Un viaje sin pantalones en el metro

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Un día, hace algunos años, me pregunté “¿qué es mi cuerpo?”. Y todo se vino abajo, preciso, decidí desnudarme… sí, quité el freno a todos esas ideas sociales impuestas por la arrogancia de la fealdad construida por los soñadores y descubrí un mundo fraguado de verdad, de texturas y de paz, simplemente fui yo.

Según la Real Academia de la Lengua Española la primera definición de la palabra desnudo es “sin vestido”, por lo tanto, la desnudez es lo contrario a censura. Y surgieron demasiadas cuestiones a nivel personal, por mencionar algunas, ¿por qué no observamos la naturalidad del cuerpo humano como una cosa común?, ¿por qué el hombre ha estigmatizado la piel como sinónimo de secreto?, ¿por qué las comunidades hemos hecho de nuestra única herramienta tangible un sinfín de prohibiciones? No bastaron las preguntas, la acción de la respuesta la encontré en la experimentación de la desnudez sin ningún conflicto.

Y como soy muy atrevido pregunté, “¿qué es la desnudez?”, y varias voces de cercanos míos respondieron, es “comodidad pura”, “la piel del tiempo”, “honestidad”, “libertad”, “confianza”, “aceptación”, “es mi mejor outfit, verda’ de dio’”, “inicio y fin”, “el estado natural del humano al cual nos negamos”, “la belleza más pura que existe”, “vulnerabilidad y fuerza juntas… pero no revueltas”, “mi verdadera yo”, “exposición del ser y del alma, la esencia de la identidad, es decirle hasta luego a toda máscara”, “la realidad que a veces cuesta esconder o liberar”, “el punto más sublime de la expresión… del individuo… ¡la neta absoluta!”.

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