Una esperanza coral

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Recuerdo que durante la primaria me encantaba asistir a la clase de música (en realidad puro aprenderse una infinidad obscena y obsesa de cancioncitas pasadas de moda, con las que de todos modos me divertía y le daba rienda suelta a mi talento de ruiseñor, je). Eso sí, la maestra era pior que Cruela de Ville (la villana de 101 dálmatas) e inspiraba un miedo gótico, absolutamente oscurantista. No solo era fea, sino que tenía un humor muy mal pex. Afortunadamente, mi talento musical, lo cual es un decir directamente proporcional al paupérrimo nivel del resto de mis compañeros de clase en las lides musicales, evitaba que me regañara más de lo que de por sí lo hacía. De hecho, al estar yo siempre hasta adelante, siendo como una especie de engañosa primera voz, pues hasta me respetaba más que a lo demás; y claro, por lo mismo me exigía el doble. En general no cantábamos tan mal, aunque lejos de estar al 1% del nivel de los Niños Cantores de Viena. Luego, para la graduación de 6 año, una maestra que tocaba la guitarra y cantaba bien bonito, nos agarró a dos de mis compañeros y a mí, quienes nos iniciábamos bien que mal en los secretos guitarreros, para que cual trío Los Panchos interpretáramos aquella pegajosa y cursi canción titulada “Dime”, de José Luis Perales. Bueno, aquella noche en el auditorio alcancé el lugar más alto no solo en mi etapa escolar (tras años de desastrosos resultados, fui recompensado con el primer lugar de la clase ante la cara de estupefacción de propios y extraños), y sobre todo, en mi incipiente y efímera carrera musical. Nos aplaudieron de pie. No sólo me uní a mis compañeros de trío, a quienes por años aterroricé con mi mala leche, sino con el resto de la clase. Por una horas todo lució como el color de la esperanza: verde.

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Recuerdos como éste y otros más salieron a flote después de ver la extraordinaria cinta Los coristas (Les choristes, Francia/Suiza/Alemania 2004), dirigida por Christophe Barratier e interpretada por Gerard Jugnot, Francois Bertléand, Kad Merad y Jean-Paul Bonnaire, ente muchos otros. Esta película me recuerda a otras cintas que bien pueden ser catalogadas como un género aparte: el de los estudiantes problemáticos o extraviados en sí mismos, quienes, cuando un nuevo maestro llega a sus vidas, y tras la desastrosa relación inicial con él, logran ser motivados y hallar el camino aun en un callejón sin salida. Filmes como La Sociedad de los poetas muertos (¿recuerdan el carpe diem –aprovecha el día– del maestro interpretado por Robin Williams?) o Mentes brillantes (la maestra blanca y nice –una preciosa y talentosa Michelle Pfeiffer– que llega a poner en cintura, y sobre todo motivar, a un grupo de alumnos afroamericanos -¿políticamente correcto, Sr. Fox?) –y latinos. Bueno, pues en Los coristas la fórmula es más o menos la misma, aunque la forma sea radicalmente distinta, original y brillante. La trama se sitúa en un internado cerca de la ciudad de Lyon, Francia, a solo cuatro años de distancia del fin de la Segunda Guerra Mundial. Conocido como El fondo del pozo, el colegio es dirigido por un director (Rachin) rencoroso, dictatorial y frustrado, hasta que un día llega el nuevo celador (una especie de supervisor-cuidador-maestro de los alumnos), quien tendrá que adaptarse rápidamente a las reglas del juego, no solo de las del director, sino de los estudiantes, ambas totalmente distintas. Aunque en principio todo pinta mal, complicadamente muy mal, el otrora músico hallará en la magia de la música la clave para unir a un grupo de niños prácticamente en su mayoría abandonados a su suerte por sus padres. El celador Clément Mathieu, sin embargo, sabrá darle la vuelta a una situación aparentemente imposible, y todo gracias a la música coral original de su puño y letra (una especie de diario sonoro de lo que los alumnos viven ahí), que junto a sus alumnos provocará la admiración de los demás maestros e incluso del director, aunque le remuerda el orgullo. Digamos que la relación, entonces, entre Cléments y sus alumnos, sobre todo con el pequeño Pepinot que será su asistente personal -y en el futuro algo más- y el aparentemente incorregible Pierre Morhange, cuya sorpresiva y asombrosa voz calará hasta lo más profundo del corazón de su maestro, así como el talento y forma de ser de éste hará lo mismo en el corazón de este alumno, no solo será la mejor, sino que a través de la esperanza se situará en perfecta y melódica armonía.

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Sé que en estos tiempos cinematográficos que corren no se habla de otra cosa que no sea del Episodio III, la aparente última película de la presaga y saga de La guerra de las galaxias, digo, si es que en unos años Míster Lucas no vuelve a sorprendernos. Y está todo bien. Sin embargo, en mi humilde opinión y desde mi particular gusto fílmico, me quedo y me quedaré siempre más con una cinta como Los coristas, donde una vez más las risas y las lágrimas se mimetizan en un solo y único sentimiento, algo que raramente sucede en esas majestuosas producciones hollywoodenses. Sí, sé que está chido todo el concepto Star Wars, lo dejé bien claro en el pasado Cinechoro, pero qué quieren que le haga: a pesar de mi barroco estilo de cinechorear, me quedo con la sencillez que logra provocar tan grandes sentimientos y tan complejas sensaciones. Porque Los coristas es una cinta estupenda, inteligente y genial con muy poco despliegue de producción. Por cierto, la cinta comienza cuando Pierre Morhange, en su versión adulto, convertido en un director de orquesta de fama mundial, recibe la noticia de la muerte de su madre, la misma mujer que provocará en Clément nuevamente la esperanza del amor (después de todo, es una película de amor). Entonces llega a su casa un personaje que hace 50 años Pierre no ve, para entregarle un libro que lo transportará al pasado y recordar como si volviera a vivir aquella etapa en el Fondo del pozo, que marcaría el resto de su vida. El personaje de Morhange mayor es interpretado por el actor francés Jaques Perrin, que en la hermosa Cinema Paradiso interpreta curiosamente al adulto que alguna vez fue ese niño que viviera tantas maravillas al lado del proyeccionista Alfredo. Digamos que dentro de la estructura del guión (por cierto, el guión de Los coristas está basado en la película original escrita en 1943 por Georges Chaperot y René Wheeler), el personaje de Los coristas y el de Cinema Paradiso es el mismo. Quizá nada tenga que ver, pero me resulta muy curioso. Será que lo escogieron a él porque, como le dije a la Ceci, para interpretar a un personaje de ese tipo hay que tener esa cara de nostalgia irremediable y melancolía a flor de piel de Perrin. Que tan bien lo hace en ambas. Todo en beneficio de un gran filme.

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