Vecindades una vieja historia

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“La vecindad Doña María, en avenida Colón 361, tiene 33 cuartos con una capacidad de 80 metros cúbicos cada uno, y en los cuales viven de tres a seis personas. Estos cuartos tienen mala luz y mala ventilación: con un techo bajo donde se hace la cocina (sic). Dos patios con bastante luz, aire… humedad y poco aseo. Excusados asquerosos y pestilentes”.
Aunque han pasado casi 100 años en que Miguel Galindo denunciara en su tesis Apuntes sobre la higiene en Guadalajara, escrita en 1908, las condiciones insalubres y poco dignas de vida de los habitantes de vecindades en nuestra ciudad a principios del siglo pasado, la situación poco ha cambiado.
Los investigadores interdisciplinarios del Departamento de Salud y Población, de la Universidad de Guadalajara, la maestra María Ana Valle Barbosa, el doctor Armando Muñoz de la Torre y la doctora María Elena Flores Villavivencio, quienes realizan la investigación “La arquitectura de las vecindades y su impacto en la calidad de vida y la salud en la ciudad de Guadalajara, Jalisco”, coinciden en señalar que la mayoría de las vecindades en Guadalajara presentan condiciones insalubres.
“Los orígenes de las vecindades en nuestra ciudad podrían remontarse a las estancias que fray Antonio Alcalde construyó a finales del siglo XVIII para albergar a los parientes que venían a visitar a los enfermos recluidos en el hospital civil, en los alrededores del santuario de Guadalupe”, afirma la también historiadora Valle Barbosa.
“Él las dejó con la finalidad de recibir a la gente que venía a tratarse al hospital civil, para que tuvieran en dónde albergarse mientras sus enfermos eran atendidos. Por las características físicas que tienen, puede decirse que tal vez fueron el antecedente de las vecindades más tarde construidas en nuestra ciudad”.
Añade que las cerca de 850 vecindades que hay en Guadalajara presentan un diseño contrario a las necesidades de espacio, luz y esparcimiento que necesitan los seres humanos, requerimientos especificados en la Ley general de salud de nuestro estado.

Padres, hijos, nueras, yernos y nietos
Guillermina García vive desde hace 10 años con su esposo, hijos, nueras, yerno y nietos en la vecindad ubicada en Tenerías 465, colonia el Retiro.
La señora, de aproximadamente 60 años, acepta la entrevista y hasta permite la entrada a nuestro compañero para que le tome fotografías a su hogar.
Señala que fue a su esposo a quien “se le ocurrió” la idea de rentarle al dueño la vecindad para meter a toda su familia y así aprovechar los ocho cuartos que tiene el sitio.
“Empezamos pagando 800 pesos, pero ahora nos cuesta dos mil 100 pesos la renta al mes. Todos mis hijos le ayudan a mi señor para pagarla”, destaca doña Guillermina, quien platica con la investigadora universitaria María Ana Valle Barbosa y el reportero, recargada en la puerta de fierro de la entrada de su casa.
Refiere que “aun así es barato”, porque el año pasado su vecino quiso rentar una casa “que solo tenía tres cuartitos, y el costo era de tres mil 500 pesos. Dijo que estaba barata la renta. Claro, porque él puede pagarlos, pero a nosotros no nos ajusta el dinero y ni siquiera cabríamos todos allí”.
“La vecindad está toda llena de humedad”, reconoce la mujer. Tiene un total de ocho cuartos, tres cocinas y dos baños comunales que “ni sirven”, pero que ellos han tenido que arreglar y ponerles regaderas para poderse bañar, “cuando tenemos la suerte de que haya agua”.
Doña Guillermina tiene un hijo soltero y tres casados. Los dos mayores, un hijo cada uno, mientras su hija “ya tuvo el segundo, apenas hace 22 días”. En total viven nueve adultos y cuatro niños. “El más grande de mis nietos cumplió dos años”.

Baños, regaderas y patios compartidos
Valle Barbosa añade que “pareciera como si todos los dueños de estas construcciones hubieran llegado a un mismo acuerdo: fincar sin tomar en consideración el Código sanitario. No pensaron que serían habitadas por seres humanos, ni el número de personas promedio que podría vivir en esos cuartos”.
En las visitas en forma aleatoria que han realizado a diferentes vecindades, los investigadores encontraron que por lo general son terrenos rectangulares donde solo hay un largo pasillo con cuartos a los lados y que en su mayoría los habitantes comparten baños, lavaderos, patio y regaderas.
El número de habitaciones familiares en cada vecindad varía: las que menos tienen son cinco. Los cuartos suelen ser reducidos, con uno o dos compartimentos, en que uno de ellos hace funciones de sala, recámara, comedor, y a veces de patio. El otro cumple las funciones de cocina.
Valle Barbosa explica que cuando el cuarto tiene una sola recámara, la cocina suele estar fuera del mismo e incluso invadir el patio exterior, circundado por un pequeño tejabán.
“Los pisos son de cemento, algunos de mosaico de diferentes estilos, como si fueran sobrantes. Las vecindades más nuevas están construidas con ladrillo, y las más viejas con adobe. Por lo general les dan poco mantenimiento o solo el proporcionado por los mismos inquilinos de manera esporádica”.

Hacinamiento
La psicóloga María Elena Flores Villavicencio, quien se tituló con la tesis Conductas maternales en animales desnutridos con hacinamiento, señala que las condiciones de vida en las vecindades y el comportamiento de las personas, se parecen a las que ella investigó con ratas de laboratorio cuando el animal tenía una sobrepoblación de crías en su jaula.
“En las vecindades hay personas que pueden vivir en cuartos reducidos, sin luz y ventilación, y decir que están satisfechos de ello, porque tienen ‘algo’ con lo cual protegerse, pero tal situación les genera complicaciones en su personalidad, como una recurrente agresividad”.
Explica que aunque los habitantes de esos lugares afirmen “vivir bien”, eso no significa que disfruten lo conocido como “satisfacción de vida”, pues la mayoría tiene malas relaciones con sus familiares o vecinos, como lo confirmó con un instrumento psicológico que mide una buena o mala relación entre ellos y sus vecinos”.
La investigadora explica que encontró en algunas vecindades hasta 20 personas juntas en un pequeño cuarto sin ventanas, con un bracero como cocina, un baño múltiple y una mesa y colchones parados sobre la pared, listos para tenderlos sobre el piso en la noche.
“No podemos decir que ahí haya esparcimiento, diálogo, estudio, convivencia o intimidad entre padres e hijos, circunstancias necesarias para lograr una adecuada salud psicológica”.

Ideales para enfermedades infecciosas
El doctor Armando Muñoz de la Torre explica que las condiciones en las que viven las familias y vecinos en las vecindades cubren las características ideales para la multiplicación de enfermedades infecciosas, además de la exposición a baños públicos y la escasez de agua, tan común en tales sitios.
“Estos espacios propician que las personas pasen muchas horas juntas, en estrecho contacto, lo que puede producir trastornos en el sistema nervioso central. Además, algunos miembros de la familia son fumadores, lo que se agrava cuando es poca la ventilación.
“Consideramos importante que las autoridades sanitarias y el ayuntamiento estén al pendiente de este tipo de viviendas, que son factores de riesgo en todos los sentidos, por la insalubridad que provoca el desaseo que suele haber en cuartos, patio y baños”.

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