Una vida dedicada a la ciencia

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La ciencia y la tecnología han producido una gran transformación social en los pueblos de América Latina, haciendo que la vida sea más plena y amable. Para la mayoría de nosotros resulta difícil captar, en un momento dado, la extensión y profundidad con que nuestras vidas están permeadas por la ciencia.
Estamos en una situación semejante a la de los peces, que de lo último que se darían cuenta es del agua en que viven. La ciencia, afirma Ruy Pérez Tamayo, es la llave de la modernidad. En la medida que la apoyemos y desarrollemos, nuestros países marcharán en dirección al futuro y tendrán posibilidades de salir del tercer mundo. En cambio, si posponemos el sólido crecimiento de la ciencia, seguiremos sumergidos por tiempo indefinido en el limbo que separa a la época medieval de la moderna [Pérez Tamayo, 1987: 185].
El cultivo de la ciencia, como afirma el científico mexicano, es la más importante de las formas para poder aspirar a participar en un mundo altamente competitivo. Esta ha sido su fuerza, lo que explica su enorme influencia como factor transformador de la sociedad.
Ruy Pérez Tamayo tendrá a su cargo la conferencia magistral del II Coloquio internacional de cultura científica, en la FIL 2009, el jueves 3 de diciembre, a las 10:00 horas, en el salón Enrique González Martínez, del área Internacional de la FIL.
Pérez Tamayo nació el 8 de noviembre de 1924, en Tampico, Tamaulipas, México. Médico cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), posgraduado en la Universidad de Washington (1951-1952), en el Hospital General de México (1965-1967), trabajó 10 años en el Departamento de Patología del Instituto Nacional de la Nutrición.
Se desempeña como profesor de la misma área en la Facultad de Medicina desde hace más de 50 años. Actualmente es profesor emérito de la UNAM y jefe del Departamento de Medicina Experimental en el Hospital General de México. Ha sido profesor visitante en las universidades de Harvard, Yale, Johns Hopkins, Minnesota y Galveston, así como en Costa Rica, San Salvador, Panamá, Venezuela, Colombia, Chile, Argentina, Madrid, Tel Aviv y Lisboa. Becario de la fundación Kellogs y de la fundación Guggenheim.
De 1950 a la fecha ha publicado 33 libros y más de 150 artículos científicos en revistas especializadas, así como numerosos trabajos de divulgación de la ciencia en revistas generales y periódicos, tanto nacionales y extranjeros, tales son los casos de la Academia de la Investigación Científica de México (1960), de la Asociación Mexicana de la Medicina (1966).
Es miembro de El Colegio Nacional desde el 27 de noviembre de 1980, de la Academia Mexicana de la Lengua (1987), de la American Association of Pathologist (1987), del Consejo consultivo de ciencias de la Presidencia, del Consejo académico de la Universidad de las Américas, del Consejo de salud de la Universidad Iberoamericana, del Seminario de problemas científicos y filosóficos de la UNAM y de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico.
Es investigador nacional emérito nivel III del Sistema Nacional de Investigadores y desempeña una cátedra patrimonial de excelencia nivel I. Ha recibido el Premio nacional de ciencias (1974), el Premio Luis Elizondo del Instituto Tecnológico de Monterrey (1977), el Premio Miguel Otero (1979), el Premio Aida Weis (1985), el Premio Rohrer, el Premio a la excelencia médica de la SSA, y el Premio nacional de historia y filosofía de la medicina.
Es doctor Honoris causa de las universidades Autónomas de Yucatán, Colima y Puebla.
Acerca de la llamada tercera cultura, Ruy Pérez Tamayo opina: “En México, como en el resto de los países de América Latina, el medio académico y cultural más elevado es la universidad y en ella la comunicación entre científicos y humanistas es inexistente. Cada uno reitera sus opciones inexpugnables y con ello rechaza el deseo espontáneo de contemplar el mundo a través de los ojos del otro”.
Lo anterior demuestra que hemos perdido la pretensión de poseer una cultura común. Las personas educadas con la mayor especialización ya no pueden comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y especialmente moral.
La falta de comunicación nos está llevando a interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar nuestras esperanzas en el futuro de nuestros países: “… mi postulado –afirma– será que la ciencia es una actividad humanista por excelencia, que en la medida en que este postulado se acepte, tanto la ciencia como las humanidades se enriquecerán, y en la medida en que se rechacen… todas se empobrecerán” [Pérez Tamayo, 2000: 357].
Ruy Pérez Tamayo está convencido de que la cultura es sólo una, y que en la medida en que los intelectuales se esfuercen para incorporar la ciencia al humanismo y se deje de insistir en subrayar sus diferencias y en soslayar sus semejanzas y finalmente se considere a ambas como el bien cultural por excelencia que está dirigido a mejorar la comprensión y el conocimiento que el hombre tiene de su mundo, de su historia y de sí mismo, el resultado será el crecimiento constante espiritual de la raza humana.
El científico mexicano afirma que el hombre de ciencia, al igual que el campesino, el obrero, el ferrocarrilero y el artista, posee tres dimensiones: está repleto de sueños y ambiciones, fuerzas y debilidades, libertad y compromiso. En todo esto el hombre de ciencia es mucho más hombre que ciencia. La ciencia, para Ruy Pérez Tamayo, es una manera de vivir, una forma de comportamiento, que no es algo que el científico hace en su laboratorio y, cuando sale de él, lo abandona. En esto se asemeja a la actividad del filósofo.

* RED DE COMUNICACIÓN Y DIVULGACIÓN DE LA CIENCIA,
UNIDAD DE VINCULACIÓN Y DIFUSIÓN.

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