Viralizar hasta la muerte

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La frase “juego de niños” parece que perdió su inocencia en 2017. El “reto de la Ballena Azul”, que incluye 50 desafíos extremos (desde cortarse con navajas, mutilarse, ver maratones de videos terroríficos por la madrugada) y que culmina con un suicidio, ha causado pánico en los padres de familia en México.

Como todo fenómeno social, detrás del reto de la Ballena Azul hay múltiples factores que quedan expuestos: la ausencia de una supervisión de los padres de familia en la actividad que realizan sus hijos; la falta de capacitación de profesores para entender las nuevas tecnologías y, la cada vez más ambigua línea divisoria entre lo virtual y lo real en una generación que cuenta con herramientas para viralizar cualquier fenómeno. Incluyendo la muerte.

Así lo señalaron especialistas de la Universidad de Guadalajara que realizan estudios sobre jóvenes, quienes llamaron a los padres de familia y maestros a capacitarse y tener mayor cercanía para orientar a sus hijos y alumnos, y a las autoridades a emprender políticas públicas para prevenir el suicidio con estas nuevas modalidades.

Una ruleta rusa potencializada
Mario Cervantes Medina, coordinador de la Cátedra Unesco de la juventud, mostró su preocupación por estos juegos, y explicó que el suicidio es producto de la misma sociedad, la cual busca justificarlo con trastornos psicológicos, lejos de entender a los jóvenes, quienes sólo buscan aceptación en un entorno adverso y de mucha presión social.

“El suicidio ha existido desde los albores de la humanidad. Pero si a este fenómeno le agregas lo virtual y la viralización, toma perspectiva distinta”, señala.

Y agrega: “Un sector de la población se escandaliza y, efectivamente, es peligroso, pero con los chicos se da el caso de que entre más le avisas que es peligrosos más atractivo lo vuelves”.

El profesor investigador, adscrito al Departamento de Sociología  del  Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, señala que entre los adolescentes existe una especie de presión social. La generación actual pide valentía, arrojo, la osadía de aceptar retos. Bajo esta presión de buscar la aceptación entre pares, muchos se involucran en el juego, se inscriben, dan sus datos y eso termina siendo información que se usa para amenazarlos con matar a su familia. Es entonces que el joven termina aceptando el hecho de sacrificarse.

Mario Cervantes indica que no se trata de buscar culpables, pero si así fuera, todos tenemos culpa como sociedad. “En el caso de los maestros, no nos actualizamos, ni entendemos el fenómeno de las tecnología”; y en el caso de las autoridades, no se generan políticas públicas para combatir la adicción a la tecnología como enfermedad del siglo XXI.

Difusa división entre lo virtual y lo real
Para Igor González Aguirre, profesor investigador del Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales del CUCSH, no se deben generalizar las características de cada generación, ni etiquetar que todos se comportan igual. Sin embargo, la Generación Z, que sigue a los Millenials, tiene una mayor exposición a las tecnologías de la información en el occidente del mundo.

“Para quienes nacimos antes que existiera el internet la distinción entre lo virtual y lo real era más o menos marcada. Sin embargo, para ellos esa distinción es bastante borrosa, porque están hiperconectados las 24 horas del día”, confirma.

La clave, considera, no es la fascinación por la muerte, sino la posibilidad de convertir hasta los aspectos más privados de la vida en un asunto público, y se refleja de forma extrema con quienes transmiten en vivo en Facebook hechos violentos.

“El factor inédito es la posibilidad de hacer eso público, como nunca antes. Transformar la intimidad en un espectáculo, y lo que decía Andy Warhol, hay quienes buscan 15 minutos de fama y eso puede ocurrir. Esto va aunado a una preocupante normalización de la violencia y condiciones culturales muy complicadas que hacen que haya una brutal desconfianza en las instituciones”.

González Aguirre, considera que en lugar de exigir censura en las redes sociales, lo que hay que pensar es en políticas de prevención y poner atención en los contenidos a los que los hijos tienen acceso, no en sentido de vigilancia punitiva, sino para comprender la dieta mediática de los seres queridos.

“Hechos como éste no son el problema, sino síntomas de algo más grave”, alerta.

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