La inconformidad y el deseo de experimentación fueron las constantes de la fructífera inspiración del artista oaxaqueño Rufino Tamayo (1899-1991), quien, gracias a su talento y a su rebeldía, revolucionó los procesos relacionados con la producción de estampas; pasó del grabado y la litografía a la mixografía, técnica creada por él para imprimir en relieve y a varias tintas. Por el virtuoso equilibrio logrado entre sus innovadoras técnicas y la expresión singular de su folclor, es considerado como el artista mexicano más importante del siglo XX.
La exposición “Tradición/Vanguardia” de Tamayo —que está expuesta en el Museo de las Artes (MUSA) y podrá ser visitada hasta el 18 de junio de 2017— está constituida por sesenta y dos piezas que muestran las diferentes técnicas de su elaboración, como aguafuerte, aguatinta, linografía, litografía, mixografía, serigrafía y xilografía. Dichas obras fueron seleccionadas por el curador Juan Carlos Pereda Gutiérrez, y pertenecen a la Fundación Black Coffee Gallery. Es la colección más completa del artista pues incluye tanto las obras representativas de naturaleza muerta como obras poco conocidas que no estaban registradas en su catálogo razonado, tal como “Dos personajes atacados por perros”.
Creación y obras
Los cuadros de Tamayo carecen de relatos complejos, no deben prestarse a una interpretación forzada, su objetivo es dejarnos a solas con el puro júbilo de observar el juego de distintas texturas y colores. Instalan al mismo tiempo a las figuras del cuadro dentro de una atmósfera y en una compleja y poética duración.
El lenguaje expresivo que emplea, consolidó el estilo de sus creaciones, en las que el manejo de la representación de formas simples —pero contundentes— se convirtió en una de las características de su identidad artística. En piezas como “Personaje en gris”, “Mujer azul”, y “Hombre en rosa” destaca esta propiedad, donde cada silueta está constituida por geometría básica, figuras puramente elementales, que abandonan la simpleza al estar tendidas sobre la peculiar textura de su papel artesanal.
Como gran colorista, entendió que “hacer color no significaba abundar en él, engolosinarse con una supuesta riqueza. El color, como la forma, debía tener un sentido, obedecer a un proyecto, a un sistema de ideas. Los acentos texturales iniciaron un nuevo capítulo en las imágenes por estampación. Las pastas de distintas sustancias y los papeles elaborados manualmente permitieron la incorporación de cualquier cosa o materia”, dijo Pereda Gutiérrez, en la presentación de la muestra. Se dio entonces, intencionalmente, una auténtica emulación competitiva entre las texturas y los cromatismos, conseguida en el instante definitivo de la impresión.
Dentro de la muestra, algunas de las obras que preponderan, al poseer vibrantes colores que caracterizan el folclor mexicano, son “Chacal”, “Perro de Luna” “Galaxia” y “Hombre en negro”, cuya composición de tintes y sutileza de degrade otorgan una especial armonía con relación a la calidez de la contextura. Sin embargo, las tonalidades palpitantes no conforman la unidad de grandeza acuñada a su teoría del color, pues en pinturas como “La familia jugando” y “Cabeza” aplicó tintas transparentes superpuestas a las opacas, con lo cual logró alcanzar el más alto valor cromático de cada tono y desvanecer la rigidez de los contornos de las figuras.
La particularidad principal de su obra reside en la exclusiva textura que yace en cada pintura, en algunas ocasiones —especialmente en “Hombre de bastón”— podemos contemplar la saturación del relieve creada intencionalmente por la elaboración del papel. En otras —como en “Cabeza C”— podemos apreciar tinta que fluye sin respetar los límites de cada figura, huellas como rastro de una difuminación despreocupada, o brochazos colosales que se perciben en el lienzo como tierra arada, proporcionando un acabado personal concebido estrictamente por la pintura.
