Anabella Giracca

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El papel de las universidades latinoamericanas en la formación de humanos empáticos, solidarios y dignos, y no sólo de profesionales competitivos para el mercado laboral —una tendencia utilitarista heredada a las jóvenes generaciones de estudiantes—, es una de las preocupaciones que fueron abordadas el pasado 25 de mayo en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, con la conferencia “¿El fin del Humanismo?” impartida por Anabella Giracca, responsable de la Cátedra UNESCO de comunicación para el fortalecimiento de la diversidad cultural en Guatemala, quien, en entrevista, ahondó en la necesidad apremiante de “repensar el pensamiento” desde las universidades.

¿Qué motiva esta preocupación por el papel de las universidades?
Hay dudas filosóficas y antropológicas a propósito de una educación que se ha centrado en el mercado, que desemboca en un individuo despiadado, basado en el cálculo de sus ventajas personales. Se trata de no reducirnos a ese Homo Economicus, sino de que rescatemos al profesional humano solidario y empático que amplíe sus responsabilidades éticas; es decir, se trata de reestablecer la importancia de las humanidades que hoy se ven amenazadas. El tema de fondo es el combate al individualismo, al etnocentrismo, a los estereotipos y a la discriminación. En el contexto actual, la única capaz de hacerlo es la universidad o, mejor dicho, los sistemas educativos públicos.

¿Por qué concretamente los sistemas públicos?
Porque estamos hablando de que la educación pública es una responsabilidad de Estado, donde éste tiene que asumir la responsabilidad de formar profesionales humanos, de luchar contra la homogeneización y la criminalización de los pueblos. Ahora tenemos médicos que venden medicamentos, ingenieros que hacen mal los puentes y las carreteras por intereses particulares, políticos que se venden. Es urgente revisar la currícula de las universidades y retomar las ciencias humanas, la literatura y la historia como ejes fundamentales de cualquier carrera. Estamos hablando también de derechos humanos, incluido el derecho a la diferencia de la mano de la igualdad, que pareciera dicotomía pero no lo es: una diferencia a la que todos tenemos derecho cuando la igualdad nos invisibiliza y una igualdad cuando la diferencia nos discrimina, porque no nos sirve tener grandes profesionales en sociedades fracasadas.

¿Hay algún modelo a nivel global que sirva de ejemplo?
Las universidades públicas tienden a responder a esto de mejor manera que las privadas, que se enfrentan directamente al dogmatismo cerrado de la universidad para el mercado, concebida únicamente desde la perspectiva cientificista y tecnológica. Muchas de ellas se centran sólo en preparar a jóvenes para la competitividad y el mercado, lo cual es comprensible en su debida proporción, pues sabemos que los jóvenes tienen que competir para encontrar un empleo. Sin embargo, no se trata de ser radicales cuando afirmamos que es una responsabilidad de las universidades la calidad y la equidad, una exigencia anclada al contexto social de países con poblaciones multiculturales como los nuestros y un reto que, por ejemplo, la Universidad de Guadalajara está asumiendo a través del pensamiento crítico.

Entonces ¿qué responderías a la cuestión de si estamos presenciando el fin del humanismo?
Yo me atrevería a decir que estamos viviendo el ocaso. Las universidades europeas, por ejemplo, han dejado de impartir clases como filosofía o literatura porque no son rentables. Al mismo tiempo, creo que los países latinoamericanos, ante las crisis económicas, la violencia y la pérdida de libertad e identidad están empezando a repensarse. Es una gran oportunidad y una enorme  responsabilidad. En ese proceso hay que dejar de ver para el norte y retornar la mirada a nuestras raíces para tratar de evitar esos vicios terribles, como el paternalismo y el racismo tan incrustados en nuestras sociedades. Construir una universidad más humanizada y al mismo tiempo más humanizante a partir de una cultura de paz para que nuestros países, llenos de jóvenes, impidan la repetición de modelos de formación de estudiantes para proveer de mano de obra barata. Estamos a tiempo de repensar el pensamiento.

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