Una mujer sin fronteras

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Bajo el cielo de la frontera entre México y Estados Unidos, el sol en el desierto se siente a 50 grados centígrados, y en la noche, en cambio, la luna parece que congela a quien la mira.
Durante los días de caminata para llegar al muro que divide ambos países, los migrantes van sintiendo el cuerpo seco. Su piel arde, se ampolla y dilata. Las historias dolientes de los peregrinos archivadas por Fiscalía Federal del Distrito de Arizona cuentan que el infierno caluroso del desierto arizonense mata a los hombres de sed. Les chupa el cuerpo, absorbe el agua de todos los órganos; los riñones se hinchan y duelen como una puñalada. La cabeza parece martillada por un dolor insoportable. Hasta los ojos se quedan secos, por eso unos prefieren cerrarlos para siempre.
Por la noche se entumen las manos, los sentidos se paralizan, los vasos sanguíneos se hielan, lo que impide la circulación. En una hora, las extremidades se congelan y el dolor es atroz.
Los migrantes que cruzan el desierto ven a sus tíos, a sus sobrinos, a sus hijos morir de sed, o consumir su propia orina para sentir el “fresco”. Alucinar en búsqueda de sombras inexistentes. El agua es poca y se acaba pronto en los días bajo el sol incandescente, según versiones de oficiales de la Patrulla fronteriza.
Les piden a la Virgen y al Señor que los ayude en su camino, pero las deidades nunca aparecen o no pueden ayudarlos a soportar las temperaturas extremas que llevan a los peregrinos a perder la conciencia y el rumbo. Las defunciones llegan por hipotermia, deshidratación, golpes de calor o accidentes, comentó Alejandro Hernández, director adjunto de la Quinta Visitaduría de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
Es una muerte por goteo, dolorosa, invisible, que transcurre todos los días cerca del muro fronterizo. Los “coyotes” miran la muerte a diario, por eso huyen de los viajeros. Pero antes les cobran una “buena lana” por ayudarles a cruzar el muro o por la tumba de los mojados.
Los migrantes van por los billetes verdes, para ayudar a la familia. Están hartos de que los centavos no ajustan ni para calmar la tripa. Caminar el desierto y llegar al otro lado, significa dejar la indigencia, la miseria y ofrecerle un mejor futuro a los suyos.
Siempre es mejor enviar el “dinerito” para ponerle techo a la casa, para comprar alimento, los cuadernos, biberones y zapatos.
Un mexicano muere a diario en la frontera, pero los inmigrantes no piensan en ello, a ellos les duele el éxodo, les toca llenarse la cara de sudor y lágrimas.
Saben que la “migra” está acechándolos del otro lado del muro de hierro, con sus binoculares, sus pistolas, sus walkie talkie, montada en sus “camionetotas” y portando pistolas. Es un volado: muerte o miseria.
¿Por qué irse a Estados Unidos donde la discriminación es diaria por el color de piel? En donde a uno lo llaman criminal por trabajar sin documentos. En donde el hablar español es depreciado. Pero los braceros aseguran, al igual que Los Tigres del Norte en sus canciones, que “los dólares son bonitos”, son billetes agraciados porque ayudan para salir de la desventura.

Una mujer de bronce
Elvira Arellano nació en un pueblo terroso de Michoacán. A sabiendas de las adversidades de los migrantes en sus viajes por el desierto, cruzó al país norte como miles de mexicanos con la idea de ayudar a sus padres, pero al poco tiempo esa travesía la convirtió en la líder moral de 12 millones de indocumentados que viven en la Unión Americana.
Arellano, quien usa trajes típicos michoacanos para cubrir su piel morena. Quien trabajó sin papeles por años en Estados Unidos. Quien fue separada de su hijo y llamada delincuente, tuvo la entereza de hablar sobre el odio racial que sufren los “mojados”.
Criticó al gobierno norteamericano por permitir a los indocumentados pagar impuestos y luego llamarlos criminales. Defendió a las familias que se desintegran por la falta de papeles. A los padres e hijos que deben separarse a falta de leyes justas.
Su historia comenzó como la de muchos, pero no ha terminado en el olvido. Sigue peleando por los derechos de los migrantes sin papeles.
Arellano contó su historia: “Emigré a los Estados Unidos en 1997 y básicamente fue para buscar una vida mejor y poder ayudar a mis padres. No tenía oportunidades aquí. Los salarios son tan bajos que trabajas una jornada todo el día y no te alcanza para sobrevivir”.
Se estableció en Washington y trabajó sin documentos. Luego nació su hijo Saúl como ciudadano americano. Al poco tiempo se trasladó a Chicago para trabajar en el equipo de limpieza de las cabinas de los aviones del Aeropuerto Internacional de O Hare.
Transcurría el año 2002 y Arellano presentía que algo malo pasaría. Una conjetura rara, de esas que uno siente en el estómago. Esa noche habló con su madre para contarle su premonición. A las pocas horas su augurio se hizo realidad. Por la madrugada, golpearon a su puerta hasta casi tirarla, la detuvieron frente a Saúl, quien preguntaba qué le harían a su madre y la llamaron criminal por haber utilizado un número de seguro social falso para trabajar.
Para empeorar la situación, el pueblo norteamericano aún sufría por el ataque a las Torres Gemelas; los noticieros repetían que la culpa era de la red de Al Qaeda y el gobierno comenzaba su propio ataque, a través de redadas que buscaban a todos quienes tuvieran que ver con las agresiones.
Para Elvira fue sencillo deducirlo, los gringos buscaban echarle la culpa a alguien de los atentados y el blanco perfecto fueron los indocumentados.
Elvira asegura: “El gobierno de Bush comienza a hacer redadas en nombre de la seguridad nacional. Pero buscaban chivos expiatorios y como no encontraron a Bin Laden (el líder de Al Qaeda) quisieron descargar su odio y se desquitaron con los migrantes sin documentos. Aplicaron lo que dice el dicho. ‘No ando buscando quién me lo hizo, sino quién me lo pague’”.
Elvira fue liberada, pero recibió una orden de deportación. Ella se negó pasivamente a regresar a México. Prefirió quedarse con su hijo y se refugió en Iglesia Adalberto United Methodist en Chicago, que forma parte de un movimiento religioso creciente que ofrece abrigo a inmigrantes ilegales.
La lucha de Elvira Arellano desde el lugar sagrado se intensificó. Ella pedía establecer una reforma migratoria capaz de respetar la unidad de las familias de mexicanos y darles trato digno y justo. Miles de personas marcharon para evitar la desintegración familiar y por mantener a Elvira con su hijo Saúl.
Después de un año Elvira dejó la Iglesia Metodista de Chicago para participar en varias marchas en California. Los agentes de migración la detuvieron el 19 de agosto del 2007, en Los íngeles. Era ya de noche cuando Elvira llegó a Tijuana y frente a los medios de comunicación dijo que seguiría luchando hasta que se respete la unidad de las familias migrantes.

El racismo como forma de vida
Alguna vez, Vicente Fox llamó “héroes” a los migrantes, recordó Elvira. “Pero sólo somos héroes cuando enviamos dólares a México, pero cuando nos arrestan y nos deportan, nos tratan como criminales y ahí no somos nadie. Nunca valoran la aportación que hacemos a la economía ni de Estados Unidos ni a la de nuestro país”.
El trato inhumano se da en todos los rincones del país del norte. Las leyes, la sociedad y los medios de comunicación promueven el odio a los latinos. Por ejemplo, el conductor Lou Dobbs, quien trabajó 30 años en CNN News decía que somos portadores de peste, delincuencia y muerte.
No sólo eso, en el 2008 se propusieron más de mil leyes antimigrantes que consistían desde reducir el acceso a los migrantes a servicios de salud, hasta que los hijos de los indocumentados sean también ilegales. Además se han destinado 30 mil millones de dólares para fortalecer la vigilancia en la frontera, según la CNDH.
El acoso contra los indocumentados continuará, porque el gobierno estadounidense tiene un plan estratégico llamado End Game (Final del Juego), que terminará hasta el 2012 y que tiene como objetivo arrestar y deportar a todas las personas sin papeles.
Elvira asistió al Congreso de México para recordarles a los funcionarios de la existencia de los migrantes. Le solicitó a Felipe Calderón un puesto diplomático como embajadora de paz que le permitiera ayudar a los indocumentados y al mismo tiempo reunirse con su hijo, pero no la apoyaron.
Elvira recordó: “Buscaban ver qué necesitaba personalmente, me ofrecieron una beca para mi hijo, sinceramente les dije yo no quería algo personal. No estoy en esta lucha para recibir un beneficio propio. Estoy en una lucha para que el gobierno mexicano defienda al migrante”.
Al poco tiempo su hijo llegó a México. Elvira desde la capital y desde su casa en Michoacán, sigue formando redes en apoyo a migrantes. Conoce de los últimos asesinados por la patrulla fronteriza: Anastasio Hernández Rojas, de 42 años y Sergio Adrián Hernández, de 14 años.
“Lo que les hicieron no tiene perdón y el gobierno mexicano debe de condenar enérgicamente y tomar una postura más importante con la situación. Mientras que nosotros que tenemos familiares migrantes en Estados Unidos, tenemos que levantarnos, ir a las marchas y defender a nuestras familias”.

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