Y si Dios bendice el odio…

    558

    Una mujer blanca alcoholizada y vestida sin trazas se acercó al joven mexicano que bebía una cerveza en la barra de una cantina en Anthony, Nuevo México. “Hey, dude! Get me a cigarette”, le dijo pidiendo un cigarro. El joven alcanzó a contestar, en su mala pronunciación: “I don’t smack” [no doy besos o no tengo sabor] en vez de “I don’t smoke” [no fumo]. La mujer dio a conocer a todos los parroquianos la equivocación con sonoras carcajadas que indudablemente tenían el cometido de escarnecer al extranjero. La risa se extendió por toda la cantina. La mujer entonces se sintió autorizada para acercarse al joven y tratar de besarlo. “I don’t smack and I don’t like fat gringas” [no beso ni me gustan las gringas gordas], dijo rechazándola, y de inmediato salió del lugar corriendo, seguramente temeroso de una represalia colectiva.

    A los mexicanos que no se han enfrentado a esta hostilidad quizá nada les diga esta actitud escarnecedora, la burla pública de los diferentes, en la medida en que nuestra conducta pública es muy parecida a la de estos parroquianos angloamericanos. Y acaso habrá mexicanos que reprendieran a este joven por no haber aceptado el beso de la norteamericana, por cierta idea tradicional de la caballerosidad que considera impropio rechazar el beso de una mujer o acaso por una especie de adoración malinchista que se ha traducido sobre todo en una servil vocación turística. Quizá para nosotros sea comprensible esta actitud de molestar a los fuereños, hacerles sentir que ésta no es su comunidad y que mucho les costará si quieren pertenecer a ella.

    A esto le llamaremos territorialidad, una conducta que tendremos que ir a encontrar en los ladridos de los perros o el mugir de los toros, o incluso en la algarabía tribal de los eventos deportivos. En nosotros los humanos el sentido de territorialidad ha llegado a ser un principio ético expresado en la idea de nacionalismo, quizá una de las formas de pensar más arraigadas y que mayores agresiones produce, en la medida en que toca a fondo nuestro sentido gregario.

    El incidente de Nuevo México es representativo de esta incomodidad territorial en que se hallan atrapados los migrantes. “No estás en México”, se oye decir muy a menudo cuando se hacen evidentes nuestras formas de conducirnos (tales como alargar el tiempo de las fiestas), cuando cometemos errores que en nuestro país no lo son (como tirar basura en la calle), cuando quisiéramos exhibir alguna de nuestras ruidosas alegrías; en suma, cuando somos visibles y manifestamos nuestro gozo. Los mexicanos pertenecen al espacio de la cocina y del baño, son los que hacen la limpieza, los que reparan desperfectos, los que cosechan y empacan los comestibles, los que cocinan calladamente. Mientras más invisibles menos problemas han de enfrentar. Alguna vez conversaba con algunos amigos en español, mientras hacíamos nuestra compra en un supermercado, cuando un grupo de adolescentes nos reprendió con un “speak english!” insolente. Admito que nuestra reacción no fue amable y que terminamos intimidándolos.

    Estos breves encuentros son connatos de innumerables eventos violentos en la historia de Norteamérica. “Go back to Mexico!”, “go home wetbacks!”, se oye en las manifestaciones contra los inmigrantes orquestadas por organizaciones de vecinos, estudiantes, e incluso por los mismos norteamericanos de origen mexicano, cuando se sienten amenazados por los intrusos del sur. Hemos presenciado estas manifestaciones en la universidad, en las esquinas donde los humildes trabajadores ilegales esperan a que alguien los contrate, y en las manifestaciones contra las huelgas en diversos puntos del país; hemos oído esto en nuestra propia cara y no hemos tenido otra forma de evitarlo que escabullirnos.

    “Pero esto no es discriminación, ¡solamente no queremos que los pobres vengan aquí! Son los que causan los problemas, son los que traen drogas. Ellos quieren nuestra comodidad, nuestro dinero, ellos quieren gozar de los beneficios que nosotros nos hemos ganado trabajando”, exclamaba uno de mis estudiantes en una clase de conversación en español, cuando se trataba de discutir sobre la discriminación racial contra los mexicanos. En su molestia había honestidad, él creía en lo que decía, probablemente había crecido escuchando esto mismo de boca de sus parientes, y de sus líderes políticos y religiosos. Para su mentalidad protestante, la pobreza es muestra de que no se ha trabajado suficiente; en esta visión, la cultura mexicana privilegia el ocio y la falta de responsabilidad; por lo tanto, estos advenedizos no merecen las comodidades de su país. Los adolescentes de los supermercados y los estudiantes en los foros universitarios no hacen sino ecos de una ideología nacionalista que se ha forjado en los espacios de adoctrinamiento de un gran número de norteamericanos.

    El odio no es, por consiguiente, un mero impulso de impotencia que lleva a la violencia ciega a ciertos sujetos que no pueden controlarse a sí mismos. En el caso de la discriminación racial de muchos norteamericanos, el odio es un deber nacional, un sentimiento de defensa colectiva contra los que se consideran sujetos indeseables ya sea por su lengua, por sus creencias, por su forma de vivir o por la mera fealdad que una raza incomprendida lleva inscrita en el rostro. El odio es incluso una consigna religiosa. En un “chat room” un joven angloamericano se quejaba de que su madre le prohibiera salir con una muchacha mexicana porque, de acuerdo con ella, Dios creó a cada raza diferente y, por ende, mezclar las razas es un pecado porque se contamina la obra de Dios. Y si Dios bendice el odio, muchos de ellos pensarán que se ganan el cielo cada vez que acosan a un inmigrante ilegal, mestizo, católico y con acento.

    Héctor Domínguez-Ruvalcaba
    Es profesor investigador en la Universidad de Texas en Austin, especializado en sexualidad, género y violencia en la literatura y la cultura latinoamericanas, enfocado en el México contemporáneo y la región fronteriza con Estados Unidos. Ha publicado poesía, ficción y crónica en diversas antologías, revistas y suplementos de América Latina y Estados Unidos

    Artículo anteriorDespiden a Enrique Estrada Faudón insigne Doctor Honoris Causa de UdeG
    Artículo siguienteOtra vez los baches