Vicente Rojo

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¿La imaginación es una llama?
Por supuesto. Sí, como la zarza ardiente que decía Juan José Arreola. Esa llama tiene que estar en el corazón de cualquier creador. Si no existe, el libro o la pintura nace seca. No quiero decir muerta, porque es excesivo. Esa llama es lo que le da vida a la imaginación. Curiosamente, yo veo siempre una llama que sale del suelo. Al igual que nosotros vivimos con los pies en la tierra, esa llama tiene que salir de abajo para llegar al cielo: atravesar esa obra de arte que puede ser una novela o una pintura; una escultura o una casa; o un edificio. La llama es algo que debe llevar uno dentro y saber utilizarla, exponerla. Y lo tiene que hacer no creyendo que con la llama sea suficiente; se tiene que practicar, tener disciplina creativa para que esa llama pueda cumplir su función.

Platíquenos la historia de cuando Arreola le reveló el manuscrito de La feria
A mí me mostró el manuscrito Joaquín Diez-Canedo, que era el director de Joaquín Mortiz. Mi relación fue más con el editor que con el autor. Él tenía ya esa idea, no sé si era de Arreola o de Diez-Canedo. Querían darle a esos textos… Yo pienso que hay autores que dudan un poco de la manera en que está construida su novela. A lo mejor esto es una simple suposición: Juan José Arreola le dijo a Joaquín Diez-Canedo que le encontrara algo que pudiera dar una cierta unidad o una ruptura de lo que puede ser una novela tradicional. Cada uno de esos dibujos funciona como asterisco. Vienen de esa idea, en realidad. Yo no tengo la seguridad, pero considero que Arreola tenía algunas dudas respecto a la unidad de los relatos que va contando.

El asterisco fue como un engarce…
Así es. Esa era la idea. No es un asterisco normal. La idea fue que tuviera algo que enriqueciera visualmente las páginas; que al llegar a la lectura, el lector se encontrara con un elemento que le fuera atractivo, divertido. Uno se identifica con todo lo que lee y le gusta. Para mí sí existía la intención de darle esa riqueza al texto que de por sí es muy rico, pero que necesitaba —según el criterio de Arreola y Diez-Canedo— encontrar ese punto que uniera todas esas imágenes que son tan ricas.

¿En cuánto tiempo diseñó La feria?
Yo nunca he calculado tiempos en mi trabajo. Lo que sí recuerdo es que en aquellos tiempos era yo muy rápido. Cosa que, con los años, como es lógico, se me ha ido quitando. A mí me ha gustado, como en el caso de La feria, un momento de humor, de divertimento; que ayude al libro sin perturbarlo, sin inquietarlo.
Arreola un día dijo que La feria la había diseñado “un muchacho muy inteligente”
Bueno, yo siempre me he sentido joven. Siempre he tenido esa sensación. En aquel tiempo era más joven que ahora. Yo nací en el treinta y uno. Siempre he tenido la inquietud de estar renovando mi trabajo.

Usted nació en Barcelona, pero México es su país…
Sí. Este es mi país. Tengo 63 años en México. No he perdido la fe, pero eso no quita que yo me sienta mexicano. Y el trabajo como este de La feria de Juan José Arreola espero que lo demuestre.

Qué recomendaría a los estudiantes de diseño gráfico
Yo me he concentrado en la labor editorial, en el diseño editorial. Recomiendo conocer muy bien el libro o la revista, los textos. Leerlos, entenderlos. Y a partir de eso encontrar las imágenes que no perturben al libro. Imágenes que puedan sugerir, insinuar cosas pero que, de ninguna manera, pretendan estar por encima del libro. Es un trabajo de subsuelo que hay que ir haciendo y cuando se logra, eso es un éxito. A veces no se logra, claro. Pero hay que partir siempre de la lectura de los textos, eso es básico.

Tonanzintla es importante en su trabajo de artista
Sí. Yo comencé a trabajar como asistente de Miguel Prieto en el año 50. En la oficina de ediciones del INBA yo era un aprendiz y Miguel Prieto era muy amigo de Fernando Benítez —a quien yo conocí al mismo tiempo—, y muy amigo de Guillermo Haro. Yo empecé México bajo la lluvia desde la loma de Tonanzintla. Donde está el observatorio está un poco alto, y domina todo el Valle de Cholula. Es un valle inmenso. Estamos hablando del año 51, 52. Yo, ahí en ese valle inmenso, vi llover, pero vi algo que me dejó totalmente asombrado, fascinado: eran dos lluvias al mismo tiempo. Una del lado izquierdo y otra del lado derecho. Dos cortinas de agua. Cuando vi aquello… No lo he vuelto a ver. Ese inmenso valle permitía: eran cortinas que se movían, estaban inclinadas —no a 45 grados como yo las pinté después—, pero es una imagen que tengo como si la acabara de ver ayer mismo. Me pareció que era un tema que yo podía desarrollar en pintura, pero tardé desde los 50 hasta los 80; me tardé 30 años en tratar de intentar pintar eso, aún a sabiendas de que no me iba a salir. Pero bueno, lo importante es tratar de hacer las cosas.

Vicente Rojo, ya para concluir, ¿la “cultura para que el hombre sea mejor”?
Yo he tomado una frase que se ha usado mucho. La pintura es el antídoto contra la barbarie. Yo creo en esa fuerza. Lo he comentado con muchas personas. Muchos me dicen: “No. Los nazis escuchaban a Wagner, a Mozart, con gran emoción y al día siguiente podían prender el gas”. Posiblemente sí, no todos somos iguales. Pero yo pienso en el valor, en la importancia de la presencia de la pintura como apoyo a todas nuestras vidas. [

Salvador Encarnación (Zacoalco de Torres, 1960) es autor de Diálogos, Elías Nandino revisitado y Los famosos equipales de Zacoalco (editorial de la Secretaría de Cultura de Jalisco). Es miembro de la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco y del Seminario de Cultura Mexicana, corresponsalía Guadalajara. Profesor de la Escuela Preparatoria Regional de Zacoalco de Torres, SEMS/UdeG. El Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara le otorgó la presea “Enrique Díaz de León” en 2010.

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