Una dramaturgia para levantar la voz

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Sábado primero de junio. La función ha terminado, y el director de teatro Rafael Sandoval sube al escenario para pedir un minuto de silencio por la muerte de la actriz y dramaturga italiana Franca Rame, ocurrida tan sólo tres días atrás. Momentos antes, el personaje de María (Helena Díaz de León), enfundada en su doméstica y domesticada apariencia, se atareaba en sus diarias labores, y en monologar a gritos desde la ventana con la nueva vecina de enfrente, una convidada de piedra en la cuarta pared que presencia su desgracia: María es una mujer frustrada, atrapada en su conveniencia social y económica, pero atada a un hombre que no ama ni la ama, y que la posee como uno más de los objetos de su casa, presa de un machismo que ella ha alimentado con su resignación y cobardía, mediante la ayuda de una sociedad pasiva e hipócrita. Aunque la presentación de esta obra de Rame y su esposo Darío Fo, comenzó semanas atrás, y que se torna en el homenaje más ad hoc al pensamiento de Franca, una perenne luchadora en contra de la injusticia, hay ocasiones —imagino que también lo piensa Rafael— que sería mejor no contar con esas casualidades noticiosas cuando se difunde el arte.
El monólogo en cuestión es Una donna tutta sola, pieza entre otras muchas que el matrimonio italiano escribiera en conjunto, y que a través de la compañía teatral Vivian Blumenthal se interpreta en el teatro homónimo de la Universidad de Guadalajara, desde el pasado 3 de mayo y hasta el 23 de junio, a la par de la obra El árbol de la escritora mexicana Elena Garro, la cual originalmente fuera concebida como un cuento hacia finales de los años cincuenta, y que narra el encuentro entre Marta y Luisa —una mujer citadina acomodada y otra indígena que busca a toda costa su felicidad— en el que se confrontan sus cosmovisiones, interpretadas por Viridiana Vera y Dora García, donde se pone de manifiesto la arrogancia de lo “civilizado”, y el desprecio e incomprensión hacia el “pueblo” tratado con aire condescendiente y protector para someterlo.
Aunque ambas obras no dejan de causar cierta hilaridad a quien las contempla, porque al fin y al cabo sus propuestas están bordadas en la ironía, su intención última no ha sido la de generar la risa fácil, sino la reflexión a través de los momentos de un humor que surge no sin el prurito de verse empalmado en la incomodidad de la denuncia social a veces medio velada, y en otras descarnada, porque lo que se aprecia en ellas es como refiere Sandoval, el resultado de la propia sociedad, en la que hay “mucho pero oculto, escondido”, y que en específico evidencian que por un lado, en países como México, aún persiste en muchas personas el ver a la mujer de una manera cosificada; una pertenencia sobre la cual se puede ejercer violencia,  y por otro, el que “somos sumamente racistas”, añade Sandoval, y claro, ello desde la doble moral.
Por su parte, Helena Díaz de León resalta la necesidad de montar dichas obras en el contexto histórico de alta violencia en el país, y más en la entidad, pues como ella misma recuerda, en Jalisco los índices de agresión en contra de las mujeres se encuentran entre los primeros sitios a nivel nacional,  así como de acuerdo a datos del Sistema del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, el estado es el número uno en el país en desapariciones de mujeres, por lo que Díaz de León dice que ya que ambas obras abordan de distinta manera estas temáticas, la pretensión al montarlas es “que la mujer tenga la capacidad de levantar la voz y hacerse respetar”. Esto porque aunque sabe que en el medio sí existe teatro comercial y “banal”,  por otra parte hay quienes están preocupados por el “de denuncia”, a lo que se suman ellos, pues señala que “en esta compañía estamos convencidos de que un teatro sin mensaje no tiene caso, tenemos objetivos sociales, lograr concientizar, porque si hay una catarsis en el espectador, puede darse la transformación social”.
Sin embargo, debido quizá a esa finalidad artística y teatral que no todos comparten, el montar un espectáculo y mantener una temporada deviene —como refiere Helena— en una “lucha titánica y constante”, y en la que la eterna burocracia pocas veces da tregua. Y así lo comparte Rafael Sandoval, quien al igual que todos los que se dedican a este arte en Jalisco, se siente inconforme con las recientes disposiciones de la Secretaría de Cultura del Estado para cobrar “gastos de operación” por el uso de sus recintos culturales a los artistas escénicos, lo cual califica como “el colmo”, luego de que afirma que durante años ha habido poco compromiso por parte de las autoridades gubernamentales en la difusión teatral, y ello porque dice que aunque mucho se hable de teatro, ante una “sociedad en descomposición por la falta de cultura”, no se debe olvidar que la única función de éste es “mejorar una comunidad y desarrollar valores”, por lo que como la dramaturgia “inquieta y concientiza a la sociedad, no se le ha permitido trascender”. Y aquí yo pienso en la frase que en El árbol dice la india Luisa cuando cree escuchar algo que incomoda y atormenta su pecho: “El miedo es muy ruidoso, Martita”.

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