Voces de la Sierra Huichola

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La orden del Ejército, apoyado por el Gobierno Federal, era acabar con todos los mestizos invasores. Muchos se fueron, a otros los ahorcaron los soldados. Los vecinos de Taatekíe podían escuchar los llantos de los condenados que llegaban desde lejos, desde las cercanías del cerro de San Andrés Cohamiata, comunidad indígena del municipio de Mezquitic, Jalisco.

Al día siguiente, muy temprano, rumbo al camino de los Encinos, se escuchó que alguien lloraba. Muchos pudieron observar que por ahí subía un niño mestizo que había escapado de la horca. Los vecinos se llevaron al menor rumbo al lugar donde se tiende una cortina de riscos nombrada Xaiperíe. Regresaron sin él, lo habían matado y arrojado al precipicio para obedecer a la autoridad comunal y evitar represalias del Ejército.

Estos hechos terribles sucedieron después de la llegada de religiosos católicos y de numerosos mestizos que ya no permitieron a los wixárikas vivir en Taateikíe, ni los dejaron hacer la Fiesta del Miércoles de Ceniza, ni la Semana Santa porque no querían que continuaran con su tradición.

La asamblea comunal decidió enviar emisarios a la Ciudad de México para denunciar los hechos.

Los grupos religiosos reaccionaron llevándose a Zacatecas y a San Luis Potosí a algunos niños para educarlos, sin el consentimiento de sus padres. Después apareció el Ejército que reclutó adolescentes y jóvenes de la comunidad como soldados, quienes empezaron a perseguir a los forasteros. Éstos suplicaban para no ser ahorcados, prometían que se irían, pero no les hicieron caso porque no los entendían y los mismos alumnos de los frailes ordenaban a los militares que los ahorcaran a todos ellos.

La historia fue contada por José Manuel Ramírez Meléndez, quien da cuenta de la llegada de los mestizos durante el Porfiriato a tierras wixárikas, movidos por intereses económicos. Ellos buscaban apropiarse de la tierra. Su relato se hila con el de Rafael Carrillo Pizano, quien es maara’akame o chamán. Él cuenta que los recién llegados “empezaron a ahorcar a los wixárikas uno tras otro. Apenas asesinaban a uno luego acuchillaban a otro y les arrebataban a sus esposas y las violaban. Se burlaban de los huicholes y remedaban lo que decían en sus oraciones, eso hacían, por eso generaron inconformidad”.

Las dos historias, que fueron escuchadas por los informantes en boca de su abuela Carmelita y padre, respectivamente, son parte de otras once reunidas por Julio Ramírez de la Cruz, académico del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) y originario de la localidad de San Andrés Cohamiata, en la tesis doctoral “Imposición, resistencia y apropiaciones culturales en la crónica histórica wixárika de la Sierra Huichola”.

Los relatos en lengua huichola, que fueron traducidos al español, fueron recabado con entrevistas a siete ancianos, y dan cuenta de las intromisiones de los mestizos en el pueblo de San Andrés Cohamiata y comunidades vecinas, sus imposiciones, el choque entre las dos culturas y los procesos de resistencia durante el Porfiriato, la Revolución mexicana, la Guerra Cristera y la segunda oleada de la llegada de misioneros hasta 1968.

En el libro queda de manifiesto lo que el doctor Johannes Neurath, antropólogo e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), denomina la estrategia efectiva de los huicholes, que han sabido relacionarse, recurrir a los recursos legales para poner un alto a las agresiones de los mestizos, e, incluso, aliarse con el Gobierno Federal o comunidades de otros grupos indígenas para preservar su tradición y defender su territorio.

La tesis evidencia cómo durante el Porfiriato hubo también un proceso de asimilación de elementos culturales introducidos por los mestizos, como el uso de telas y mantas, expresa José Manuel Ramírez Meléndez, quien afirma: “En aquel entonces las mujeres casi no usaban ropa y los hombres sólo taparrabos”.

Los hombres adoptaron como parte de su vestimenta los calzones de manta bordados que hoy portan y las mujeres dejaron de usar las toscas faldas de lana y el xikuri, una especie de capote de dos piezas triangulares, sin manga, abiertas por los costados.

Otros elementos que aportaron los mestizos fue el cultivo de duraznos, naranjas y caña, así como la cría del ganado bovino, caballar, mular, porcícola y caprino.

La Revolución mexicana y la Cristiada
Las agresiones continuaron durante la Revolución mexicana de 1910 a 1920. Algunos bandoleros solían aprehender y ahorcar a los wixárikas que se encontraban. La muerte siempre estaba al acecho, “en consecuencia mucha gente optaba por el suicidio. Otros decidieron huir, incluso comunidades enteras abandonaban sus lugares de residencia para esconderse”, destaca Julio Ramírez de la Cruz.

“En esa guerra, la gente no tenía tiempo para sepultar a sus familiares. Por eso los medio enterraban en cualquier parte, en cuanto podían cavar. Después de los combates se veían muchos zopilotes que devoraban a las víctimas”.

Uno de los informantes, Baudelio Carrillo, basado en el relato que escuchó a Lupe Carrillo, un anciano de ciento doce años, describe el terror de las muertes ocasionadas y asegura que “el sonido de los disparos de armas gruesas era similar al del río cuando arrastra piedras a su paso”.

Muchos murieron y sus casas fueron quemadas. Al principio eran los mestizos armados los que andaban robando. Después se supo que los bandoleros eran también wixárikas armados que atacaban a la gente.

Uno de los informantes, de nombre Francisco Madera Miranda, originario de Mukutuxá de Huaixtita, Jalisco, y nombrado en su lengua natal como Hiniuweeme (o “Nubes que hablan”), cuenta que su padre se tuvo que mudar a otro lugar por los constantes problemas en Taimarita (Nayarit), la localidad en que vivía. “Un día bandoleros wixárika de San Sebastián, que agredían a su propia gente, llegaron hasta su nueva casa para llevárselo. Lo iban a ahorcar, cuando ya estaban a punto de hacerlo fueron atacados por fuertes vientos que los hizo que se esparcieran como hojas de robles, y entonces escapó”, resume Ramírez de la Cruz.

Los agredidos a veces optaban por la venganza, como Apolonio, un joven muy atrevido, quien mató a un bandolero wixárika tirándolo vivo a una barranca. Posteriormente, las autoridades municipales de Mezquitic capturaron al muchacho, lo encarcelaron, y como debía varias muertes lo enviaron hasta las Islas Marías por más de trece años.

Otro caso sonado fue el asesinato de un hombre mestizo de nombre Santos Torres. Un grupo dolido porque había perdido sus bienes durante la Revolución lo capturó y asesinó.

La escalada de violencia fue similar en la Guerra Cristera (1926-1929), conflicto generado por la inconformidad de los católicos ante las medidas adoptadas en torno a la Iglesia Católica por parte del Gobierno Federal. Los incendios, robos, asesinatos, violaciones a mujeres e invasión de tierras wixárikas eran perpetradas por bandoleros que se hacían pasar por cristeros, según reportes de algunos informantes, como Rafael Carrillo Pizano, quien también detalla cómo se defendieron algunos indígenas que persiguieron y abatieron a los agresores.

Los despojos se extendieron desde San Andrés hasta Santa Teresa y Punta Negra, entonces los huicholes se pusieron de parte del gobierno federal y se aliaron con los coras para resistir.

Retorno misionero
El final de los conflictos armado no constituyó para los wixárikas un período de tranquilidad. Nuevos misioneros hicieron visitas esporádicas a las comunidades a mediados de los años cincuenta y volvieron para instalarse durante los años sesenta.

Los wixárikas habían adaptado la religión católica a la propia, según sus tradiciones y costumbres, por eso no dejaron a los franciscanos instalarse en la cabecera de San Andrés Cohamiata. Después de varios años ellos se ubicaron a ocho kilómetros de San Andrés y fundaron la misión de Santa Clara.

“Muchos wixárikas siguen renuentes a aceptarlos porque recuerdan que sus antepasados tuvieron malas experiencias a raíz de la llegada de religiosos durante el Porfiriato”, señala Julio Ramírez de la Cruz, quien quiere publicar un libro que se distribuya en las preparatorias con estudiantes wirrárikas para que las historias contadas por los ancianos no sean olvidadas.

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