Alimentar el alma

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Las emociones y la comida están muy ligadas, tanto, que los carbohidratos y grasas mejoran el estado de ánimo y ayudan a una baja de las hormonas ligadas al estrés.
Las comidas dulces inducen la liberación de sustancias que disminuyen el dolor y activan los centros de placer, de la misma manera como lo hacen las sustancias adictivas. El ambiente social y físico en que solemos comer, conectan a la comida con emociones positivas y relajantes.
El psicólogo Andrew Hill, de la Universidad de Leeds, en Inglaterra, y sus colegas, confirmaron en un estudio (2004) que las emociones negativas pueden promover un atracón de comida. A quienes lo hacen se les llama comedoras emocionales. Mostraron a un grupo de comedoras emocionales dos películas, una triste y otra que no despertaba ninguna emoción. Al final les ofrecían comida y el resultado fue que quienes vieron la película triste comieron más que las otras.
Comer de manera atragantada, no solo es una característica de los comedores emocionales. En el año 2000, Georgina Oliver y sus colegas del Colegio Universitario de Londres, reportaron que la ansiedad y el estrés pueden llevar al atracón a las personas normales.
El dato curioso de esta investigación es que tanto los comedores emocionales como los normales, comieron la misma cantidad de comida, pero los primeros ingirieron, sobre todo, azucares y grasas.
Los científicos creen que esta preferencia por el azúcar y la grasa se debe a que reducen el estrés y por ello las personas las comen inconscientemente como una manera de mejorar su estado emocional. Por ejemplo, Mary F. Dallman y otros investigadores de la Universidad de California, en San Francisco, mostraron en una investigación de 2003, que las dietas ricas en azúcar y grasa disminuyen las hormonas del estrés en ratas.
Los carbohidratos pueden tener una función similar (explica porqué algunos al sentirse deprimidos lo que hacen es comer papitas), porque disminuyen un aminoácido llamado triptófano, sustancia que usada para producir el neurotransmisor serotonina, la cual está envuelta en la regulación emocional, de acuerdo a Richard Wurtman, farmacobiólogo del Instituto de Tecnología de Massachusetts.
Esta idea se apoya en otras investigaciones, como la realizada en 1998 por Rob Markus, de la Universidad de Maastricht, junto con investigadores de la Universidad Utrecht, de Holanda. Ellos les dieron a personas que suelen ser nerviosas, dos tipos de comida: una con muchos carbohidratos y pocas proteínas y otras con pocos carbohidratos y muchas proteínas; después de eso les pidieron que resolvieran un complicado problema matemático en un cuarto ruidoso.
Quienes comieron muchos carbohidratos y eran muy nerviosos resolvieron mejor el problema que los nerviosos que no comieron carbohidratos, probablemente porque se elevaron los niveles de triptófano, lo que a su vez causó un amortiguamiento del impacto de las hormonas del estrés; mientras que quien no tiende a ser nerviosa, no se benefició de la dieta de carbohidratos, porque deben tener niveles adecuados de triptófano y serotonina.
Estos cambios en la química cerebral llevan tiempo, porque ocurren después de que los alimentos son digeridos, sus componentes absorbidos hacia el torrente sanguíneo y llevados hasta el cerebro para su uso; pero hay mecanismos más rápidos, que trabajan en momentos tristes, dolorosos o estresantes.
En este caso estamos hablando de las comidas dulces. Un estudio clásico es el que hizo el biólogo Jacob Steiner, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien mostró que el gusto por los sabores dulces es innato. Les dio a niños recién nacidos una solución dulce y éstos comenzaron a hacer chupeteos, pero cuando les proporcionó una sustancia amargosa, reaccionaron con disgusto.
Se ha visto que los niños se calman cuando les dan unas gotitas de algo dulce. El psicólogo Elliott Blass, de la Universidad de Massachusetts, encontró (2003) que infantes de 6 a 9 semanas de nacidos dejaban de llorar al probar algo dulce. Posteriormente corroboró este hallazgo al demostrar que al parecer les disminuía el dolor a los que se les había realizado la circuncisión.
El alivio del dolor ocurre rápidamente, logrando un efecto máximo a los dos minutos, tiempo en que el azúcar hace que se liberen los opioides, las sustancias cerebrales que elevan el placer y alivian el dolor.
Al parecer pasa lo mismo en los adultos. El psicólogo Michael Macht, de la Universidad de Wuerzburg, en Alemania, así lo afirma en un estudio publicado en 2006. Él y su colega Ellen Greimel mostraron a sus voluntarios un video triste y después a unos sujetos les dieron a comer chocolate, encontrando que la velocidad en que se sentían menos melancólicos dependía de qué tan rico les sabía el dulce: a más rico más rápido dejaban de sentirse mal.
El azúcar puede actuar como una droga, ya que bajo ciertas circunstancias puede generar dependencia. Así lo demostró en 2005 el psicólogo Bartley Hoebel, quien trabajó con ratas hasta que logró que ingirieran enormes cantidades de azúcar; cuando se estudió el cerebro a los animales, se observó que hubo una serie de oleadas del neurotransmisor dopamina en una región llamada sistema de recompensa; exactamente lo que hace una droga.
En 2006, Hoebel demostró que esta propiedad adictiva de el azúcar se debe a su sabor, ya que repitió el anterior experimento, pero ahora hizo una fístula en el estómago de las ratas, de tal manera que en cuanto comían azúcar, era sacada de su cuerpo; sin embargo, se presentó el mismo efecto de enorme ingesta de azúcar.
La fisiología no es lo único que explica la relación de la comida con nuestros sentimientos. Desde nuestro nacimiento hemos asociado la alimentación con el amor y la seguridad. Al crecer solemos convivir con nuestros amigos y familiares a la hora de la comida; la cena de navidad y año nuevo es toda una ocasión.
Se puede hacer algo por los comedores emocionales. El psicólogo Christy Telch, de la Universidad de Stanford, ha desarrollado una terapia llamada “terapia conductual dialectial”, en la que se aprende a manejar las emociones negativas de maneras diferentes, antes que recurrir a la comida. Sus resultados son esperanzadores para aquellos que sienten que mucha azúcar les endulzará la vida.

*Red de Comunicación y Divulgación de la Ciencia
Unidad de Vinculación y Difusión.

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