Adolescentes en el crimen napolitano

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Si no sientes miedo quiere decir que ya no vales una mierda.

Saviano

En I Hate the Internet de Jarett Kobek, se dice que the good novel, como idea conceptual, fue creada por la CIA. Más todavía, se afirma que la CIA fundó The Paris Review, así como The Iowa Writer’s Workshop. Leemos también que “la CIA creía que la literatura estadounidense era una excelente propaganda y ayudaría a luchar contra los rusos. La gente de la CIA creía que la ficción literaria celebraría las delicias de una existencia de clase media producida por el dinamismo estadounidense” (Kobek).

Por otra parte, en el capítulo “El mercado de los bienes simbólicos”, del libro Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Pierre Bourdieu advierte sobre las fuerzas que tensionan en el campo artístico y que hacen que los bienes simbólicos, con su realidad bifronte, por una parte por su estatus de mercancía y, por el otro, por ser cuerpos colmados de significaciones culturales, acaben presentando el rostro de las cosas “relativamente independientes”.

Por ejemplo, en cuanto a la producción editorial, dicho autor la comprende según dos polos:

Una editorial que entra en la fase de explotación del capital simbólico acumulado hace que coexistan dos economías diferentes, una orientada hacia la producción y la investigación (es, en el caso de Gallimard, la colección fundada por Georges Lambrichs), la otra orientada hacia la explotación del fondo y la difusión de los productos consagrados (con colecciones como “La Pléiade” y sobre todo “Folio” o “Idées”). (Bourdieu).

Sirvan una y otra perspectiva como vías para abordar una novela de reciente aparición: La banda de los niños, de Roberto Saviano.

Si observamos esta obra según “El mercado de los bienes simbólicos”, se trata de un bien que cobra valor económico, por sobre el valor de las significaciones culturales. Con esto no quiero decir que sea una novela con escaso valor literario; antes bien, afirmo que se trata de una novela que forma parte de un mercado de obras cuyos autores cobran relevancia, en el mundo literario, por el hecho de ser autores perseguidos. Roberto Saviano, tras la publicación de Gomorra (2007), donde presenta, escrupulosamente documentadas, las dinámicas económicas en que se mueve el mundo del capital turbio, dicho autor pasó a la historia de los escritores perseguidos. Hoy, Roberto Saviano escribe quién sabe dónde y da charlas por internet. Pero lo más importante: “Debemos agradecer a Roberto Saviano que haya devuelto a la literatura la capacidad de abrir los ojos y la conciencia”, palabras dichas por Vargas Llosa y citadas en la contraportada de esa obra híbrida de Saviano: CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna el mundo (2014).

Regresando a La banda de los niños, hay que añadir que se trata no de una obra más en el universo semiótico de las novelas que tratan sobre tráfico de drogas, sino de una novela que guarda estrecha relación con aquella otra que llevó a la fama, pero también a la fuga, a Roberto Saviano; me refiero a Gomorra. La diferencia con esta última es que La banda de los niños ofrece un análisis de los aspectos psicológicos que existen en la mente de esos adolescentes que componen “la banda”, sobre todo, de su líder: Nicolas Fiorillo, quien, conforme va avanzando por su fuerza delictiva, acabará obteniendo el mote de Marajá. Cuando el apodo llega, en la jerga del Sistema (lo que en otro tiempo se le llamaba la mafia), con éste llega a establecerse un antes y un después en la historia de su portador. En el antes, el nombre era sólo un índice para dar cuenta de un ser ordinario; en el después, a partir del alias, el individuo forma parte de otro mundo. Antes de ser Marajá, Nicolas Fiorillo era una adolescente que iba a la escuela y que en absoluto le importaba atender todas las tareas escolares. Era también el novio de Letizia, una chica normal. Es, efectivamente, esta chica a quien Renatino, otro chico normal, un día se le hace fácil mostrarle interés a través de Facebook. Esto fue suficiente para que Nicolas, teniendo como testigos a varios de los chicos, quienes serían parte de su banda, lo humilló cagándose literalmente en su cara: “—Renatí, tienes que darle las gracias a mi madre, ¿sabes por qué? Porque me da bien de comer, si comiera las porquerías que cocina esa zorra de tu madre ahora te cagaba diarrea y te dabas una ducha de mierda” (Saviano).

En Gomorra, Saviano produce una historia en la que se urden diferentes líneas de la industria del crimen, cuyo centro de operaciones se encuentra en el puerto de Nápoles. Es desde este puerto que la mafia china logra expandirse hasta alcanzar las dimensiones de un imperio. Por el contrario, en La banda de los niños, los chinos son apenas una alusión, no así los gitanos. Al igual que en Gomorra, el centro de operaciones está en Nápoles; pero no se trata de un centro sobre el cual se expande un imperio, sino que es un espacio de batallas históricamente libradas entre diferentes familias: los Grimaldi, los Faella y los Striano. Cuando Nicolas Fiorillo busca iniciarse como un verdadero capo, es la época en que los Grimaldi están controlados por los Faella, o sea, por los hombres del Gatazo.

Desde la perspectiva que nos presenta la obra I Hate the Internet, podríamos decir que La banda de los niños es una good novel. Es en ésta que se puede proseguir asegurando, y conformando, una idea conceptual en torno a una problemática que ha alcanzado dimensiones globales: la industria del crimen, a la que Saviano identifica como el Sistema. Lo relevante es que, a diferencia de otras obras que tratan sobre este mismo problema, la psicología de los adolescentes que ven en el crimen el camino para alcanzar el éxito económico que sus padres no obtuvieron, hacen que la novela de Saviano presente un estado de valores sociales preocupante, más aún, espeluznante. Es, pues, una obra en la que se propaga un estilo de vida soportado con los dispositivos del crimen. Es una obra que forma parte del mercado de los valores simbólicos, siendo Roberto Saviano un valor simbólico que nutre, efectivamente, la historia de los escritores perseguidos por sus obras.

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