición castellana de Aguilar, sostienen la obra completa del narrador inglés Charles Dickens (7 de febrero de 1812-9 de junio de 1870); no obstante, hay únicamente un cuento por el cual es conocido en todo el mundo. “Una canción de Navidad” ha sido llevada al cine en diversas ocasiones, que han visto millones de personas a lo largo del tiempo, y leída, sobre todo en versiones condensadas o ediciones ilustradas para niños; ambos hechos logran que a algunos nos suene el nombre de Dickens cuando lo mencionamos.
Comparable en altura literaria a Dostoievski, el británico tuvo entre sus detractores a Oscar Wilde, George Henry Lewes, Henry James y a Virginia Woolf; todos ellos seres exquisitos –y de pensamiento y costumbres aristocráticas–, le criticaron con severidad sus historias recogidas de la vida del pueblo, de los pobres, olvidando que Charles Dickens provenía de una familia ligada al proletariado. Le reprocharon, con filos punzantes, a sus narraciones cierto sentimentalismo, ya que les repugnaban sus personajes “grotescos”, los cuales les parecieron “irreales”, quizá porque nunca convivieron con la gente desprotegida socialmente y vulnerada en sus más elementales necesidades humanas.
Lo cierto: en casi toda su obra, Dickens logra una crítica social reveladora de las condiciones de la gente de su tiempo. En su defensa surgieron las relevantes voces de Gissing y Chesterton. Este último escribió dos estupendos ensayos (“La grandeza de la vida de Dickens” y “Controversias sobre Dickens”, incluidos en la bien lograda selección de sus trabajos reflexivos publicada por editorial Porrúa), en los cuales hace defensa de los trabajos y su persona: logra, en todo caso, ofrecer un testimonio primordial sobre la polémica desatada en contra del arte narrativo del autor de Papeles póstumos del Club Pickwick (1837).
“Una interesante y pequeña controversia empezó hace algún tiempo en Academy —dice Chesterton— y arroja una gran luz sobre la posición de Dickens y el verdadero carácter de la relación temporal contra la fama del gran novelista”. Y arremete contra los dichos de un crítico que, fino el ensayista inglés, solamente escribe las letras iniciales de su nombre “E. A. B”, en su escrito; no obstante declara: “…el capacitado y riguroso crítico de Academy, es un típico representante de la escuela dedicada al arte en su acepción más técnica, y como todos los críticos pertenecientes a esta escuela posee un método claro, inflexible y casi científico de investigación crítica. Dickens desmerece ante sus ojos por lo que él llama su indiferencia y su ignorancia artística, así como por su falta de sentimiento por la literatura…” y le reclama al susodicho, según afirma Chesterton, que no tuviera su obra las características que la literatura francesa del siglo XIX había popularizado.
Más adelante Chesterton puntualiza: “La verdadera causa del eclipse temporal de Dickens no es que se tratara de un artista imperfecto, sino que expresara casi sin incorrección alguna cierta clase de pensamientos y de emociones que en estos momentos se encuentran ausentes en la mentalidad de las personas cultivadas”. “No es que su arte fuera deficiente, sino que somos nosotros los que tenemos una experiencia deficiente”, palabras con la cuales les mató el pato en las manos a sus detractores en torno a las demasiadas críticas vertidas, en su momento, sobre uno de los más grandes narradores de la lengua inglesa de su tiempo, quien logró uno de los primeros bestsellers de la época con su novela David Copperfield, después de su aparición en 1850.
Esenciales resultan sus obras Tiempos difíciles (1854), Historia de dos ciudades (1859) y Grandes esperanzas (1861), que por alguna razón me recuerdan a las mejores páginas de Dostoievski, las que provienen de Crimen y castigo, Memorias del subsuelo, o Los endemoniados, quizá por la exposición y crítica moral de los actos humanos, tan caros a Sigmund Freud, a quien le fueron sustancialmente útiles para crear el estilo de su prosa auxiliándole para crear el sistema del psicoanálisis que influyó no únicamente en el estudio de la mente humana, sino también en el arte del siglo XX.

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