Vicente Preciado Zacarías

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Vicente Preciado Zacarías, autor de Partici-Pasiones (1989), Palabras, modismos y expresiones del sur de Jalisco (1999) y Apuntes de Arreola en Zapotlán (2004), nació en Ciudad Guzmán en 1936. Destacado odontólogo tuvo la fortuna de contar con la amistad de Juan José Arreola, de quien aprendió el oficio de la escritura y el empeño de ser maestro, ejercicio que lo ha destacado: la Universidad de Guadalajara lo declaró Maestro Emérito no hace mucho. No obstante su destacada labor como maestro y escritor, el describe así su vida: “Yo no tuve educación primaria por un mandato de mi señor padre, me prohibió ir a la escuela pública porque no se daba religión y los colegios particulares eran muy caros. Mi formación es autodidacta, yo creo que una de las cosas que permitieron que Juan José Arreola me aceptara por nueve años en lecturas compartidas, fue una especie de piedad que tuvo conmigo porque era una persona que no terminó la primaria”.

¿De dónde nace su vocación como odontólogo?
Todos en la vida escogemos una figura modelo y aquí hubo un poeta, Roberto Espinoza, quien ganó el Premio Jalisco en 1953, a quien yo admiraba mucho y era odontólogo. Entonces desde la adolescencia se quedó en mí como un prototipo y dije que quería ser como él. Me aboqué a la carrera de odontología sin saber que lo que admiraba y quería repetir era el perfil de la literatura, el misterio de la poesía. Soy un odontólogo equivocado: mi verdadera carrera desde entonces era seguramente la literatura, pero me conforma un poco que a pesar de haberme equivocado en el ámbito de la odontología colaboré a la altura de mis posibilidades.

¿Y cómo surge su relación con la literatura?
En el consultorio me visitó Juan José Arreola, porque se le había roto una prótesis y tenía que dar un discurso esa tarde; arreglamos el aparato y me declamó un poema; no le quise cobrar y me dijo que no me podía deber y que me iba a pagar con lecturas compartidas, porque sabía que me gustaba escribir y leer. La primera lectura fue Juicio universal, de Giovanni Papini. Fueron nueve años de amistad en donde vimos mil novecientos textos, no en su totalidad, pero en las partes que más le gustaban. Esas horas fueron suficientes para que una persona limitada en inteligencia y captación como yo aprendiera algo. Él me llevó y me introdujo en ese mundo misterioso de la literatura.

¿Cómo fueron esas tardes de lectura?
Empecé a ir todas las tardes y empezaba a leer, nunca me decía qué me estaba leyendo, me dejaba que lo adivinara, él empleó un método socrático, nunca me dijo que tenía que leer o comprar un libro, me lo sugería, me lo daba a desear y esos nueve años de lecturas están en el libro Apuntes de Arreola en Zapotlán, realizado con los apuntes que yo tomé. Su conversación era como un árbol frondoso en donde la fronda daba para que tú no nomás descansaras en ella, sino para que te perdieras en ella. El secreto era dejarlo hablar.

Háblenos de su obra personal
La vida es tan anacrónica, misteriosa, cruel, que el año pasado, que fue el peor año de mi vida por asuntos personales —pues sufrí un asalto donde más que el dinero perdí confianza en la vida— fue el año en que salieron cinco libros míos, entre reeditados y nuevos, entre ellos, la nueva versión de los nueve mejores texto escogidos por Juan José, los más queridos de su obra.

¿Cuál es su opinión de Zapotlán y sus artistas?
Hay una teoría en un ensayo que leí hace mucho tiempo y que la sostenía un viejo médico de aquí, que mantenía la idea de que en ciertos pueblos que están amurallados por montañas, como éste, los habitantes son como los de la Edad Media, tienen ganas de proyectar su yo por encima de las murallas y lo hacen a través del arte, que es una forma de escape, de dejar que el espíritu vuele y transite. Más que amurallamiento geográfico es el cerramiento de conciencias y esas tierras son prodigas en espíritus que quieren saltar y realizarse en otros ámbitos más llenos de luz, y así Zapotlán es una tierra llena de escritores, músicos y poetas.

¿Cómo ha sido su vida en la academia?
Me han preguntado que con ochenta y un años de edad por qué aun persisto en ir a dar clases con los muchachos. A través de cuarenta y dos o cuarenta y tres años en la universidad he dado cientos de clases y creo que todavía no me ha sido concedido dar la clase perfecta, que será en una tarde, cuando por mi boca hable el espíritu universal, hable aunque sea por un segundo el aliento divino, el espíritu que es alma máter, el alma mater de nuestra universidad a la que yo le rindo todo mi honor, admiración y mi respeto.

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